La Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), y su Obra la Fundación San Pablo CEU, organizan el Congreso Católicos y Vida Pública que en su XVIII edición lleva por lema “YO SOY CRISTIANO: hechos y propuestas”, a celebrar en Madrid los días 11,12 y 13 de noviembre.
Juan Caamaño Aramburu, propagandista del centro de Jeréz y miembro del Comité Ejecutivo del Congreso Católicos y Vida Pública, explica, en este artículo que reproducimos, la importante influencia de la espiritualidad ignaciana tanto para su asociación como para la Iglesia universal.
por Juan Caamaño Aramburu
El pensamiento, carisma y testimonio de vida cristiana que el santo de Loyola dejó a sus hermanos de la Compañía de Jesús ha sido definido como “espiritualidad Ignaciana”, caracterizada por ser una espiritualidad realista, de cara al mundo, para llevarla a la práctica en el vivir de cada día. Esa especial relación de lo “ignaciano” con el mundo ha movido a quienes viven ese espíritu, ya pertenezcan a la Compañía o no, a estar presentes en la realidad temporal con el firme compromiso de transformar la sociedad de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio.
La ACdP, organizadora del Congreso Católicos y Vida Pública, vive desde su fundación en el año 1909 el espíritu ignaciano, no en vano su fundador, el Padre Ángel Ayala, era, además de jesuita, un ignaciano puro, y del primer presidente de la Asociación, don Ángel Herrera Oria, se dice que “en su fuente de espiritualidad era muy ignaciano”.
Hoy, tras más de cien años de vida, la Asociación manifiesta el espíritu de Ignacio de Loyola en el Congreso que organiza, poniendo especial atención en dos de las principales características por las que se identifica la espiritualidad ignaciana: la acción y el sentido eclesial.
Al lema del Congreso “YO SOY CRISTIANO” le acompaña el subtitulo “hechos y propuestas”, palabras que transmiten un mensaje, pues tienen su fundamento en el hecho de que ser cristiano significa ser una persona de acción, comprometida, primero con Cristo y consecuentemente con el prójimo a través de las bienaventuranzas y las obras de misericordia.
Así lo entendió Ignacio de Loyola quien tras un largo período de discernimiento, dejándose guiar por el Espíritu Santo, descubrió que su verdadera vocación no era recogerse en la intimidad de un monasterio, sino la de ser apóstol en el mundo para “hacer cosas grandes por amor de Dios”. Fue un largo e intenso proceso que siguió a través de tres etapas: “pararse a pensar”, “sentir deseos” y.... “hacer”.
Una mirada al programa del Congreso Católicos y Vida Pública nos permite descubrir el “hacer” de la Iglesia a través de diferentes rostros y testimonios de vida por parte de quienes tras pensar e interiorizar el mensaje de Cristo han sentido el deseo de vivirlo, para finalmente llevarlo a la práctica mediante hechos y propuestas.
Unos ayudando a los “descartados”: pobres, marginados, inmigrantes, no nacidos, etc.; otros sosteniendo a quienes son perseguidos por pronunciar el nombre de Cristo, y también por quienes su vocación de cristianos la viven en la universidad, la cultura, la política o los medios de comunicación, como un medio de evangelizar para hacer presente en el mundo el Reino de Dios.
A la centralidad de Cristo, manifestada en el “YO SOY CRISTIANO”, le corresponde la centralidad de la Iglesia, porque no se puede seguir a Cristo más que en la Iglesia y con la Iglesia.
El sentido de pertenencia a la Iglesia lo dejó de manifiesto San Ignacio cuando se presentó ante el Papa Paulo III, no para pedir favores que era lo normal en aquellos tiempos, sino para ofrecerse desinteresadamente y “que los emplease donde considerase que fuese mayor gloria de Dios y provecho de las ánimas”, pues él y los suyos querían servir a la Iglesia, en la Iglesia y desde la Iglesia.
El Congreso Católicos y Vida pública quiere dar voz a diferentes carismas de la Iglesia: laicos, presbíteros y consagrados, porque el cristianismo ha de vivirse en comunidad y en comunión. Ellos manifiestan la riqueza de la comunidad eclesial en su diversidad y su puesta en común, signo de cómo las experiencias de cada uno contribuyen al único fin que da sentido al Congreso: evangelizar en la vida pública.
Hoy el magisterio de Francisco no puede quedar al margen de cualquier actividad donde la Iglesia se haga presente, y en este caso con más motivo cuando en la Silla de Pedro se sienta un jesuita e ignaciano de los pies a la cabeza.
El empeño de Ignacio de Loyola por el “qué hacer”, nos permite entender la obsesión del Papa cuando insiste en que quiere una “Iglesia accidentada”, una “Iglesia en salida”, “hospital de campaña”; más aún, ha dicho claramente que prefiere una Iglesia “herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad". Y para esa Iglesia, dice Francisco, necesita que los cristianos sean “personas-cántaros para dar de beber a los demás”, pensamiento que coincide con el de Herrera Oria cuando decía a los propagandistas que debían ser “almas-lámpara” en la sociedad en que vivían.
Este es el espíritu de Ignacio de Loyola, es el pensamiento del Papa, y es lo que queremos vivir y compartir en el Congreso. Os esperamos...
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Yo soy cristiano. Congreso católicos y vida pública