La Conferencia Episcopal Española ha cumplido 50 años y con este motivo la CVII Asamblea Plenaria ha aprobado un Mensaje con el título Al servicio de la Iglesia y de nuestro pueblo. El texto cuenta el origen de la institución tras el Concilio Vaticano II, su voluntad de reconciliar a los españoles y de presentar el Misterio de la fe desde lo positivo, intentando adaptarse a los cambios y retos de la sociedad española. Este es el texto completo.
Al servicio de la Iglesia y de nuestro pueblo
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Al cumplirse cincuenta años de la creación de la Conferencia Episcopal Española, los obispos valoramos su existencia y su fecunda trayectoria de servicio con profunda gratitud: de agradecimiento a Dios que nos ha confiado un ministerio para la Iglesia y un servicio benéfico y necesario para la entera sociedad española. Nuestro reconocimiento se dirige igualmente a todos los obispos que han formado parte de ella a lo largo de estas décadas, así como a los colaboradores en sus distintos organismos, comisiones y departamentos.
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Nuestra gratitud va destinada también a tantas personas e instituciones que han participado en las distintas actividades y que han sostenido y colaborado en las iniciativas y proyectos surgidos de la Conferencia Episcopal. Esta no es un mero organismo administrativo; sus documentos y actuaciones, sus planes y programas han estado insertos en el caminar de una comunidad eclesial viva, como es la Iglesia en España, que tiene tras de sí una larga y fecunda historia cristiana que arranca de la época apostólica y testimonia una multitud de santos, y que peregrina a través de las variadas y cambiantes circunstancia de la sociedad.
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La Conferencia Episcopal, como instrumento de la espíritu colegial de los obispos (cfr. Apostolos suos, 14; CIC., c. 447), ha desarrollado su tarea en un periodo de profundas transformaciones tanto en lo eclesial como en lo social, cultural y político. A lo largo de estas décadas que han transcurrido los obispos, junto con el resto de los miembros del Pueblo de Dios, asumimos nuestra responsabilidad y nuestro papel en un tiempo apasionante, cargado de tensiones pero también de expectativas y de promesas.
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En todos estos años hemos querido hacer realidad la afirmación conciliar de que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1), pero también hemos de confesar y pedir perdón por las ocasiones en que no ha sido así y no hemos estado a la altura de las exigencias evangélicas que, como pastores de la Iglesia, se esperaba de nosotros.
Con el impulso del Concilio
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Nuestra Conferencia surgió “como primer fruto del Concilio”, según dijeron los obispos españoles en una carta escrita el mismo día de la clausura del acontecimiento conciliar. Señalaban ya entonces que “su importancia para el futuro de nuestro catolicismo es muy grande, porque el Concilio ha encomendado a las Conferencias Episcopales la aplicación de muchas de sus determinaciones”. En 1966 se constituyó formalmente a fin de que los obispos pudiéramos ejercer de modo colegial nuestro ministerio, coordinando las actividades comunes y facilitando la recepción del Vaticano II en nuestra Iglesia y en nuestro contexto social e histórico.
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Nuestra nación ha experimentado, a lo largo de estos cincuenta años, un cambio de régimen político, la instauración de un sistema democrático constitucional, el desarrollo de un pluralismo creciente, el mayor protagonismo y diversidad de las comunidades autónomas, la irrupción de corrientes de pensamiento y de modelos de vida diferentes, cuando no distantes de la tradición cristiana. Con la ayuda de Dios los obispos, unidos a nuestros sacerdotes, vida consagrada y fieles, y a una infinidad de conciudadanos, hombres y mujeres de buena voluntad, hemos querido ser, como testigos de las tradición cristiana de nuestro pueblo, constructores de paz, buscando la reconciliación entre todos los españoles, la superación de las heridas del pasado, y la unión esperanzada de todos por el logro de un presente y un futuro mejor para la entera sociedad.
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Por esto y con un permanente espíritu de servicio, hemos debido realizar como Pastores un discernimiento de la situación moral de nuestra nación y de sus instituciones, así como del modo de presencia de la Iglesia en una sociedad en constante transformación. Hemos afrontado las relaciones con la comunidad política y con grupos culturales de diferente ideología en actitud sincera de diálogo y de colaboración. De este modo la Iglesia reivindicaba su libertad para actuar en la sociedad desde la propia identidad, lo cual reclamaba una conciencia de sí misma más profunda y una actitud evangelizadora renovada y comprometida.
En comunión con el Sucesor de Pedro
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La Iglesia se ha encontrado así ante la inmensa tarea de ir acogiendo y desarrollando las enseñanzas conciliares en unos momentos de efervescencia ideológica, que en ocasiones podía desembocar en polarizaciones y contraposiciones. En este escenario histórico y a lo largo de los años los obispos españoles hemos seguido las indicaciones de los Papas: el beato Pablo VI, que nos pedía trabajar incansablemente por la paz y el diálogo, con mirada de largo alcance, para afirmar el Reino de Dios en todas sus dimensiones; san Juan Pablo II que, durante su primera visita a la sede de la Conferencia Episcopal, nos señaló como objetivo central de nuestra misión la aplicación de las enseñanzas del Vaticano II, actuando como “garantes de la comunión eclesial y coordinadores de las fuerzas eclesiales” y animó a la defensa de la familia y de la vida humana, así como de nuestra identidad cristiana; Benedicto XVI, que recordó los criterios de una adecuada interpretación del Concilio que armonizara la tradición con la renovación, así como la primacía de Dios, especialmente necesaria en nuestro tiempo amenazado por el secularismo y el relativismo. Ahora con el Papa Francisco, a la par que le mostramos nuestra plena comunión con su persona y magisterio, queremos secundar su renovado llamamiento a una verdadera conversión pastoral, mostrando a todos el rostro misericordioso de Dios a través de un mayor empeño evangelizador.
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San Juan Pablo II nos ha indicado al “Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo Millennio Ineunte, 57). Así ha sido ciertamente para nosotros, desde los criterios que brotaban fundamentalmente de sus cuatro constituciones: profundizar en la realidad más esencial de la Iglesia, como misterio que vive de la comunión de la Trinidad, como Pueblo de Dios que peregrina en la historia y que ha sido enviada como sacramento de salvación, siendo fieles a Dios y a los hombres, integrando la pluralidad y variedad de sus miembros (Lumen Gentium); procurar que nuestra Iglesia se alimente de la Palabra de Dios (Dei Verbum) y de la liturgia, especialmente de la Eucaristía (Sacrosanctum Concilium) para hacer posible una espiritualidad viva y auténticamente cristiana; promover un encuentro cordial y dialogante con un mundo, una sociedad y una cultura que defienden su justa autonomía y un pluralismo enriquecedor (Gaudium et Spes).
Corresponsables en la misión eclesial
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A pesar de nuestras deficiencias, hemos procurado siempre, conforme a la dimensión colegial y de servicio de nuestro oficio episcopal, que esa comunión se viva como gozo de pertenencia eclesial, evitando posiciones unilaterales, reconociendo y potenciando la diversidad de carismas y de ministerios en la unidad irrenunciable del ministerio episcopal, fomentando la corresponsabilidad en todo el Pueblo de Dios, en especial de los sacerdotes, nuestros más estrechos colaboradores, y de los miembros de la Vida Consagrada y de los laicos. Así hemos valorado grandemente la renovación de las parroquias y la contribución de asociaciones, movimientos y comunidades como un enriquecimiento de todos, gracias a la acción permanente del Espíritu que crea la diversidad y es fundamento de la unidad. Desde esa convicción hemos publicado documentos y hemos suscitado encuentros nacionales dedicados a los laicos, a los presbíteros, a los diáconos, a la Vida Consagrada, a los catequistas, a distintos tipos de voluntariados, al diálogo ecuménico e interreligioso y a la piedad popular.
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Este trabajo ha sido siempre planteado como un servicio a las diócesis, el verdadero espacio de la tarea pastoral, desde la unidad que garantiza la Eucaristía y el ministerio apostólico. Los cristianos formamos parte de la Iglesia universal a través de las Iglesias diocesanas; en ellas se insertan todos los carismas asociativos y comunitarios, se experimenta en lo concreto la comunión, y para servirlas mejor se planearon y realizaron los distintos congresos y encuentros pastorales.
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Esta comunión la hemos vivido como apertura y solicitud por todas las Iglesias, más allá de nuestras fronteras. Hemos expresado nuestra vinculación afectiva y efectiva con el Papa, Sucesor de Pedro, que se manifestó popularmente de modo especial en sus visitas a nuestro país y en los eventos internaciones como las Jornadas Mundiales de la Juventud y el Encuentro de las Familias; hemos prestado apoyo a las Iglesias en necesidad en otros países y hemos recordado la actualidad permanente de la misión ad gentes de nuestros misioneros como servicio evangelizador y de cooperación entre las Iglesias.
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El desarrollo de la reforma litúrgica, que facilita la participación activa y fructuosa del pueblo cristiano, ha exigido un inmenso esfuerzo para actualizar los libros litúrgicos, para redescubrir el valor del domingo y de los diversos sacramentos; esta renovación ha sido acompañada y facilitada por un mayor acercamiento a la Palabra de Dios, que ha culminado con la traducción oficial de la Sagrada Biblia y las distintas ediciones del Leccionario. De este modo la Iglesia es evangelizada para poder ser evangelizadora.
Al servicio de todos
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La Iglesia en España ha querido ser la Iglesia de todos, haciéndose cercana a los más variados ámbitos sociales y culturales, pero hemos buscado que aparezca como servidora de los más pobres y débiles: los enfermos, los inmigrantes, los marginados o excluidos; por ello hemos potenciado la pastoral general y la sectorial. La defensa de los derechos humanos, especialmente de los más desfavorecidos, nos ha llevado a ser socorro y voz de los que no son escuchados, sobre todo a través de Cáritas, Manos Unidas y las demás organizaciones eclesiales de acción social y caritativa. De ahí también el empeño en estimular la presencia y compromiso de los católicos en la vida pública, la caridad política y la dimensión social de la fe, con el fin de defender la justicia, la vida humana, la igualdad de todos, el verdadero matrimonio, la familia, el derecho de los padres en la educación y la libertad de enseñanza.
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Nuestro servicio a la sociedad y nuestra fidelidad al Señor Resucitado nos ha exigido una profunda renovación pastoral que ponga en el centro la transmisión de la fe y la evangelización, el anuncio primero y explícito del Evangelio. Ello se ha expresado con actualidad siempre renovada en los planes pastorales, en congresos, así como en el cuidado de la iniciación cristiana y de la catequesis, sobre todo fomentando la acción catequética mediante la publicación de los distintos catecismos de la Conferencia Episcopal adecuados a cada etapa. Siempre hemos intentado presentar el aspecto más positivo y luminoso del misterio cristiano, para que pudiéramos ser testigos del Dios vivo y de su amor, fuente de felicidad y de realización personal y social.
Mayor compromiso evangelizador
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De la mirada agradecida al pasado brota el compromiso ilusionante y esperanzado hacia el futuro, con el aliento del Papa Francisco; nos invita a una más intensa conversión pastoral y misionera, para la cual destaca el papel de las conferencias episcopales, las cuales deben desarrollar sus potencialidades y asumir nuevas atribuciones al servicio de las diócesis, protagonistas principales de la evangelización; de este modo realizaremos “el compromiso de edificar una Iglesia sinodal”, pues el trabajo compartido (sinodalidad) “es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”, de nosotros los pastores y de cada uno de los bautizados.
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Nuestro vigente Plan Pastoral Iglesia en misión, al servicio de nuestro pueblo recoge con claridad estos objetivos de intensificar la dimensión evangelizadora de la Iglesia y de ponernos al frente de un movimiento de conversión misionera de nuestras diócesis, tanto aquí como más allá de nuestras fronteras, para lo cual aspiramos a implicar a toda la comunidad cristiana, con una mirada llena de compasión y de misericordia hacia nuestro mundo; con realismo y confianza, pues la esperanza cristiana supera toda decepción, resignación o indiferencia, ya que nace de un amor apasionado a Jesucristo y de la caridad sincera y cordial con el prójimo.
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Con la confianza de que la entera comunidad cristiana nos acompañe con su oración, nos ponemos bajo la protección de la Santísima Virgen María, en sus diversas advocaciones presentes en toda nuestra geografía, que S. Juan Pablo II en su última visita a nuestro país, calificó como “Tierra de María”. A su amor materno os confiamos y a la protección del Apóstol Santiago, a fin de que “por su martirio sea fortalecida la Iglesia y, por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos” (Misal Romano. Oración colecta de la solemnidad del Apóstol Santiago).
Madrid, 22 de abril de 2016