La cárcel es un lugar donde el encuentro con Dios puede cambiar la vida de una persona. Es el caso de Miguel –nombre ficticio- que siendo preso en la cárcel zaragozana de Zuera fue acogido y atendido por la Iglesia, permitiéndole luego rehacer su vida una vez quedó en libertad.
Este hombre que actualmente tiene 49 años tocó fondo el día que al entrar en su casa se encontró a su mujer con otro hombre. Su vida se derrumbó, comenzó a beber, y al final fue detenido por conducir complemente borracho. Acabó en una cárcel de Barcelona cumpliendo condena de once meses.
Sin embargo, según cuenta al semanario Iglesia en Aragón, su peor momento lo vivió cuando fue trasladado a la cárcel de Zuera. Al miedo que pasó con “presos muy problemáticos”, se sumó un infarto que casi le deja en el sitio. “Empecé a sentir una fuerte presión en el pecho y me quedé inconsciente”, recuerda. Los médicos del Hospital Miguel Servet le salvaron contra todo pronóstico.
Dos meses después de ser ingresado volvió a prisión. Estaba abatido y pesaba doce kilos menos. Fue entonces cuando la Iglesia Católica llegó en su ayuda. Fue el padre Álvaro Sicán, capellán del centro penitenciario, un “ángel de la guarda” que le devolvió la esperanza: “Me regaló un acompañamiento que no olvidaré nunca. Me escuchaba y daba consejos sin pedir nada a cambio, y siempre con una sonrisa”.
"Estuve en la cárcel y vinieron a verme”
En libertad desde el pasado mes de mayo, Miguel agradece “de corazón” a la Iglesia la atención humana y espiritual que presta a través de Pastoral Penitenciaria: “Su equipo no solo estuvo conmigo en la cárcel a cambio de nada, sino que está siendo clave en mi reinserción. Vivo gratis en un piso en el barrio de San José que la diócesis ofrece de manera provisional a quienes salen de prisión y no tienen a dónde ir”.
Actualmente, Miguel tiene 49 años y ha superado su adicción al alcohol. Le gusta madrugar, correr y desayunar tranquilo antes de ir “a la faena” como técnico de mantenimiento. “Pienso que las cosas van a ir bien”, apunta alguien que a sus 49 años se ha acercado a la Iglesia gracias al padre Álvaro, Isabel y otros voluntarios. “Estuve en la cárcel y vinieron a verme”, apunta sonriente. Es el Evangelio hecho realidad.