«El párroco de Pinto se escapó pero mi tío se quiso quedar», cuenta a Alfa y Omega Teresa Esteban, sobrina del sacerdote Manuel Calleja, que encontró el martirio junto a su padre, José Calleja, el 27 de julio de 1936. Teresa nació 20 años más tarde, pero en su casa han estado siempre muy presentes las figuras de su tío y de su abuelo. «Mi tío iba a decir Misa a las monjas y mi abuelo lo acompañaba porque días antes le habían apedreado e insultado.
Los detuvieron y los llevaron a un teatro junto a más personas». Días después los dejaron en libertad a todos, pero al rato los encontró una cuadrilla de milicianos. «Los fusilaron y los enterraron en un agujero al lado de la vía del tren. Después fueron a por mi abuela, que cogió a mi madre y a un hermano pequeño y logró escapar».
Hoy, Teresa reconoce que «mi madre recordaba siempre todo aquello con dolor, pero también con muchas ganas de que un día fuesen beatificados. Siempre hemos sido totalmente conscientes de que mi tío y mi abuelo son mártires, y ahora están en proceso de ser reconocidos por la Iglesia como tales». Y remata con orgullo: «Soy sobrina y nieta de mártires».
[ Lee la historia de los mártires en «Alfa y Omega»]
El testimonio de Manuel Calleja y su padre, José, está recogido en el Martirologio matritense del siglo XX, [de 848 páginas] que acaba de ver la luz en la BAC. «Por fin contamos con una visión panorámica suficientemente documentada y contrastada de los sacerdotes y seminaristas mártires en Madrid», afirmó recientemente el obispo auxiliar Juan Antonio Martínez Camino, principal impulsor de la obra.
El Martirologio da fe de la vida y la muerte de 427 seminaristas y sacerdotes mártires en la diócesis de Madrid-Alcalá en los años 30, fruto de cuatro años de trabajo de un equipo de quince personas, sacerdotes y laicos, cuya principal dificultad ha sido recabar información fiable después de 80 años o más.
«Ha sido arduo y minucioso el trabajo de visitar distintos archivos, no solo el diocesano, pues de algunos sacerdotes en él no consta nada; por eso ha habido que visitar archivos de algunas parroquias, ayuntamientos y de otras instituciones», señala Joaquín Martín Abad, uno de los primeros colaboradores del proyecto, que se refiere a esta obra como «una ingente tarea» en la que también «se ha trabajado con paciencia para localizar a familiares, en ocasiones comenzando por los listines telefónicos».
A Clementino de la Villa, párroco de Oteruelo del Valle, le mataron junto a otros sacerdotes de la sierra entre los puertos de Navacerrada y Cotos. Se conserva una nota escrita por él en la cárcel en la que dice: «Me despido hasta la eternidad de todos. Rogad por mí, no me abandonéis. A Dios para todos. Perdonadme, como yo perdono a todos. Recuerdo el rosario que he rezado todas las noches sin cesar. El Señor me da dolor y gracia en esta hora».
De su muerte, su familia se enteró bastante avanzada la guerra, pero siempre recordó su martirio «con perdón», dice enérgico Santiago. «Le rezamos, pero sobre todo yo rezo por su pronta beatificación. Es un reconocimiento necesario, algo que se les debe».
Lo mismo opina Carmen Bonell, de 98 años, sobre su tío, el sacerdote Jesús María y Arroyo, capellán de las Concepcionistas de La Latina, a quien delató una antigua empleada de la familia: «Nosotros no vivimos todo aquello con rencor, pero sí con muchísimo dolor, ni siquiera pudimos encontrar su cuerpo. Todo aquello fue un horror que quisimos olvidar, pero yo he perdonado», asegura.
Alejandro de Castro, párroco de Los Molinos: enfermo, lo sacaron el 20 de agosto de 1936 en camilla de la cárcel y lo llevaron en un coche por la carretera de Villalba, donde debieron fusilarlo. Es uno de los difuntos sin recuperar. Tenía cuarenta años de edad.
72 de los asesinados no servían en Madrid
De los 427 mártires recogidos en esta obra, 355 eran sacerdotes con oficio eclesiástico en la diócesis de Madrid-Alcalá –24 eran capellanes castrenses y once eran seminaristas–, y los 72 restantes eran sacerdotes o seminaristas que vivían en la capital, que habían venido a esconderse o fueron traídos aquí por sus verdugos.
Sus edades oscilan entre los 16 y los 94 años; de casi la mitad de ellos no se sabe dónde fueron enterrados y no se han encontrado sus restos. Y entre todos ellos hay un santo y cinco beatos.
Muchos de ellos –junto con varios familiares seglares– se hallan ya camino de los altares, incluidos en tres causas de referencia: las que encabezan Ignacio Aláez y Cipriano Martínez Gil, que se abrieron en Madrid y ya están en Roma para su estudio, y la de Eduardo Ardiaca Castell, abierta en Alcalá de Henares y que se enviará próximamente a la Congregación para las Causas de los Santos.
«El Martirologio sin duda servirá para iniciar con nuevos grupos otras causas, e incluso podrán ir seglares que no están recogidos en esta obra», señala Joaquín Martín Abad, que avanza que «ya se está preparando un grupo de un centenar de mártires para iniciar una nueva causa y que se pueda comenzar la instrucción del proceso en su fase diocesana; para ello se necesita que se presenten muchos más datos de cada uno de los mártires de los que ya aparecen brevemente en este elenco de biografías».
Esta obra inicia ahora sus recorrido de presentaciones: el lunes 27 de mayo la presenta el cardenal Osoro en el Seminario Conciliar de Madrid, a las 19:30 horas. Y el jueves 30, el historiador Vicente Cárcel Ortí hará lo propio en Roma, en la Iglesia nacional española de Santiago y Monserrat.
«Sin duda este trabajo ayudará a valorar la fidelidad de tantos mártires en el siglo XX en España, que muestra la vitalidad de la Iglesia en ese tiempo, ya que el martirio es el ejercicio más pleno de la libertad humana y el acto supremo de la caridad cristiana. San Agustín repetía que lo que hace al mártir no es la condena ni el tormento, sino la causa o el motivo: Jesucristo», dice Martín Abad, para quien estos testigos de nuestra fe «nos impulsan a todos a una fidelidad mayor a Jesucristo, y a servir a la Iglesia para la salvación del mundo cuando nos enteramos y nos acercamos a cómo vivieron su vida y cómo la entregaron por amor a nuestro Señor».
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