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Venía de los valles del Narcea. Ese fin de semana había estado haciendo la visita pastoral en aquellas parroquias perdidas entre bosques que esconden un tesoro de gente buena con corazón cristiano.
Nada particular en el regreso entre rezos y cantos, con ganas de llegar a casa en el atardecer de un domingo lleno de tantas cosas preciosas.
Pero llegando a Oviedo, de pronto encontré un alborozo especial: chicos, chicas, familias enteras se habían echado a la calle aireando bufandas azules, endosando la camiseta azul y dando brincos de alegría incontenida.
Por momentos todo se volvió amable, todos se saludaban con alborozo, se abrazaban, se besaban con la emoción de un viejo sueño finalmente alcanzado tras años de estar en otros mundos abajo.
Era claro que el Real Oviedo había ganado su merecido ascenso a segunda división del fútbol nacional. Nada desdeñable escalón en el que ya se empieza a soñar el escalón siguiente de poder llegar a la división de honor donde jugarte los cuartos a espadas con los mejores.
Tomé nota de una alegría que realmente me emocionó al ver vibrar tan sanamente a tantas personas por algo noble y hermoso. Quedaban atrás las derrotas y los empates, ahora sólo contaba la gran victoria que les encumbraba a la división de los segundos más grandes.
Y algo semejante me ocurrió el domingo pasado en Gijón. Le preguntaba al capellán del Sporting cómo iba la cosa, y D.Fernando Fueyo decía que estaba tan cruda y difícil que sería un milagro celebrar el deseado ascenso a primera división. Por la tarde me tocaba ir a la preciosa Villa de Jovellanos, para presidir la procesión del Corpus.
Había mucho alboroto por los aledaños de la Plaza Mayor siguiendo en pantallas gigantes el encuentro. Un hervidero futbolero de esa afición sportinguista tan entregada y fiel a sus colores como los carballones a los suyos.
Comenzó el acto religioso con un lleno en el templo parroquial de San Pedro. Leímos el evangelio y luego les dije que hay dos amores distintos pero inseparables: Jesús en la Eucaristía y Jesús en el sagrario de los hermanos.
Y empezó la procesión. Los coros parroquiales, los niños y niñas de primera comunión, tantos sacerdotes y fieles, las cofradías y asociaciones eucarísticas, la banda municipal… todos íbamos despacio, paseando a Jesús por las calles de la vida.
Pero hete aquí, que de pronto se oyó un estruendo con ese grito mágico del gol. Todos salieron de los bares, se alzaron de las terrazas, con una euforia difícil de describir y nos fueron rodeando.
Algún mozuelo rapazón mirando a la Custodia eucarística, dijo emocionado su vítor sin entender mucho: Viva la Santina de Covadonga. El Señor seguro que sonrió ante el piropo a su Madre.
La alegría de un pueblo que como en Oviedo el otro día, ponía por unos instantes humor, contento y algazara. Nosotros continuamos la procesión y junto al canto del oleaje del mar Cantábrico embravecido dimos con el Señor la bendición a toda la ciudad.
Hay problemas en lo cotidiano. No se resuelven porque nuestros equipos suban a otra división mejor, pero se escenifica algo bello que nos une, capaz de hacernos mirar sin enojo y con esperanza por el gozo que nos embarga a toda la afición.
Dios está en la alegría de su pueblo, y la pinta azul ovetense o gijonesa rojiblanca. Ay, si encontrásemos un motivo para construir juntos la afición a lo único que vale la pena compartiendo problemas y sus soluciones, recibiendo la gracia y el perdón. Dios nos bendiga a todos. Yo brindo por el Real Oviedo y por el Sporting de Gijón. Puxa Asturies!