Francisco Cerro Chaves, arzobispo de Toledo desde hace unos meses, es un devoto apasionado del Sagrado Corazón. Fue Director del Centro Diocesano de Espiritualidad del Corazón de Jesús de Valladolid, que está unido al Santuario de la Gran Promesa en la ciudad, gran centro de irradiación de esta espiritualidad.

"El Corazón de Jesús siempre ha sido lo más grande de mi vida", explica en una entrevista con José María Alsina para la revista Fons Vitae, de la Hermandad de los Hijos de NªSª del Sagrado Corazón.

"Veo mis apuntes de Ejercicios Espirituales de joven y aparece el Corazón de Jesús por todos sitios. Él ha sido el centro de toda mi vida. Hablar del Corazón de Jesús es hablar de Jesús; 100 por 100 divino y 100 por 100 humano. Encontramos a veces espiritualidades que les cuesta aceptar la humanidad, por eso no se integran ni con sus pobrezas, debilidades, ni con sus miserias... y otros que no acogen y aceptan la plenitud de su Divinidad, les falta la confianza en el Dios de lo imposible. La espiritualidad del Corazón de Jesús lo sana todo", asegura el arzobispo.

Reproducimos por su interés la entrevista publicada en Fons Vitae, en la que el arzobispo de Toledo y Primado de España comenta también su vocación, su itinerario eclesial y su visión como pastor.

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El recién llegado arzobispo de Toledo nos recibe en su domicilio del Palacio Arzobispal. En las estanterías aún percibimos que se están acabando de colocar los libros. Ha pasado poco tiempo de su toma de posesión de la Sede Primada de España. D. Francisco se muestra como es, sencillo y acogedor, dispuesto a abrir su corazón de padre, pastor y hermano. En un clima de cordialidad comenzamos nuestra entrevista.

El arzobispo Cerro en su entrevista con José Mª Alsina, para la revistas Fons Vitae

- En primer lugar, nos gustaría que hablara de su familia. En la homilía del Viernes Santo, en la Catedral, refiriéndose a las cofradías dijo que se sentía identificado con la religiosidad popular porque era la fe de sus padres ¿Qué quería decir con esto?

- Mi padre era ferroviario, muy bueno, trabajador. Mi madre era una mujer muy cristiana. En mi familia siempre ha habido vocaciones. Mi familia estaba muy comprometida con la Iglesia. En casa se vivía una religiosidad muy sencilla. Recuerdo que mi madre me llevaba a San Antonio. De ella aprendí ese amor a los santos, a lo sencillo. Una muestra de la fe de mis padres fue cuando les dije que me iba al seminario en unas Navidades. Ellos respetando mi
decisión me expresaron que fuera al seminario cuando yo lo viera.

- Sobre su vocación sacerdotal, ¿en qué momento surge esta inquietud? ¿Cómo se desarrolla y cuál fue el momento decisivo que le llevó a ingresar en el Seminario?

- En primer lugar, me viene a la memoria lo que yo llamo, mi «conversión». Tenía 13-14 años. Participaba de las reuniones de la Milicia de Santa María que había en mi pueblo. En unos Ejercicios mirando a un Cristo sentí que nacía en mí una persona nueva. Yo me levanté de aquella meditación siendo otra persona. Desde entonces he vivido de esa experiencia del Señor.

»Muy pronto empecé la dirección espiritual con el padre Bernardo Santos de la Milicia y me fui planteando mi vocación. En un campamento en Gredos en la celebración de una Misa, teniendo como fondo la Gran Laguna sentí una profunda llamada del Señor que me decía «ven y sígueme». Entendí desde el principio que esa llamada era al sacerdocio, como sacerdote diocesano. Tenía entonces unos 17 años.

- Después de estar unos años en el Seminario de Cáceres se traslada al Seminario de Toledo. ¿Algún recuerdo de sus años de formación en el Seminario de Toledo?

- Recuerdo de aquellos años, la vivencia de la liturgia de las horas, las charlas de Don Marcelo en la capilla del Seminario Mayor en la que nos hablaba de lo que él entendía que tenía que ser un seminarista. También tengo el grato recuerdo de mis compañeros, la alegría de compartir con ellos el ser llamados por el Señor y el nivel formativo de los profesores.

- Sus primeros años son de estudios en Roma. ¿Qué supuso para usted estudiar en Roma?

- Mi estancia en Roma supuso una llamada a la universalidad. Aquellos años fueron de entusiasmo. El estudio de la Teología Espiritual supuso una profundización en mi formación. En la Gregoriana tuve grandes profesores como Lafont, Ch. Bernard, Ruiz Jurado, de los que aprendí muchísimo. Ellos me abrieron amplios horizontes en el estudio de la espiritualidad y de la teología.

- Realizó la tesis doctoral sobre el hermano Rafael. Juan Pablo II lo proclamó en el Monte del Gozo patrono de la juventud española. ¿Conoce los motivos que llevaron a Juan Pablo II a tener este gesto?

- Me han comentado que Don Marcelo tenía entonces ya mucho acceso al Papa Juan Pablo II. Y fue él quien le propuso que este Hermano trapense, que aún no estaba beatificado, fuera propuesto como modelo de vocación, por su particular camino «martirial» en el desarrollo de su vocación de monje. Creo que esta sugerencia llevó a Juan Pablo II a proponerlo antes los jóvenes en la JMJ de Santiago en 1988 como modelo de vocación del seguimiento de Cristo. En aquella ocasión yo estaba presente en el Monte del Gozo como Delegado de la Juventud de Toledo.

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- En Toledo desempeñó una importante labor entre los jóvenes. ¿Qué recuerdos tiene de aquellos años? ¿Cuál es el mensaje fundamental que necesita escuchar un joven hoy por parte de la Iglesia?

- De aquellos años recuerdo un despertar de la pastoral juvenil que coincidió con el Año Santo de la Redención. Supuso un auténtico «boom» de vocaciones a los distintos estados de la vida cristiana, pero sobre todo al sacerdocio y a la vida religiosa. También surgieron muchos chicos y chicas que querían formar familias cristianas. Fue muy hermoso el trabajo en equipo de los sacerdotes al servicio de la juventud. La pastoral juvenil debe tener como principal objetivo, provocar el encuentro del joven con Cristo. Por mi experiencia ese encuentro se facilita de una manera particular a través de Ejercicios, retiros, cursos de oración y el acompañamiento personal de cada joven en su proceso a través de la dirección espiritual.

- Se traslada a Valladolid, al Santuario de la Gran Promesa. ¿Cómo marcan estos años en su amor al Corazón de Jesús?

- El Corazón de Jesús fue el laboratorio que me sanó totalmente. En Valladolid llegué al «centro» por excelencia del padre Bernardo de Hoyos, gran Apóstol de la devoción al Corazón de Jesús en España.

» A Valladolid llegué por la mediación de quien tanto me ha enseñado en el amor al Corazón de Jesús en mi vida, el padre Mendizábal y también por el interés de Don Marcelo de que yo fuera allí, era su patria chica, pues había nacido en el pueblo de Valladolid, Villanubla. El Corazón de Jesús en mi vida ha sido fuente de paz, consuelo y radicalidad evangélica sin fisuras. El amor al Corazón de Jesús, y así ha sido mi vida, evita cualquier ruptura interior y es fuente de equilibrio y madurez espiritual.

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- ¿Qué le quedan de aquellos años tan fructíferos en la labor de director de Ejercicios y acompañante espiritual de muchas almas?

- De esos años puedo decir que me queda todo. Lo más importante de la vida de un obispo, de un pastor es llevar a los hombres a Dios, evangelizar. Y al servicio de la evangelización está el ministerio de la predicación de los Ejercicios. Llevo 20 años impartiendo en Agosto los Ejercicios de mes ignacianos abiertos para todos. Son una escuela de formación en la santidad, de verdadera conversión. Por otro lado, la dirección de las almas es otro
instrumento clave al servicio de la evangelización. A través de la dirección, del acompañamiento hacemos las veces de Cristo que buscaba y acompañaba a cada persona en singular. Recordemos del evangelio, sus encuentros con la samaritana, Zaqueo, el buen Ladrón, etc....

- El 21 de junio de 2007 recibe el nombramiento como Obispo de Coria-Cáceres. ¿Qué sintió cuando el Papa le dio esta encomienda?

- Me provocó un gran «susto», yo no lo esperaba. En junio de 2007, había llegado de Barcelona, de participar en el Congreso «Cor Iesu, Fons Vitae» y al llegar de Barcelona, esa misma noche, me llamaron de Nunciatura para que sin decir nada a nadie me presentara allí al día siguiente. Sin duda alguna me sorprendió que me hicieran obispo y más de mi propia diócesis, Coria-Cáceres.

»Recuerdo que entré con el Nuncio en la Capilla, me dijo que lo pensase y que allí mismo lo decidiese. Por lo que me dijo caí en la cuenta de que habían hecho un seguimiento muy detallado de mi camino como sacerdote, me conocían bien. Al entrar en la capilla le dije al Señor como la Virgen: «Aquí estoy Señor, hágase en mi tu voluntad». En aquellos momentos me vino al corazón una frase que luego muchas veces he repetido. «Dios no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige».

- De los diez años como Obispo de Cáceres durante los que ha ejercido su misión como «pastor de pastores». ¿Cuál ha sido su experiencia en el trato con los sacerdotes de esta diócesis?

- En Cáceres he estado muy bien con el clero, es un clero muy sencillo, muy dócil, muy bueno. He podido estar cerca de ellos, en las conversaciones personales, en las visitas pastorales, invitándoles a mi casa. También he procurado que se formaran, enviando a varios a estudiar a Roma, Salamanca y a San Dámaso en Madrid.

- ¿Cuáles son los rasgos que considera fundamentales de la espiritualidad de un sacerdote de hoy?

- Considero que la espiritualidad sacerdotal debe entenderse, como nos repite tantas veces el Papa Francisco en tres claves. Primero que el sacerdote sea un hombre que viva la pasión por el Señor. De profunda vida de oración, acostumbrado a largos ratos de oración. He conocido a sacerdotes, religiosas, laicos buenos y muy buenos. Los muy buenos siempre he visto que eran personas de mucha oración.

» Segundo, los sacerdotes deben estar en comunión plena con la Iglesia, con el Papa, con su obispo. Y tercero, aquello que dice el Papa en su feliz expresión: «que tenga olor a oveja». Es decir que el sacerdote sea «cura», pastor, que conozca y ame a sus ovejas. Al respecto, puedo contar que cuando hice mi primera visita pastoral pregunté a la gente qué era lo que más les había ayudado del obispo. Me llamó la atención que todo el mundo destacaba que era muy cercano. Ciertamente la gente, el pueblo de Dios tiene deseo y necesidad de que el obispo, el sacerdote, estén cerca de ellos.

- El pasado 27 de diciembre, festividad de San Juan Evangelista, recibe el nombramiento como arzobispo de Toledo. ¿Qué supone volver a la diócesis en la que se formó y desarrolló sus primeros años de ministerio?

- Por una parte, una inmensa alegría, además responsabilidad y por último un sentimiento de pobreza. Alegría porque Toledo es una diócesis de las más significativas de España y del mundo. Es un gozo para mí estar en una diócesis tan «rica» y fecunda. Al pensar que he sucedido a grandes y buenos pastores siento también una inmensa responsabilidad. Responsabilidad, por no saber responder y estar al nivel de la gente a la que soy enviado. Por último, humildad, consciente de que no soy la repetición e imitación de ningún arzobispo anterior. Cada pastor es el que necesita en esos momentos en la Iglesia.

» Yo debo con humildad poner toda mi vida y persona al servicio de aquellos a los que soy enviado. Después de mi vendrán otros que lo harán de otra manera distinta. Lo importante es que la sucesión apostólica continúa en la Iglesia a través de sus pastores, con las características de cada uno.

- En la homilía de comienzo de su ministerio como arzobispo de Toledo sitúo su ministerio desde la clave que reza su lema episcopal «Corazón de Jesús fuente de la evangelización para los pobres». ¿En qué se inspiró para tomar este lema como directriz de su labor apostólica?

- Me inspiré en tres cosas. En que el Corazón de Jesús siempre ha sido lo más grande de mi vida. Veo mis apuntes de Ejercicios Espirituales de joven y aparece el Corazón de Jesús por todos sitios. Él ha sido el centro de toda mi vida. Hablar del Corazón de Jesús es hablar de Jesús; 100 por 100 divino y 100 por 100 humano. Encontramos a veces espiritualidades que les cuesta aceptar la humanidad, por eso no se integran ni con sus pobrezas, debilidades, ni con sus miserias... y otros que no acogen y aceptan la plenitud de su Divinidad, les falta la confianza en el Dios de lo imposible. La espiritualidad del Corazón de Jesús lo sana todo.

»En segundo lugar, la llamada a servir a los pobres, reflejada en mi lema, responde a la sensibilidad que siempre he tenido hacia ellos, hacia los que sufren. Me ayudó a integrar a los pobres en mi escudo el lema de Don Marcelo: «Pauperes evangelizantur».

» Y en tercer lugar la «evangelización», que considero, desde mi experiencia en Valladolid como centro de «evangelización», el corazón y la «pasión» de mi vida, de la vida de la Iglesia.

- Llega a una diócesis fecunda en vocaciones sacerdotales. ¿Cuál cree que es la clave para que surjan las vocaciones al ministerio sacerdotal?

- La santidad de los sacerdotes, que son los que llevan el peso de la vida de la pastoral. La mejor propaganda vocacional es que se vea a los sacerdotes entusiasmados con su ministerio, felices y gozando de lo propio de un sacerdote, que es celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, evangelizar y gastarse y desgastarse en el servicio a los hombres y la comunidad.

- ¿Qué le diría a un joven a la hora de plantearse la posibilidad de que el Señor le llamara al sacerdocio o a la vida consagrada?

- Que sea transparente, que no haga trampas a Dios, que le diga al Señor aquí estoy para hacer tu voluntad y que se ponga en manos de la Iglesia. El joven que es verdadero y sincero ante Dios encontrará el camino para el que el Señor le quiere.

- ¿Qué valor cree que tienen hoy las diversas formas de vida común para los sacerdotes que propone en la Iglesia en su Magisterio actual?

- Me parece un acierto la vida común de los sacerdotes, tal como ha recomendado el Magisterio reciente desde «Presbyterorum Ordinis». Vida común que vaya desde el techo común y vida compartida a las diversas formas de convivir. Me parece importante y una manera preciosa de cultivar algo fundamental en la espiritualidad sacerdotal que es la vida de hermandad, de fraternidad.

» Todo sacerdote está llamado a ser hermano y a tener hermanos a los que ayude y de los que se deje ayudar. Pienso especialmente en los sacerdotes más  jóvenes que se encuentran pronto en tareas muy complicadas. Las diversas formas de vida común nos curan del peligro del individualismo. Entiendo que el sacerdote diocesano no tiene la misma vocación que un consagrado, un religioso. Pero hemos de avanzar y comprender que no está reñido el cuidado y el respeto de lo «personal» con el cuidado del aspecto comunitario en nuestro sacerdocio.

- Conoce la Hermandad de hace años... ¿Qué consejo nos daría ahora que usted es su superior diocesano?

- Yo os invitaría a que sigáis adelante con el carisma precioso que habéis recibido y que ha sido bendecido desde el principio por la Iglesia. Es importante que cuidéis lo que llamaríamos los «ingredientes» que integran vuestro carisma, recogidos en vuestras Constituciones y Reglamentos. Si sois fieles a esos «ingredientes», sucederá como en una paella cuando están integrados todos los ingredientes, entonces el sabor será bueno, vuestro servicio
a la Iglesia será fecundo.

- Para finalizar queremos preguntar, ¿quién es para D. Francisco Cerro la Virgen María?

- Lo resumo en una frase de San Serafín de Sarov que medito muchas veces: «La Virgen es la alegría de mis alegrías». Si, así como digo que el Corazón de Jesús es «el gozo de mis gozos», la Virgen en mi vida es esto: «La alegría de mis alegrías».