El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, ha presidido este domingo la misa de clausura del Observatorio de Invisible, una escuela-taller de verano de seis días de duración y que ha reunido a artistas, estudiantes y personas creativas de distintas disciplinas.
En su homilía ha comentado la multiplicación de los panes y los peces, por lo que habló de cómo Dios multiplica los dones de cada persona si se ofrecen a Dios, tal y como el muchacho que aparece en las Escrituras ofreció sus cinco panes y dos peces.
“Él multiplica lo que ofrecemos, pero quiere nuestras manos y nuestro trabajo. El acceso a lo invisible entra por el oído, por la debilidad de la predicación, la palabra anunciada y testimoniada”, aseguró el prelado, que recordó que existen “diversidad de dones y vocaciones”. Después, Argüello pidió ofrecer cauces que iluminen la mirada para regenerar el corazón, transfigurar las relaciones y consagrar el mundo.
Pero además, en su homilía habló de la gran polémica de estos últimos días, la blasfema ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París. En su opinión, los Juegos Olímpicos tienen capacidad de participar en el mundo global con toda la belleza de la destreza de los deportistas. Sin embargo, alertó que “vemos que es atravesado por el poder del mundo, la fuerza multiplicadora del poder, de los medios que con expresiones artísticas quieren hacer visible lo políticamente correcto. Una propuesta de antropología y fiesta que es un sucedáneo de la alegría”.
De este modo, monseñor Argüello recalcó que “en realidad es una propuesta de poder, un poder que parece tener capacidad extraordinaria de multiplicación. Pero no es así, hermanos, la fuerza está en la gracia, en la gloria, en un pequeñito trozo de pan que por fuerza del Espíritu Santo es cuerpo glorioso de Jesucristo glorificado que atraviesa tiempos y espacios y hace visible lo que parece invisible”.
Por ello, el arzobispo de Valladolid señaló que “el Reino de Dios está entre nosotros y del costado de Cristo fluye un manantial de agua, de vida eterna y de sangre”.
Para concluir su homilía, resaltó que “en la travesía de la vida vivimos el combate espiritual del que habla San Pablo, combate entre la gracia y las potestades, tronos, dominaciones que quieren dominar. Adoremos la presencia del Señor, reconozcamos su aparentemente débil poder multiplicador y sintámonos unidos con los que compartimos un solo Señor y una sola fe”.