El sacerdote Juan Carlos Merino, vicario episcopal de la Archidiócesis de Madrid y responsable de la Vicaría VII es uno de los miles de hospitalizados que hay en la región debido al coronavirus. De cuidar almas ha pasado a dejarse cuidar y atender por los médicos.
Desde su cama del hospital ha relatado a Alfa y Omega cómo está viviendo estos días, y lo hace con necesidad de oxígeno, pues sus pulmones se encuentran afectados por el ataque de este virus que está poniendo en jaque al mundo.
"Desde el altar de mi cama"
El padre Merino afirma que esta situación le hace saberse “constantemente necesitado de otros y del Otro. ¡Qué gracia es poder vivir con gozo ser necesitado!”.
Este ayudante del arzobispo Osoro cuenta que “ayer pasé un momento delicado por la respiración. Gracias al empeño de la enfermera, Yolanda, una auténtica jabata, salimos adelante. Le dije: ‘¡Lo has conseguido!’, y ella me contestó: ‘¡Y encima me pagan!’”.
Con necesidad de recibir oxígeno, Juan Carlos explica en su mensaje que en estos momentos “tengo que estar sin moverme ni hacer ningún tipo de esfuerzos”, “son momentos para vivir desde el altar de mi cama las grandes verdades que me sostienen”.
Y explica que esto le muestra que “débil, muy débil”, ya que “por mí mismo no puedo darme la vida, ni la salud, ni mejorar mi estado de ánimo”, lo que le hace saberse “necesitado, constantemente necesito de otros, por mí mismo no soy capaz”.
"Sostenido por la fe de la Iglesia"
Este sacerdote reconoce que está experimentando en este tiempo de hospitalización “un amor que me hace fuerte: el amor que se hizo débil, el amor que comparte todo lo que estoy pasando, que me entiende, que entregó la vida por mí, el amor de Cristo el Siervo”, un amor “consolador, pleno y salvador: el amor de mi Señor, que me llamó para prolongar ese amor como siervo suyo”.
“Me siento sostenido por la fe de la Iglesia. Me conmueve y emociona ver a tantos y tantos que rezáis por mí. Detrás de tantos detalles, delicadezas, cariño y gestos de bondad que estáis teniendo y que no puedo contestar a todos, veo la fe que me ayudáis a mantener. Vuestra fe es consuelo para mí: lámpara que me ilumina para seguir entregando mi vida para que sigáis creyendo”, señala.
Por otro lado, agrega: “¡Qué regalo estar en la Iglesia! ¡Qué maravilla ser Iglesia!” pues “estar en comunión de verdad unos con otros, agarraditos a la mano de Nuestra Madre del Consuelo, que nos lleva”.