Los recientes datos sobre la proporción de los matrimonios religiosos sobre el total de los que se realizaron en el 2016, no es una sorpresa, pero sí un aldabonazo muy fuerte en la conciencia de los católicos, y aún lo es más la tendencia seguida.
Que solo 22 de cada cien matrimonios que se realizaron en España sean por la Iglesia da una dimensión real de la fe practicante y la de un mínimo compromiso con los sacramentos. Pero con ser malos, los datos empeoran al enmarcarlos. Primero, porque cada vez de casa menos gente y cada vez abunda más la cohabitación. El peso del sacramento sobre el total de nuevas parejas es claramente inferior a aquella cifra. Segundo, por cuanto la tendencia seguida desde el año 2000 es tremenda. En aquella fecha los matrimonios por la Iglesia significaban el ¡70%! La caída profunda y rápida parece detenerse en el 2015, y dar paso a un goteo de pérdidas. No debería ser un consuelo.
Para la población que se sitúa unos años por encima o por debajo de la treintena, la Iglesia es muy mayoritariamente irrelevante.
A esta situación han contribuido diversas causas. Señalamos tres de determinantes:
- En Europa, en parte de ella, de manera destacada se han cargado a la Iglesia con una sistemática demolición de su imagen, presentado y exagerando solo lo negativo, cargando la tinta sobre tópicos sin fundamento, silenciando lo bueno, separando lo que es inevitable conocer y celebrar de su razón eclesial, caso de Caritas. El mundo de la cultura mediática y del entertainment han sido inmisericordes y, sobre todo, ha desaparecido todo sujeto personal y colectivo capaz de alzar la voz. Como mucho la plaza pública registra de tanto en tanto puras respuestas reactivas que solo se dirigen a los ya muy convencidos.
- Una respuesta inadecuada de la Iglesia. No hay que ser hipercríticos. Esto ha contribuido al descredito, pero no tiene sentido, no es ni siquiera justo olvidarnos que las instancias eclesiales, algunas parroquias, muchas congregaciones religiosas, no han sabido desarrollar la tarea que tienen encomendada. Hay una dosis de crisis sacerdotal en todo esto que también señala una deficiencia -seguramente en buena medida superada, no lo sabemos a ciencia cierta- de fallo en la formación de los seminaristas. En todo esto, la desunión interna que se ha manifestado en muchos casos, la contestación en el seno de la Iglesia, el ecumenismo y diálogo con todos menos con tu hermano eclesial, ha hecho daño. Tampoco se ha comprendido el papel de los laicos en la vida pública, no se les ha formado, ni acompañado en esta tarea. Este sigue siendo un déficit bien vigente
- La debilidad de los laicos como individuos, su testimonio y predicación, la de las familias y su capacidad de trasmitir la fe, y la de su asociacionismo para hacer aquello que es tarea específica de ellos. No puede ser que su máxima expresión sea el existencialismo en unos pocos temas, o que la prestación de determinados servicios en nombre de la fe, conduzcan a eludir la causa por la cual los acometen.
Cada vez las iglesias católicas en España están más vacias y menos gente acude a los sacramentos
En el contexto actual consideramos que existen 8 tareas prioritarias que deben abordarse a la mayor escala posible.
- Informar, educar en la fe en todos los ámbitos: familia, parroquia, escuela, universidad, trabajo, contemplando que a tal formación deben ser llamados también los bautizados.
- Construir y reconstruir las comunidades. Solo si nuestras comunidades de fe son fuertes y numerosas cambiaremos el mundo con la asistencia del Espíritu Santo. Reconstruir y construir familias que viven la fe y saben trasmitir la tradición, parroquias vivas y abiertas, escuelas que la tiene como eje de su tarea, y todas abiertas a que los alejados tengan ocasión de vivir la experiencia. La comunidad como lugar privilegiado capaz de trasmitir la tradición y las virtudes, como lugar de acogida, reconciliación, reciprocidad, solidaridad, celebración y fiesta.
- La tarea principal es evangelizar. Llevar la predicación y el testimonio con inteligencia y consideración a todos los lugares, recodando siempre lo que nos dice el Evangelio (Mt 28,9 i 7,6).
- El retorno de los bautizados, de quienes se declaran católicos, pero están alejados, más o menos, de toda práctica, y que son el grupo más numeroso de población. Se trata de un abordaje previo a la evangelización, al primer encuentro, porque el objetivo es interesar, motivar y atraer, y también, a diferencia de la evangelización, realizarlo masivamente.
- Promover hacerse presentes en el debate cultural, en la sociedad civil, sus medios de comunicación e instituciones. No basta con mantenerlo en el ámbito intraeclesial porque vive en el riesgo de constituir algo aislado, una flor de invernadero.
- Llevar las aplicaciones de la doctrina social de la Iglesia a la vida pública, en la política y también en la acción social. El católico ha de comprometerse en los movimientos sociales, pero desde su especificad, y eso es en la práctica imposible si no se hace colectivamente y acompañado por la Iglesia.
- Ayudar a los movimientos jóvenes que con su práctica demuestran sus frutos. En este ámbito, el escultismo católico en su versión clásica es una garantía internacional de éxito, como lo constatan por ejemplo el movimiento de Guías y Scouts de Europa.
- La construcción social de la mentalidad moral católica. O si se quiere, en otros términos, un marco de referencia cristiano dentro del cual las personas e instituciones que configuran la sociedad formen sus opiniones, efectúen sus juicios y acciones. Esto significa tener muy clara cuál es la arquitectura esencial del catolicismo, sobre todo, en el orden del pensamiento que precede al juicio; por ejemplo, la importancia decisiva de las virtudes, y específicamente de las cristianas, o la esperanza en la providencia de Dios, sin confundirla con un pensamiento mágico que aprisiona a la divinidad sometiéndola a mi petición.