En la región de Aragón son cinco las vírgenes consagras que hay en la actualidad. En un reportaje en el Heraldo, que le ofrecemos a continuación, explican su vocación y su día a día:
Margarita Fiat, de 60 años, es conocida por los vecinos de la zona como la virgen consagrada de la Parroquia de Pozuelo de Aragón, que pertenece a la Diócesis de Tarazona. Actualmente está dedicada por completo a la parroquia del municipio y colabora con el párroco en otros dos pueblos dirigiendo los coros parroquiales. “A veces llevo al médico a gente que no puede ir sola o ayudo a quien lo necesita”, explica.
La zaragozana fue una de las primeras mujeres españolas en dar el paso, esto sucedió el 6 de mayo del 2000 en Barcelona, en donde residió durante 12 años en el Santuario de la Font Santa, en el Castell de Subirats. Hoy es una de las cinco vírgenes consagradas que residen en Aragón.
A pesar de tratarse de un fenómeno algo desconocido, en España son más de 200 según la Guía del Orden de vírgenes consagradas de España de 2016 y la mayoría se encuentran en Madrid, Pamplona y Canarias. Estas mujeres, que en un momento de sus vidas decidieron entregarse a Cristo a través de la vida consagrada, pertenecen al Orden de las Vírgenes, la más antigua de las formas de consagración femenina. “Es una entrega total y absoluta a Cristo y a la Iglesia”, reivindica Fiat.
En su caso la entrega al mundo religioso ha sido constante desde los 18 años, cuando entró en un convento. “Hasta los 36 fui monja de clausura, pero el lupus, en aquella época una enfermedad desconocida, hizo que ese periodo fuera más duro de lo que podía soportar”, explica. Sin embargo, estos hechos no pudieron con su vocación, por lo que se decantó por este estilo de vida.
En Teruel residen otras dos vírgenes consagradas, ambas en dos ermitas –una en Híjar y otra en Alcañiz. Y en la provincia oscense se encuentra Marta Calavera, natural de Peñalba. Tiene 48 años y hace tres decidió consagrarse. “En 2007, mientras permanecía unos meses en la Casa de Espiritualidad Madre Ràfols, de Villafranca del Penedés, me hablaron sobre ellas y surgió mi curiosidad”, recuerda.
Marta Calavera es una de las cinco vírgenes consagradas que hay en la actualidad en Aragón
Sin embargo, la vida de virgen consagrada no es exactamente la de una monja o una religiosa. ¿La principal diferencia? Los votos. Son mujeres laicas, que han de sostenerse por sus propios medios y carecen de una organización jerárquica. Al igual que las religiosas, no pueden contraer matrimonio y hacen voto de castidad. “En nuestro caso no existe una estructura ni tenemos que vivir en comunidad. Solo tenemos obediencia al obispo diocesano”, explica.
“Es un modo muy acorde con los tiempos actuales porque tienes tu trabajo, tu casa y tu vida como cualquier persona, aunque no te casas ni tienes familia propia”, añade. En su caso, la oscense trabaja en el departamento administrativo de la Diócesis de Barbastro-Monzón: “Estudié Derecho y siempre he trabajado en la administración local así que cuando salió el puesto mi perfil se adaptaba perfectamente”.
Esta tradición surge en la época romana, cuando las mujeres se consagraban de este modo de la mano del obispo, y se siguió haciendo hasta los siglos III y IV con la aparición de los primeros monasterios. “Al surgir la vida monástica el rito quedó reservado a ese ámbito y la forma primigenia de consagración personal y pública de carácter secular quedó interrumpida”, explica. No sería hasta la celebración del Concilio Vaticano II (1959), cuando se volvería a fomentar. “Actualmente somos unas 3.000 en todo el mundo”, concluye.
También en Zaragoza reside María Victoria Mena, virgen consagrada por vocación y ginecóloga de profesión. A sus 44 años dio el paso en mayo de 2012, en un acto público en la parroquia de Santa Engracia al que, recuerda, acudieron varios amigos y compañeros de profesión. “En mi caso fue un proceso de conversión muy gradual, siempre he sido católica practicante y he mantenido la fe gracias a la misa dominical y al ejemplo de mis padres”, explica.
Este paso ha supuesto algunos cambios en su modo de ejercer la Ginecología para ser “completamente fiel a la Doctrina Moral de la Iglesia”, explica. “Dejé de prescribir anticonceptivos, me formé como monitora de un método natural llamado ‘Creighton Model’, y me especialicé en Naprotecnología, una alternativa médica respetuosa con la naturaleza de la mujer y del acto conyugal, para el diagnóstico y tratamiento de la infertilidad y de otras patologías ginecológicas”.