Este domingo en el marco del Año de la Misericordia se celebrará en el Vaticano el Jubileo de los Presos. La Iglesia tiene una pastoral dedicada a ellos pues es consciente de que los encarcelados necesitan misericordia y que muchos de ellos necesitan ser sanados de muchas heridas. Es ir a las periferias existenciales entre asesinos, violadores, pederastas, terroristas…Pero allí también está Dios.
El sacerdote rumano Sorin Catrinescu llegó a España en 2003 y pidió ser voluntario en la cárcel granadina de Albolote, una de las más peligrosas de España. Ahora es delegado de Pastoral Penitenciaria de la Archidiócesis y cuenta en una entrevista con José Antonio Méndez en Alfa y Omega los milagros que se producen en la cárcel.
- Todos los capellanes penitenciarios tenemos tres líneas de acción: una religiosa, una social y una jurídica. Con la primera damos catequesis, celebramos los sacramentos, y en cada módulo tenemos voluntarios para hablar con los internos, acompañarlos y anunciarles el Evangelio. También celebramos bautizos, comuniones y confirmaciones.
- Sí, incluso de musulmanes. Muchos presos cambian de vida al encontrarse con Cristo. Llegan aquí con la vida interior destruida, y al acercarse al Señor se dan cuenta de que pueden ser amados, perdonados, cambiados. Al poner sus ojos en Dios, piensan por primera vez en su mala vida y se arrepienten.
- Tenemos cerca de 30 talleres: alfabetización; educación primaria, secundaria y bachillerato; informática; inglés; costura; cocina; acompañamiento en los permisos; búsqueda de trabajo… Además hay diez psicólogos para programas de rehabilitación, y especialistas en derecho penitenciario para ayudarlos caso por caso.
- Nosotros tenemos una lista con 240 presos que pueden venir a Misa porque no han faltado más de tres veces seguidas. De estos, la mayoría piden confesión, y de estos, solo unos poquitos tratan de ocultar que son culpables. La mayoría reconocen en la confesión sus pecados y sus delitos, porque saben que Dios puede liberarles de esas cargas.
- ¡Mucho más! Fuera de la prisión, mucha gente va a confesarse creyéndose buena e intenta dulcificar sus pecados. Los presos no buscan aparentar. Cuando tocas fondo es más fácil reconocer que pecas.
- También para un preso es más fácil entenderlo porque la mayoría tiene alguna adicción: a la droga, a la violencia, al delito… Al hablar con nosotros se dan cuenta de que están encerrados porque antes han perdido la libertad interior y son esclavos de algo. Una persona que es libre en su interior puede construir una nueva vida. Antes o después sales de prisión, y si lo haces con la libertad que te da Dios, ganas la batalla. Si sales con las mismas dependencias, lo normal es que vuelvas.
- Con el poder de la gracia. Nosotros solo presentamos al Señor con el Evangelio. Más de 200 de los que ahora vienen a Misa antes no tenían fe. Aquí han encontrado la oportunidad de relacionarse con Jesucristo de forma directa y, a veces, hasta brutal. En prisión hay un gran despertar religioso. El problema es acompañarlos cuando salen y vuelven a entornos de droga y delincuencia.
- Todo lo contrario. Al ser módulos de alta seguridad, los funcionarios vigilan desde lejos porque muchos presos son muy peligrosos: violadores, asesinos, personas con trastornos, terroristas… Y siempre que ha habido peleas cuando estábamos dentro, han sido los propios presos quienes nos han protegido y ayudado a salir. Incluso cuando nos hemos metido entre ellos para separar una pelea.
- En absoluto. Tratamos a todos igual y no les preguntamos qué han hecho, porque cada uno de ellos es una persona necesitada del amor de Dios. Un violador o un yihadista necesitan saber que Dios los ama. Por eso luego nos ayudan, porque todo lo hacemos creando lazos de amistad, como nos pide Jesús.