Monseñor Osoro ha escrito una carta de despedida a sus diocesanos que reproducimos en su integridad:

CARTA A LA ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA

Tras mi nombramiento como Arzobispo de Madrid

Queridos hermanos Sacerdotes, Diáconos Permanentes, Seminaristas, Religiosos, Religiosas, miembros de los Institutos Seculares, Sociedades de Vida Apostólica, Vírgenes Consagradas, Laicos Cristianos (niños, jóvenes, familias, ancianos), hermanos y hermanas todos:

Cuando acaba de darse la noticia de que el Santo Padre, el Papa Francisco, me envía a la Archidiócesis de Madrid, deseo expresaros a todos mi afecto y gratitud por estos años que mediante la sucesión apostólica ha sido Cristo quien ha llegado a vosotros. Siento un deseo inmenso de daros las gracias: he experimentado vuestro afecto, consideración y cercanía, que lo habéis manifestado de formas muy diferentes, pero que os aseguro que habéis llegado a mi corazón muy profundamente. A veces en mí oración le decía al Señor: ¿cómo puedo yo Señor darles y devolverles todo lo que este pueblo me regala? Siempre me venía aquella expresión de San Agustín: “No busques qué dar. Date a ti mismo”. Os aseguro que he tratado de hacerlo. Estoy convencido que no siempre con acierto, pues en toda persona, también en el arzobispo, habrá habido deficiencias, debilidades y pecados. Perdonadme. Os aseguro también que siempre tenía presente aquello que en la teología del ministerio sabemos: en la palabra de los Apóstoles y sus Sucesores es Cristo quien habla, mediante sus manos Él es quien actúa en los sacramentos, en su mirada está la mirada de Cristo que nos envuelve y nos hace sentir amados y acogidos en el corazón de Dios. Gracias y perdón si esto no lo percibisteis. Os he querido y lo seguiré haciendo de otra manera, pero habéis realizado la conquista de mi corazón en el que siempre estaréis todos los valencianos.

Quiero deciros también, que el Señor nunca abandona a su Pueblo y por eso os entrega un nuevo pastor, el Cardenal D. Antonio Cañizares Llovera, que por ser un hombre bueno y siempre de Dios, que ha querido realizar y construir siempre la cultura del encuentro y tiene ese “arte” del que nos habla San Gregorio Magno, cuando escribe que “el gobierno de las almas es el arte de las artes”, que entre otras cosas conlleva: prudencia, fortaleza, valentía, firmeza, misericordia y un celo para guiar al Pueblo de Dios y estar cerca de todos, suscitando siempre esperanza. Recibidle con alegría y de la manera que sois vosotros. Viene porque ha sido llamado a una misión excelente: perpetuar la obra de Cristo, Pastor Eterno. Sabe muy bien que el corazón de la Evangelización es Cristo. Ved en D. Antonio aquello que San Pablo decía: “es preciso que los hombres vean en nosotros a siervos de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1-2).

Gracias queridos sacerdotes, quise ser para vosotros padre, hermano y amigo, y la respuesta vuestra me hizo experimentar que tenía verdaderos hijos, hermanos y amigos. Gracias, no os olvidaré nunca.

Gracias queridos diáconos permanentes por vuestra entrega, testimonio y afecto. Habéis sido expresión viva en medio del mundo desde vuestras familias y trabajo, presencia de la visibilidad pública de la dimensión diaconal de la Iglesia que entrega la paz del Señor y su Amor.

Gracias a los seminaristas y a quienes son sus rectores y Formadores: ¡qué bien me lo he pasado con vosotros! ¡Cuántos proyectos! ¡Cuántas ilusiones! No las perdáis: merece la pena gastar la vida por anunciar a Jesucristo. Merece la pena prestar la vida para que el Señor se haga presente en el mundo a través de vosotros. Sabéis muy bien que tenía puesto mi corazón en todo lo vuestro: como crecíais en todas las dimensiones de la vida, en vuestras necesidades espirituales y materiales. Os quiero y seguid adelante, ¡qué vocación y qué aventura más maravillosa el dar a conocer a Dios!

Gracias a los miembros de la vida consagrada en sus múltiples expresiones de vida activa y contemplativa por vuestra respuesta a la llamada del Señor a una entrega radical total, definitiva e incondicional y apasionada, siendo testigos fuertes del amor de Dios en medio de este mundo que necesita ese Amor. Os quiero y la Iglesia os necesita. Habéis sido mis amigos, siempre encontré en vuestras comunidades verdaderos hermanos y hermanas, que me recordaban los valores del Reino. Vuestros carismas son una riqueza necesaria para la Iglesia. Los monasterios de contemplación son para nuestra Iglesia Diocesana pulmones que nos dan oxígeno a todos. Los que en la vida consagrada trabajáis en el mundo, estáis comunicando el Amor y hablando de Dios con presencias y obras concretas. Gracias.

Gracias a los laicos cristianos que sois mayoría en el Pueblo de Dios. Sois hombres y mujeres que buscáis el Reino de Dios ocupándoos de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. Lo hacéis desde vuestros trabajos y profesiones, en la vida pública desde vuestra familia en los grupos de de infancia y de juventud, en y desde una ancianidad vivida con la preocupación de que quienes están a vuestro lado vivan la fe. Qué bien sonaba a mis oídos lo que las mayores algunas veces me decían en la calle: “bonico”, ¿está contento?

Permitidme que haga una mención especial a los jóvenes. Gracias por vuestra respuesta. Sed valientes y seguid la aventura que Cristo os propone, es de presente y futuro para este mundo. Ánimo y esperanza siempre. Gracias por vuestra cercanía, afecto y fidelidad. Al Movimiento JUNIOR MD, gracias a los dirigentes, educadores, niños y niñas. ¡Cuánto bien hacéis en la Iglesia a la infancia y adolescencia! ¡Cuánto bien me habéis regalado! A los SCOUTS gracias por vuestra entrega y trabajo con la originalidad que tiene este movimiento. A todos los Movimientos de Familia, gracias. A todas las asociaciones y movimientos muchas gracias por vuestra presencia en el compromiso temporal, actuando siempre según la doctrina social de la Iglesia.

Os pido a todos que recéis por mí y por mi ministerio episcopal. Aprendí mucho con vosotros, intentaré no dejaros en mal lugar. Gracias a las autoridades autonómicas y municipales, a los diversos grupos políticos, a las autoridades miembros del mundo académico, judicial y cultural.

Con gran afecto, os bendice.

+Carlos Arzobispo Electo de Madrid
y Administrador Apostólico de Valencia

Asimismo, ha escrito otra carta dirigida a sus futuros diocesanos de Madrid:

CARTA A LA ARCHIDIÓCESIS DE MADRID

Agradezco al Santo Padre, el Papa Francisco, la misión que me encomienda como Sucesor de Pedro, en la Archidiócesis de Madrid. Querido Sr. Cardenal, Don Antonio María Rouco, desde hace muchos años, siendo ambos jóvenes, S.E.R. como profesor y yo como alumno, nos conocemos. Guardo un recuerdo, agradecimiento y afecto sincero de aquellos años que marcaron mi vida para siempre en Salamanca. Gracias. Queridos hermanos Obispos Auxiliares, D. Fidel, D. César y D. Juan Antonio, desde estos momentos, gracias por vuestra acogida y ayuda. Quiero tener un recuerdo especial por el Obispo Auxiliar Emérito de Madrid D. Alberto. Gracias, hermanos.

Queridos hermanos sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas, miembros de institutos seculares y sociedades de vida apostólica, queridos laicos, hermanos y hermanas:

Desde el momento que he sabido que el Santo Padre, el Papa Francisco, me enviaba a la Archidiócesis de Madrid, he tenido la percepción de que el Señor se acercaba una vez más a mi vida para decirme como a los apóstoles: “¡Animo! ¡No temas! ¡Sígueme!” Porque es cierto que cuando te llaman a comenzar otra tarea surgen los miedos. ¡Qué fácil es olvidar que la vida a la que el Señor nos ha llamado es para la misión, para “su misión”! Al hacerse público hoy el nombramiento, doy gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por la misión que me regala de ser vuestro padre y pastor. Pido al Señor, que me dé la gracia de poner mi vida al servicio de todos vosotros, sé que mi vida no es para mí, sino para vosotros. Recibidla con mis pobrezas, pero con la seguridad de que la gastaré junto a vosotros y con vosotros para anunciar a Jesucristo y hacerle creíble. Deseo ser coherente con el lema episcopal que elegí el día que me nombraron Obispo: “Por Cristo, con Él y en Él”. Como los primeros cristianos deseo vivir junto a vosotros la valentía apostólica que viene dada por el Espíritu Santo: anunciar a Cristo, llevar hacia delante la Iglesia, hacer perceptible la maternidad fructífera de la Iglesia será mi pasión. Quiero y deseo acercaros la Palabra de Jesús que va al corazón porque es palabra de amor, es bella, lleva amor y nos hace amar.

Os dirijo un saludo muy especial a todos los sacerdotes que formáis el presbiterio diocesano y que sois los más estrechos colaboradores del ministerio del Obispo. A todos los sacerdotes enfermos y a los ancianos, que habéis gastado la vida en el anuncio de Jesucristo y amando a la Iglesia, os agradezco vuestra entrega y testimonio. Tengo un recuerdo también por quienes estáis en misión “ad gentes” recordándonos que la Iglesia o es misionera o no es la Iglesia del Señor. Pedid al Señor todos, que esté siempre a vuestro lado y me comporte como padre y hermano que os quiere, os acoge, os conforta, os sugiere y os exhorta. Os pido vuestra colaboración ya desde este momento. Os necesito a todos. El ministerio que hemos recibido, me hace sentir ya vuestra cercanía y comunión, por ello conoceros será mi primera tarea. Estoy convencido, que la exigencia primera de un “buen pastor” es ser un auténtico discípulo de Cristo, que quiere decir, un enamorado del Señor que renueva todo lo que está a su alrededor, pero al mismo tiempo que vive con ardor el ser misionero, y por eso es constante en la búsqueda de todos los hombres, con un interés mayor por quienes están más lejos. Sabéis muy bien, que la misión no se limita a un programa o a un proyecto, es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo que tiene dos salidas: el encuentro con el Señor y el encuentro con los hombres para anunciarle a todos siendo servidores llenos de misericordia. Valientes para rezar y para salir en medio del mundo a anunciar el Evangelio. La evangelización hay que hacerla de rodillas: escuchando al Señor, caminando juntos en fraternidad, llevando la Palabra de Dios en el corazón y dejando que salga de nuestra vida, caminando siempre con la Iglesia.

También quiero dirigirme a vosotros los seminaristas. Mi vida no se explica sin el Seminario. Fueron veinte años de mi vida siendo Rector. Vosotros los seminaristas, de sacerdote y después de Obispo, habéis sido y seréis una preocupación y ocupación capital en mi vida y en mi ministerio. Desde este momento cuento con vosotros. Vais a ser una parte importante de mi vida. Conoceros y quereros es algo de lo cual el Obispo no puede prescindir y quisiera seguir realizándolo si cabe mejor que hasta ahora lo hice.

Queridos miembros de la Vida Consagrada en las diversas formas de expresarse en la Iglesia, los que estáis presentes en tantas realidades de evangelización activa y los que desde vuestra vida contemplativa anunciáis al Señor. Gracias a todos. Cuento con vosotros. Os necesito. A través de toda mi vida, siempre he estado unido a la Vida Consagrada, es más, pertenecéis, estable y firmemente a la vida y a la santidad de la Iglesia, enriquecéis con vuestra presencia mi ministerio y la comunión eclesial. Gracias. Haré todo lo posible por veros pronto. A quienes vivís la contemplación, os visitaré en vuestros monasterios, contando ya desde ahora con vuestra oración.

A todos los fieles laicos que sois la mayoría del Pueblo de Dios y que sobresalís por la fuerza misionera del Bautismo. Juntos estamos llamados a anunciar el Evangelio: en la cultura, en la familia, en el trabajo, en los medios de comunicación social, en el deporte, en el tiempo libre, en la animación del orden social, en la vida pública. En Madrid, hay muchos inmigrantes, los cristianos tenemos que hacer ver y gustar que nadie es extranjero en el Pueblo de Dios, todos somos hijos de Dios y por ello hermanos de todos los hombres. Hagamos nuestros los sueños de Dios: crezcamos en la gracia y en la fuerza que nos viene del Señor a pesar de nuestra debilidad: Él va delante. Quiero tener un recuerdo especial por los que están sufriendo más, entre ellos quiero recordar a los enfermos y a quienes están sin trabajo, que afecta a tantos jóvenes y familias. El trabajo forma parte del plan del amor de Dios, es un elemento fundamental para la dignidad de la persona humana, el trabajo nos unge y nos colma de dignidad, nos hace semejantes a Dios, da capacidad para mantenerse a sí mismo, a la familia y hace crecer y desarrollarse a un pueblo. Siempre y juntos, tenemos que buscar movernos por criterios de justicia social y no por concepciones economicistas. La versión del hombre que nos da el Señor tiene tal fuerza de transformación del corazón y de todas las realidades en las que nos movemos que tenemos que ser valientes para hacerla presente. Tengamos pasión por crear la cultura del encuentro.

Quiero hacer un saludo especial a los jóvenes. Me pongo en camino con vosotros, os citaré todos los meses a tener un encuentro conmigo, para encontrarnos con el Señor, así lo hice desde que soy Obispo. Os invito a tener el atrevimiento de decir en este mundo que es bueno ir con Jesús, seguir a Jesús, escuchar su mensaje, salir de uno mismo y sentir y hacer percibir la alegría de ser cristiano, pues creemos en el Resucitado que ha vencido el mal y la muerte, nos hizo pasar de la muerte a la vida. Y hay que jugarse la juventud por grandes ideales, entre ellos por hacer presente la Vida. Esta apuesta hace grande el corazón, de tal manera que así en él entran todos los hombres. No os encerréis en vosotros mismos, pues de esa manera ocultamos todo lo que el Señor ha puesto en nuestra vida y contagiamos esa enfermedad grave que afecta a nuestro mundo y que en alguna ocasión yo he llamado “la enfermedad de las tres D” (desdibujamiento del ser humano, desesperanza y desorientación). No tengáis miedo de soñar con cosas grandes. Dejaos acompañar por Jesucristo. ¡Qué vida más novedosa con esta compañía! Nos lo dice el Señor en el Evangelio (cf. Mt 35,31-46): socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado, sin esperanza, sin trabajo, sin horizontes, sin familia, sin saber el camino. Queridos jóvenes, la novedad de Dios que se nos revela en Jesucristo, no se asemeja a las novedades humanas, que son provisionales, pasan y siempre buscan algo más o establecen a la larga, divisiones, odios, rupturas, enfrentamientos, dicen no a la cultura del encuentro. La novedad de Dios, nos hace caminar contracorriente, pues Él nos da la fuerza de su amor, con Él podemos hacer todo, hasta poner en juego nuestra vida, de tal manera que ella sea prolongación del amor mismo de Dios, que no ve enemigos sino hermanos. Apostad por un mundo que merezca la pena.

Al nombrarme el Santo Padre Arzobispo de la capital del Reino, saludo a SS. MM. el Rey Felipe VI y la Reina Leticia, Reyes de España, y al Gobierno de la Nación. Saludo con especial afecto a las autoridades Autonómicas y Municipales de la Comunidad de Madrid en sus diversos ámbitos, a todos los grupos políticos que buscáis y trabajáis por el bien de la sociedad. También al mundo Jurídico, Académico y de la Cultura, a los Medios de Comunicación Social. Me presento a vosotros en nombre de Jesucristo. La misión confiada por Jesús a los Apóstoles debe durar hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20), ya que el Evangelio que les encargó transmitir es la vida para la Iglesia de todos los tiempos y es vida para todos los hombres. Al llegar junto a vosotros, deseo escuchar al Señor que me dice como dijo a los apóstoles, “dadles vosotros de comer”. Pido al Señor que me haga estar a vuestro lado con sus cálculos que fueron más allá de los cálculos humanos con los que los apóstoles estaban. Fue un derroche de amor lo que Él hizo, cinco panes se convirtieron en cinco mil. Y es que el mensaje del Evangelio es claro, diáfano, contundente, firme, esperanzador, realista, cambia el corazón, pues desaparecen las proporciones humanas. Descubrimos que la desproporción de Dios es más humana. Esto es lo que querría llevar para bendecir, sanar, acariciar, repartir, dar la mano, levantar, lavar los pies, hasta dejarme llagar. Co ese gesto inédito de Jesús quiero estar a vuestro lado, ayudadme. Es la escuela de la Eucaristía la que quiero vivir y seguir abriendo entre vosotros.

Pongo mi vida desde este momento en manos de la Santísima Virgen María en esa advocación entrañable de Nuestra Señora de la Almudena. Le pido que me inspire mi ministerio entre vosotros. A Ella la pido su intercesión para que le pida a su Hijo que me regale su mirada, sus gestos, sus obras, que sea el pastor que tiene los rasgos del Buen Pastor: caridad hasta el extremo, conocimiento de las personas que se me encargan, solicitud por todos, lleno de amor misericordioso, disponible, cercano, en búsqueda de todos sin excepción, al lado de los pobres siempre, con la bondad del Buen Pastor.

Con gran afecto, os bendice.

+Carlos Arzobispo Electo de Madrid
y Administrador Apostólico de Valencia