Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, es uno de los obispos que se manifiesta de manera más clara en España. Y ante la ofensiva laicista liderada por el Gobierno de Pedro Sánchez para arrinconar la escuela concertada y la asignatura de Religión no dudó en calificar esta medida como la "vuelta de una dictadura totalitaria".
Sus palabras han causado numerosas críticas en los partidos y grupos más laicistas, y en una entrevista en La Nueva España se reafirma en sus palabras y explica por qué se producen estos ataques:
- ¿Cuál es el motivo de fondo que le llevó a emplear una expresión tan fuerte como “dictadura totalitaria”?
- Hay dictaduras que son la resulta de un golpe de Estado, y las hay también que se transforman en tales después de una legítima elección democrática. La dictadura no explica únicamente cómo se llega al poder sino cómo se ejerce. Cuando el modo es invadente y se conculcan derechos fundamentales de las personas y de los pueblos, entonces estamos ante una “dictadura democrática”. No por haber llegado al poder por un cauce democrático se excluyen los modos y formas totalitarias. Esto es enormemente peligroso y genera sobresaltos, intolerancias, estatalismos que minan la libertad. Lo haga quien lo haga.
- ¿Considera que postergar la educación concertada y la asignatura de religión puede dar o quitar votos?
- Sean cuales sean las siglas políticas que haya detrás, una medida así tiene varias intenciones. Sin duda que habrá personas que desde su posición de izquierda anticlerical (también los hay de derecha) pueden ver con agrado que se censure todo lo más posible la oferta educativa cristiana que representa la inmensa mayoría de la escuela concertada, y que se potencie una escuela estatal de corte laicista y antieclesial. Dígase lo mismo respecto de la asignatura de religión.
- ¿Y da votos?
- Puede ser fuente de votos para quienes saludarán esas medidas. Pero además de este objetivo, también se pretende arrinconar el hecho cristiano, la presencia de la Iglesia en la vida pública y social como si fuera una intrusa que está de más. Son las conocidas tesis laicistas que así practican su intolerancia anacrónica e injusta, incapaces de un verdadero diálogo y de una pacífica convivencia con posiciones que no coincidan con las suyas. Éste fue el precioso y recordado ejemplo de nuestra transición democrática: que distintas posiciones políticas y sociales lograron consensuar un marco de convivencia que hizo posible la reconciliación, comenzando una nueva página de nuestra reciente historia.
- ¿Hay que interpretar sus palabras como un llamamiento a la movilización de los católicos?
- En absoluto. Pero sí una voz libre que dice con respeto y con razones las cosas que se están dando con demasiados despropósitos y no exentas de tropelías, en una improvisación nerviosa que termina pisoteando derechos de personas, de una sociedad adulta e incumpliendo acuerdos internacionales. El poder puede cegar, sobre todo cuando no se entiende como un servicio para construir juntos la sociedad sino como un trampolín para medrar personalmente o para imponer como un trágala una ideología. Pero además, se están usurpando a los padres el sacrosanto derecho de educar a sus hijos según ellos consideren mejor: en vez de esto, se les dificulta hasta la imposibilidad que puedan hacerlo, y se les impone una ética de Estado para adoctrinar ideológicamente. Esto es lo grave y no podemos callar.
- IU le reclama más sintonía con el Papa Francisco. ¿Se considera secundado por sus colegas obispos?
- Por supuesto. Y no sólo por ellos. También por Roma. Suele ser la marca habitual de quienes poniéndose estupendos te abroncan por salirte del guión que ellos te marcan: primero te amonestan, luego te amenazan y por último pretenden aislarte diciendo que eres un bicho raro, fuera del tiempo y profundamente solitario al que nadie sigue y por nadie es querido.
- ¿Y usted no lo ve así?
- Lamentablemente para quienes así piensan, es justamente lo contrario. Me sé querido por mucha gente que me agradece lo que digo y cómo lo digo, que me apoya y me defiende, y cuento con el afecto y deferencia de la Conferencia Episcopal y la Santa Sede. No en vano he sido elegido por mis compañeros para estar en el Comité Ejecutivo y la Comisión Permanente; el Papa me confió una delicada misión pontificia que llevo adelante acompañando a un grupo con problemas; la Conferencia Episcopal Europea me ha nombrado director del Departamento de Cultura recientemente. Ni me pueden abroncar ni ofender, porque no lo hace quien quiere sino quien puede; ni me pueden aislar aunque insidien confrontándome con arzobispos anteriores o con el mismo y querido Papa Francisco. Es una patética estrategia que ya es conocida. Me sé muy querido por mi pueblo y por mi gente, y respetado por la gente de bien.