"Sólo pido que todos aquellos y aquellas que tienen alguna responsabilidad e influencia social y política, trabajen por el bien común y por la construcción de una sociedad más y más unida, más libre y más justa. Y para conseguirlo es necesario aunar fuerzas”, defiende el arzobispo de Barcelona, apenas dos semanas después de la tradicional Diada. “No deberíamos excluir a nadie en esa tarea de crear puentes, de atender a los pobres y necesitados, de establecer ámbitos de cultura, de formación en valores morales”, añade.
En su alegato a favor de la unidad social y política, el prelado aboga por “construir una sociedad más fraterna y humana”, y pide que “la misericordia sea el móvil de todas mis acciones pastorales”.
En su carta pastoral, dedicada a la festividad de la Virgen de la Merced, que se celebra el 24 de septiembre, monseñor Omella hace balance de sus nueve meses al frente de la sede catalana y expone ante los fieles barceloneses “cómo me siento después de esta andadura que empezó de manera sorprendente para mí porque ni la busqué ni la deseé”. Confiesa el prelado que llegó a la Ciudad Condal -que califica de “ciudad grande y compleja”- “con cierto temor y temblor”, en expresión de San Pablo, pero que se siente “acogido y valorado”. “La gente ha sido y es muy comprensiva conmigo. Me siento como un hermano más que camina codo con codo con todos, tratando de llevar muy dentro de mi corazón los gozos y sufrimientos de toda la gente”, subraya monseñor Omella.
“La diócesis de Barcelona es reflejo de la complejidad de nuestro mundo”, constata el prelado, ya que “es una ciudad cosmopolita en la que se encuentran los valores más bellos y sublimes y, a su vez, los sufrimientos y desconciertos más dolorosos de nuestro mundo moderno”, concluye.
Monseñor Omella es aragonés, natural de Cretas (Teruel), perteneciente a la archidiócesis de Zaragoza, aunque se trata de una zona de habla catalana. Estudió en el seminario de Zaragoza y en el Centro de Formación de los Padres Blancos en Lovaina y Jerusalén. Durante un año fue misionero en Zaire. En 1996 fue nombrado obispo auxiliar de Zaragoza, y desde 1999 ocupó la diócesis de Barbastro-Monzón (Huesca). En 2004 fue designado obispo de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, y en 2014 la Santa Sede hacía público su nombramiento como miembro de la Congregación para los Obispos.
Dentro de unos días celebraremos la fiesta de la Virgen de la Merced. Por primera vez, participaré en esta fiesta como arzobispo de Barcelona y me uniré con gozo a quienes felicitan a la Virgen María en el día de su onomástica.
Con este motivo quisiera entablar un diálogo cordial y sencillo, tal como puede hacerlo un hijo con su madre. Sí, llevo ya nueve meses con vosotros y quisiera decirle a María, la madre de todos, cómo me siento después de esta andadura que empezó de manera sorprendente para mí porque ni la busqué ni la deseé.
Querida Virgen de la Merced:
Te confieso, madre, que vine a Barcelona con cierto temor y temblor. No sabía si sabría adaptarme a la vida de una ciudad tan grande y compleja como es ésta. Después de estos nueve meses puedo decir con gozo que me siento acogido y valorado, aún a sabiendas de que no soy perfecto. La gente ha sido y es muy comprensiva conmigo. Me siento como un hermano más que camina codo a codo con todos, tratando de llevar muy dentro de mi corazón los gozos y sufrimientos de toda la gente.
La diócesis de Barcelona es reflejo de la complejidad de nuestro mundo. Barcelona es una ciudad cosmopolita en la que se encuentran los valores más bellos y sublimes y, a su vez, los sufrimientos y desconciertos más dolorosos de nuestro mundo moderno.
Muchas personas han dado un sí generoso y valiente a Cristo, tu Hijo, y le siguen con fidelidad y sin ningún temor. Otros se han alejado del camino de la fe y, o bien viven sin referencia a valores religiosos y trascendentes, o bien ni se plantean las cuestiones religiosas. Pero he descubierto, con sumo agrado, que en todos ellos hay una gran sensibilidad por dar respuesta y ayudar a los hermanos más desprotegidos. Hay una gran corriente de caridad fraterna que se refleja en tantas y tantas organizaciones de solidaridad, tanto de inspiración cristiana, como Cáritas, como en otras de carácter civil.
En la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) celebrada este verano en Polonia he podido descubrir que muchos jóvenes aman a Jesucristo, quieren seguir sus huellas y están contentos de pertenecer a la Iglesia. Viven la fe sin complejos y con entrega generosa a los más pobres y necesitados. Ellos nos auguran un futuro esperanzador, tanto para la Iglesia como para la sociedad. Felicito a esos jóvenes y los pongo bajo tu protección de Madre, llena de ternura y de misericordia. Les animo a seguir por ese camino de seguimiento a Cristo y a no dejar el grupo cristiano al que pertenecen; juntos se pueden afrontar mejor los retos que nos platea la vida.
Muchos me preguntan cómo veo la situación social y política de nuestra tierra catalana. Sólo pido, Virgen María, que todos aquellos y aquellas que tienen alguna responsabilidad e influencia social y política, trabajen por el bien común y por la construcción de una sociedad más y más unida, más libre y más justa. Y para conseguirlo es necesario aunar fuerzas. Todos unidos podremos más que separados. No deberíamos excluir a nadie en esa tarea de crear puentes, de atender a los pobres y necesitados, de establecer ámbitos de cultura, de formación en valores morales.
¿No es admirable lo que hizo la venerable barcelonesa Dorotea de Chopitea? Su vida se conformó en dos grandes ejes desde su profundo amor a Dios, expresado en el cuidado de los más necesitados. Estos son los dos ejes que dieron lugar a la obra social extraordinaria y pionera en su época: la formación de los jóvenes y la preocupación por las personas más humildes. Deseo que en estos momentos de la historia encontremos en esta tierra personas con ese mismo empuje y esa misma entrega. Este país se lo merece.
Virgen de la Mercè, protege a todos los barceloneses y a todos los catalanes. Ayúdanos a caminar con esperanza y dispuestos a abrazar a todos los hermanos, con el fin de construir una sociedad más fraterna y humana. Pongo en tus manos de Madre mi ministerio pastoral, que quiero ejercer, como se puede leer en mi sello episcopal, “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios”. Que la misericordia sea el móvil de todas mis acciones pastorales.
Reina y madre de misericordia, acógenos en tu regazo y guárdanos siempre en la paz de tu Hijo. Amén.
Que Dios os bendiga a todos.
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona