Monseñor Salvador Giménez Valls ha sido obispo de Menorca y auxiliar de Valencia. Nacido en 1948 en Muro de Alcoy (Alicante), es sacerdote desde 1973.
- Yo suscribo lo que han dicho los obispos de Cataluña en su Carta conjunta, porque conocen la realidad catalana mejor que yo, y no voy a ir de listo ni de mesías. Como ellos han dicho, todo cuanto haga la Iglesia por unir lo que hemos desunido las personas –incluso gente de Iglesia– será bueno. Respetando que haya concepciones distintas de cómo organizar la sociedad, no puede ser que los cristianos nos enfrentemos y nos odiemos a muerte por unas realidades temporales que son provisionales. La Iglesia ha vivido momentos dificilísimos en distintos lugares y a lo largo de la Historia, y ha sobrevivido siempre. Ahora hay un problema muy serio, pero es un problema político y social. Nuestra misión es presentar a Cristo, que es lo único importante que tenemos; querer a todos y ser vínculos de unidad.
- Desde el Vaticano II hasta hoy, se nos ha insistido en la inculturación de la Iglesia en el pueblo en el que vivimos y al que amamos. Eso es bueno, y proviene de la misma Encarnación del Señor. Pero cuando se acentúa demasiado y se pone como absoluto –y esto lo hemos hecho algunos clérigos–, resulta que todo lo demás, incluido Dios, queda como relativo. Yo nunca debo sustituir a Cristo por ningún pueblo, por ninguna nación, por ninguna sociedad, ni por la política. Mi amor por Él me lleva a querer a los demás, pero mi Dios nunca será mi pueblo, nunca.
- En la Iglesia tenemos que hacer un esfuerzo por purificar nuestro núcleo de acción. Tenemos que inculturarnos, encarnarnos en la gente, pero sabiendo que somos Iglesia universal y que el mensaje de Jesucristo es para todos. Y eso que decimos con tanta facilidad, que no tenemos fronteras por lengua, color, condición, o cultura, hemos de aplicarlo en la práctica diaria.
- En dos niveles. Uno, diciéndole a gente amiga mía que rezara por mí. Y otro, rezando mucho yo, porque no tengo más alternativa que pedir al Señor que me ayude a ser un buen pastor. No a tener éxito o suerte, sino a ser un pastor como Él dice en el Evangelio que seamos.
También he leído un libro sobre el famoso lío de La Franja, porque me siento en la obligación de llegar informado, y estuve tres días en Lérida. Conocí a casi todos los curas y me parecieron de una amabilidad tremenda; hablé mucho con el obispo Piris, conocí la ciudad, visité las catedrales, saludé a muchos laicos, porque en Lérida hay un laicado muy fuerte…
- De momento quiero enterarme bien del asunto, porque es el tema que más sale en la prensa y tengo que ser muy cauto. Cuando no me tocó la responsabilidad de decidir sobre ello, pensé que era muy fácil; ahora veo que es un tema complejo, que exige hablar y escuchar mucho. No sé qué tengo que hacer ni cómo debo hacerlo, pero sí que tenemos que actuar con libertad y no quemarnos con un tema que, para la misión de la Iglesia, es muy menor.
- Aún conozco poco la diócesis, pero creo que será la pastoral vocacional. Debo rezar mucho, hacer mucho, y pedirle a Dios que nos envíe vocaciones, jóvenes que digan: «Yo me tiro a la piscina por el Señor y por la Iglesia». Las vocaciones exigen una pastoral juvenil y familiar seria, porque está todo unido. Si no hay familias que recen, difícilmente habrá vocaciones.
- La crisis de los matrimonios y de las vocaciones existe porque hay mucha gente joven con miedo a comprometerse para siempre. A veces nos consolamos con que haya chicos que dediquen un verano al tercer mundo, y eso está muy bien, pero hay que arriesgarse con compromisos estables. Además, está la tremenda secularización social. Todos nos quejamos del materialismo pero, a la hora de la verdad, construimos una sociedad en la que el hedonismo y el sensualismo están omnipresentes para despertar la parte más pasional de la gente.
- ¡Con el Señor! Y aprovechando lo que tenemos (colegios, profesores, parroquias, catequesis…), y consiguiendo que los cristianos, sobre todo los curas, empezando por el obispo, vivamos y mostremos la alegría. Sin hacer teatros, es necesario que los jóvenes nos vean felices y alegres por lo que Cristo nos da.