La congregación nació en el madrileño Ciempozuelos de la mano del benedictino José María Benito Serra —que llegó a ser obispo en Australia— y de la venerable María Antonia Oviedo y Schöntal —hija de padre sevillano y madre suiza— que era una mujer culta, escritora, institutriz de tres hijas de la Reina María Cristina. Desde su origen, las oblatas buscaban cobijar a las mujeres que abocadas a la prostitución por la pobreza o la desesperación.
Llegaron a Sevilla en 1961. En aquellos tiempos vestían un hábito gris, símbolo de las cenizas, del "quemarse hasta desgastarse". La vocación de entrega permanece aunque con el Vaticano II dejaron de usar el hábito.
El centro Al Alba está situado en la calle Relator, junto a la Alameda, detalla el diario ABC en su edición sevillana. Allí se coordinan 3 religiosas, una treintena de voluntarios, cinco trabajadores y catorce laicos.
Cuando se inauguró hace 10 años las mujeres que atendían era españolas y latinoamericanas. Hoy son mayoría las nigerianas, aunque también hay de países del Este, latinoamericanas y españolas.
Las oblatas y su equipo ayudan a las mujeres que quieren dejar el mundo de la esclavitud y la trata -a menudo con mafias que amenazan a sus familias- con 4 herramientas:
1) Formación: se les enseña español, habilidades sociales "prelaborales", cocina mediterránea, mantenimiento del hogar y algo que puede dar tanta autonomía como saber ir en bicicleta, entre otras cosas...
2) Sensibilización: las Oblatas y el centro explican la situación en colegios, universidades, foros políticos, encuentros de trabajadores sociales y abogados...
3) Intervención en la calle: acuden a casas de citas o a las mujeres en las calles, allí crean lazos de confianza, se las anima a tener esperanza y se les plantea posibilidades alternativas a la prostitución.
4) Atienden a los niños: los ayudan en su etapa escolar, les ofrecen un espacio sano alternativo...
Gala de entrega de diplomas a las alumnas que completan los distintos cursos de formación del centro Al Alba
A «Al Alba», dice Marisa Cotolí, superior de las Oblatas en Sevilla, las mujeres «llegan muy destrozadas porque han sufrido todo tipo de violaciones de sus derechos como personas y como mujeres, agresiones físicas, sociales y morales. Vienen muy rotas, pero albergando esperanza de que es posible vivir, caminar hacia adelante, ponerse en pie... nuestro trabajo es fundamentalmente acoger, escuchar en profundidad, caminar a su lado, hacia ese ponerse en pie hacia la autonomía y la independencia».
«Estas mujeres son testimonios vivos. Veo la imagen del Redentor en ellas», dice, emocionada, la superiora, «a pesar de lo que han pasado son capaces de despertar cada mañana con la esperanza de que es posible vivir y no sobrevivir, y echar a andar. Esa alegría que tienen es el testimonio de vida, porque ellas nos enseñan a mantenernos en pie y nos hablan de fortaleza. Como mujer creyente que soy, enamorada del Señor, tengo la creencia de que los milagros existen y que Dios las sostiene en la palma de la mano».