"Dejando sus redes, le siguieron", dice la Biblia. En el caso de la siguiente protagonista se podía traducir mejor como "transformando" sus redes, le siguió. Ana Finat es madrileña, tiene 36 años, lleva 15 años casada, tiene cuatro hijos... y es lo que hoy se llama una influencer. A pesar de haber tenido una infancia muy feliz, viviendo entre la naturaleza en un pueblo de Toledo, durante la adolescencia y en la etapa de la juventud todo se iba a complicar: se quedó embarazada con tan solo 20 años.
El canal Mater Mundi ha publicado su apasionante testimonio donde @anifinat le agradece a Dios, sobre todo, por "no haber tirado la toalla nunca con ella".
La instagramer, que tiene actualmente casi 28.000 seguidores, nació en Madrid, pero vivió desde muy pequeña en la finca que tenían sus abuelos en Toledo, junto con su hermana melliza. "He crecido en una familia que me ha inculcado buenos valores. Mi madre es muy piadosa y mi padre tiene mucha devoción a la Virgen María", comenta Ana.
El "álbum de cromos"
"Era una infancia muy feliz. Íbamos al colegio del pueblo y siempre estábamos en el campo. Los fines de semana venían mis 16 primos de Madrid y era todo muy familiar. Vivía con mis abuelos y unos tíos. En casa teníamos una capilla, donde hacíamos las comuniones y las bodas. Allí celebrábamos la misa los domingos, mis primos hacían de monaguillos y nosotras salíamos a leer las lecturas", recuerda.
Ana rememora unos cuadernillos que le regalaba su madre. "Los primeros recuerdos de Dios son unos cuadernos que nos regalaba mi madre, nos daba estampitas de santos y los íbamos coleccionando. Mi madre tenía también libros de santos de los que disfrutaba ojeando. Me encantaba San Francisco de Asís, porque le gustaban mucho los animales como a mí. Llevaba siempre en la agenda del colegio su oración de 'Loado Seas Mi Señor'", comenta.
Pero, con la llegada a la adolescencia todo se empezó a torcer. "Mi carácter cambió y me volví más rebelde. Nosotras habíamos vivido en una burbuja y, al llegar al instituto de Toledo, nos tomamos nuestra primera copa, vimos los porros... Estaba todo el día castigada en mi cuarto. Además, empezamos a ir a Madrid, a las discotecas... todo lo que estuviera prohibido me atraía. La misa me aburría muchísimo y Dios era alguien castigador, que me daba miedo", relata.
Con 18 años, Ana y Casilda, las hermanas mellizas, se van a vivir a Madrid para estudiar en la Universidad. "El primer año estábamos en una residencia de monjas y yo no pisé las clases. Mi hermana, que era muy responsable, hacía de madre. Ella estaba muy preocupada por mí. Al año nos fuimos a un piso, y fue la perdición. Era fiesta todos los días de la semana, amigos allí metidos siempre, los vecinos estaban...", reconoce.
Madurar de golpe
Fue en esa época precisamente cuando Ana iba a conocer a su marido y padre de sus hijos, pero la cosa no empezó con buen pie. "Unos amigos me presentaron a mi marido. Era una relación muy inestable y muy tóxica. Ahora soy consciente de que Dios me ayudó conociéndole a salir de ese ambiente de estar todo el día en la calle, que me hubiese acabado perdiendo", afirma.
Ana había nacido en un entorno muy católico pero, en ese entonces, aquello le resultaba ya muy distante. "Solo pisaba la iglesia por cumplir, cuando estaba con mi familia. Todo lo que fueran curas, monjas... me parecían extraterrestres, distantes, no me interesaban nada. Siempre me había parecido importante la castidad, pero cuando empecé a salir con mi futuro marido, deseché la idea y, al año y pico, me quedé embarazada. Yo tenía 20 años y él 22", señala.
"Fue un shock tremendo, los dos éramos muy inmaduros. ¿Cómo iba a hacerme cargo de un bebé, sino no era capaz de hacerme cargo de mí misma? Mucha gente de nuestro entorno nos aconsejaba que abortáramos, pero nunca nos lo planteamos, seguimos adelante con muchas dificultades. El embarazo me hizo madurar de golpe, pero a mi marido le costó, y los fines de semana quería llevar la vida de antes. Eso nos provocó discusiones y fue muy complicado", explica.
La pareja quería que la niña naciera dentro de una familia y decidieron casarse. "Mi marido acabó la carrera y, por su trabajo, vivíamos cada año en un país distinto. Sin mis amigas, mi marido trabajando mucho, y con un bebé... entré en una espiral de depresión. Mi marido no terminaba de madurar, tuvimos la segunda hija y él no asumía su nuevo papel", comenta.
Y, entonces, muy poco a poco, todo empezó a cambiar. "Dios hizo uso de nuestras familias para sacar adelante nuestro matrimonio. Después de seis años nace mi tercer hijo. Yo estaba muy herida, por lo ocurrido en años anteriores. Pero, mi marido ya había cambiado y era un marido maravilloso. Sin embargo, yo no era capaz de verlo y le reprochaba todo sin parar, nos distanciamos muchísimos. Él me pedía más cariño y atención, y yo estaba centrada en mis hijos, en mi casa y en mi trabajo", confiesa.
Una invitación cambia todo
El matrimonio de Ana llegó a punto muerto. "Mi marido me pedía que fuéramos a misa con los niños, y yo me negaba. No iba a misa y lo de confesarme me parecía una tontería, me llegué a convencer de que después de la muerte no había nada. Por ese entonces mi hermana, que era influencer, (hoy con 310.000 seguidores), me sacaba en sus redes y los seguidores le preguntaban por mí, y ella me pedía que me hiciera una cuenta. Hasta que un día, sin permiso, me creó un perfil público", recuerda.
"Empecé a tener muchísimos seguidores, a tener eventos, planes con mi hermana, viajes, todo eran halagos de mis seguidores, ganaba dinero... entré en un mundo que me pareció fascinante, pero, teniéndolo todo, me sentía vacía y sin paz. Siempre me decía 'cuando se acabe mi vida, ¿qué habré hecho que recuerden mis hijos?''. Pero, luego, pensaba que la vida eran dos días y que había que pasárselo bien", comenta.
Hasta que un día, dos amigos le hablaron de algo muy novedoso para ella. "Nos hablaron a mi hermana y a mí de un seminario de vida en el Espíritu. Nos decían que era la bomba y sanador. Pensé que se habían vuelto locos, yo dije que no iba a ir, y mi hermana nos apuntó sin permiso. Pasó el tiempo, se acercaba el fin de semana del retiro y le dije a mi marido que no iba a ir, y él insistía en que teníamos que ir", afirma.
"Fui a rastras y dije 'ya que estoy aquí, te voy a pedir que arregles mi matrimonio'. Dios me escuchó, y no solo eso, sino que lo conocí. Toda esa idea de Dios que tenía desde pequeña cambió. Me dio literalmente un bofetón de amor, fue brutal. Experimenté un amor que te perdona, de que me da igual lo que hayas hecho... Acabó el seminario y Dios me había robado el corazón, sentía una necesidad de buscarlo", relata.
La relación de Ana con Dios había cambiado. "Empecé a ir a alabanzas, a misa los domingos y, después, todos los días, rezar el Rosario... y poco a poco fui viéndolo en mi vida, en lo bueno y en lo malo... Dios se volvió el centro de mi vida, y ya solo quería agradarle, consolarle, reparar su corazón... A raíz del seminario surge un viaje a Fátima donde consigo sanar mis heridas y volverme a enamorar de mi marido. Este año hemos hecho 15 años de casados y hemos renovado los votos matrimoniales", apunta.
Y, aquella cuenta de Instagram fake también experimentaría una "conversión". "El señor me ha ido regalando una familia espiritual, ellos me apoyan y me sostienen... Cuando vi que Dios debía ser el centro de mi vida, decidí que mis redes sociales tenían que ser para Él. Me quitaba la paz hablar de Dios y luego hacer publicidad de camisetas, así que pensé que todo lo mío era suyo. Al principio me entró el reparo de que igual perdía a todos mis seguidores... pero, pensé... 'como si son tres almas nada más'. Es milagroso, porque cada vez somos más", asegura.
"Un día descubrí que Dios me pedía que acercara a los sacerdotes a la gente. Había empezado justo la guerra de Ucrania y decidí buscar sacerdotes que rezaran conmigo el Rosario por la paz. Empezamos a rezarlo con el padre Valentín, una vez a la semana y en directo. La gente nos preguntaba muchísimas cosas y tenía mucha sed. Y nos dijimos que por qué no hacíamos catequesis. Ahora, en mi perfil, subo meditaciones, homilías, mis 'instacatequesis', reflexiones de libros religiosos...", comenta.
A pesar de unos años difíciles, Ana se siente bendecida por Dios. "Hemos creado una asociación que se llama @anawim, organizamos seminarios de vida en el Espíritu, y viene gente que paga el seminario a gente más necesitada, y comparten todo juntos. Yo pensaba que la religión quitaba la libertad y que era un rollo y, a día de hoy, puedo decir que me siento más libre que nunca. Dejar todas las preocupaciones en manos de Dios da una paz interior muy grande. Queriendo a los demás como Dios les quiere, recibes un amor mucho mejor. Estoy muy agradecida porque Dios no tiró la toalla nunca conmigo", concluye.