Agustín Gabarre es diácono permanente y capellán del Complejo Funerario de Torrero, el cementerio municipal y el tanatorio de Servisa Z-40, en ZaragozaSu labor es coordinar y formar al equipo de capellanes para la realización de las exequias de los fieles difuntos, así como celebrar estos ritos como parte del equipo. Lo entrevista Rocío Álvarez para Iglesia en Aragón.
- ¿En qué consiste el servicio de un capellán?
- La capellanía tiene como misión dar el servicio al que los cristianos tenemos derecho: un acompañamiento y despedida para las familias y allegados de los difuntos, así como rezar por ellos y sus familias. Realizamos el acompañamiento en los velatorios y después la celebración de las exequias, con misa funeral o exequias, con celebraciones de la palabra o responsos, en las capillas que hay dispuestas, pero también en las salas de despedida, nichos, columbarios, panteones…
- ¿Con qué equipo cuenta? ¿Echan en falta labor de voluntarios?
- El equipo de capellanes está compuesto de aproximadamente 25 ministros, entre presbíteros y diáconos permanentes. Indudablemente siempre es necesaria la ayuda de más personas. Lo ideal sería que las exequias se realizasen en las parroquias de los fieles difuntos, pero es en las ciudades sobre todo donde se van centralizando hacia los tanatorios como lugares de despedida. Así es como la capellanía actúa supliendo a las parroquias de origen.
- ¿Cómo da consuelo a las familias de los fallecidos?
- Tratamos de dar testimonio de aquello que la Iglesia ha sido testigo, la resurrección del Señor, como nos dice san Pablo en la Carta a los Corintios: “Si no creemos en la resurrección vana es nuestra fe”. Con este claro mensaje los capellanes se acercan a las familias y allegados, acompañan prestando un servicio fraternal de escucha, acompañamiento, dando esperanza y rezando. También aprovechamos para anunciar el kerigma, sabiendo que muchos familiares y amigos asisten a las exequias no siendo creyentes, y en esos momentos es cuando la persona está abierta a la trascendencia.
- ¿El alejamiento de la fe de muchas familias quizás hace más difícil esta labor?
- En un mundo cada vez más materialista, la enfermedad y la muerte son escondidas. El sistema social trata de evitar el dolor y las situaciones que tienen que ver con la debilidad humana. Y aunque esto trata de imponerse, las personas necesitamos dar sentido a la vida, de una manera u otra estamos abiertos en algún momento a la trascendencia. Es el momento de despedir a alguien cuando nuestro ser está totalmente abierto y en búsqueda. Es en ese momento cuando los ministros tienen una plataforma privilegiada para realizar un primer anuncio de quién es el Dios cristiano.
- Ha surgido alguna vez alguna conversión de algún familiar tras la muerte de un ser querido? ¿Algún ejemplo que pueda contarnos?
- Los ministros constantemente nos esforzamos en formarnos y colaboramos con otros actores que se relacionan en nuestro ámbito, sobre todo con las capellanías de los hospitales y residencias. Nosotros continuamos la labor que ellos han comenzado acompañando el duelo que comienza al saber que alguien va a fallecer, enfermos terminales o últimos momentos de vida donde nuestros compañeros están presentes. En los momentos previos a la muerte los servicios de los hospitales, residencias de mayores, etc. realizan una labor de preparación esencial. Así es como en ocasiones existen conversiones, personas que han encontrado a equipos de acompañantes que les han ayudado a sobrellevar la muerte de un ser querido, desde el equipo de asistencia espiritual del hospital, pasando por nosotros y después la parroquia, hacemos que al menos despierte en ellos una curiosidad.
- La muerte es tabú. Sin embargo, rompiendo lo políticamente correcto, pregunto: ¿cómo prepararnos en vida para el momento de la muerte?
- Nunca se está preparado completamente para la muerte, siempre nos queda algo por hacer, nuestra mente desea conocer, vivir, experimentar… Pero la muerte forma parte de la vida. Necesitamos de la muerte para poder vivir, para dar un sentido a nuestra vida. La muerte como tránsito, experiencia hacia el fin último que es la vida en Dios. Palabras que no son huecas, sino que se llenan de contenido con la experiencia de la fe. Vivir es la mejor preparación para morir. Como dice el evangelio de San Juan, «me voy para prepararos un lugar, para que donde estoy yo, estéis también vosotros».