Por una cosa u otra, estas monjas parecen llamadas a salir en los periódicos. Hace décadas por la fama -merecida, dicen- de sus yemas. Y hace un lustro por la deuda contraída por arreglar parte de un monasterio inabarcable, que cuando no está con goteras está con desconchones. Unos números rojos que las llevaron, incluso, a malvivir, a tener que comer de la beneficencia. Pero como no hay mal que por bien no venga, una cosa llevó a otra y tanta plegaria fue escuchada por el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, quien a principios de junio atravesó los muros del convento para suscribir un acuerdo que ponía fin a las penurias de las hermanas.
En su visita, a Zoido no le pasó inadvertido ver a unas cuantas monjas jugando al baloncesto. O intentándolo. La canasta estaba rota; el balón, pinchado. Y se dijo y dijo, "aprovechando que el Mundial de baloncesto tendrá sede en Sevilla, a ver si la Federación...". El alcalde hispalense trasladó la petición a José Luis Sáez y, entre uno y otro, hicieron realidad el sueño de unas cuantas monjas.
"En cuanto nos lo propuso el Ayuntamiento de Sevilla, nos pareció algo fantástico. Y en la Federación nos pusimos manos a la obra para traer una canasta digna y unos balones (veinte, para ser exactos)", destacó el presidente federativo.
"Es una idea maravillosa y ver la ilusión que les ha hecho... Para nosotros ya es uno de los momentos especiales del Mundial", añadió Sáez en presencia de Zoido y de las hermanas del convento de San Leandro. "No creo que haya mejor forma de promocionar el deporte en todos los ámbitos y edades que trayéndolo incluso a un convento", destacó el alcalde de Sevilla, satisfecho de ver a algunas hermanas en acción. Romay y Garbajosa también presenciaron este domingo, felices, la escena, al tiempo que la madre superiora recordaba que "les puse la canasta hace 14 años. Aquí llevamos una vida muy sedentaria y un poco de ejercicio es muy positivo. Además, muchas de las monjas vienen de África y allí están acostumbradas a moverse mucho", recordó sor Natividad, quien agasajó a sus invitados con magdalenas horneadas dentro de los muros del convento.