Lo primero que se oye al entrar en el convento de las carmelitas de Valladolid-Campo Grande (www.carmelitasvalladolid.es) son las juguetonas voces de las monjas.
Voces desinhibidas, incluso chillonas, que rasgan el silencio de los muros con una alegría que parece dar la razón a la frase, de Santa Teresa, que ha recibido al visitante en la entrada, frente al torno: «Esta casa es un cielo, si lo puede haber en la tierra».
No es lo que uno esperaría encontrar en un convento de clausura. Pero la sorpresa no ha hecho más que comenzar. En tiempos de indiferencia religiosa, descristianización y falta de vocaciones, este monasterio ha logrado triplicar sus miembros en diez años, pasando de 9 a 26.
Es más, se trata de un proceso que va a más, porque tan sólo en los últimos cuatro años esta comunidad religiosa se ha duplicado. Y lo ha hecho gracias a la incorporación de mujeres jóvenes, con estudios y formación, que creen haber encontrado en esta casa el sentido de sus vidas.
La jovialidad y la energía no serían, quizás, infrecuentes en los tiempos gloriosos, cuando no faltaban personas dispuestas a entregar su vida a Dios, pero son más difíciles de encontrar en las órdenes religiosas del presente, que padecen los estragos del envejecimiento y de la falta de renovación. Un problema, por cierto, que no se da en esta casa del Paseo de Filipinos. El 80% de las residentes (21 de 26) tienen menos de 45 años, y hay un significativo grupo de veinteañeras. A ellas habrá que sumar en breve tres mujeres más que han solicitado ingresar en la orden.
Se trata de una comunidad, además, de lo más variada y singular. Aquí han dado en parar una mujer que cantaba en un grupo de heavy metal, una ingeniera de Renault, una boxeadora… incluso una religiosa de las Hermanas de los Ancianos Desamparados, que tras 23 años de actividad social en aquella orden decidió hace tres un cambio de vida radical y dio el salto a la clausura.
Parece evidente que algo ocurre entre estos muros. Las religiosas del Campo Grande tienen en realidad una corta historia en Valladolid, pues llegaron a esta ciudad en 2005, procedentes del convento de San José de Medina de Rioseco. Por entonces eran una comunidad menguante, como la mayoría, pero en menos de diez años le han dado la vuelta a su tortilla.
Y ahora, justo cuando se celebra el IV Centenario de la beatificación de la santa de Ávila y se prepara el quinto de su nacimiento, estas hijas de Santa Teresa muestran un vigor envidiable.
Decididamente algo está pasando aquí, con estas religiosas que no tienen reparo alguno en usar Internet para romper los límites de su voluntario encierro, y que cuelgan en la web sus oraciones y actividades.
«No hay ningún secreto. Simplemente vivimos nuestra vocación con la mayor autenticidad posible», explica la priora, Olga María del Redentor, una bilbaína que es en gran medida responsable del cambio que está viviendo la congregación. Una mujer que habla con palabras llanas y coloquiales, incluso desenfadadas. Y que, aunque respeta las normas, no olvida que el sábado es para el hombre, y no al revés.
El cambio que abandera implica una notable flexibilización de algunas reglas de la clausura, pero, sobre todo, una nueva actitud.
Las carmelitas del Campo Grande invitan a la gente a rezar con ellas y se ven a sí mismas como testigos y embajadoras de la fe en un mundo que dice no creer.
«La principal lacra de hoy no son las pobrezas materiales, que, de un modo u otro, están atendidas, sino la pérdida de conciencia del hombre de su vida interior. En nuestra sociedad todo está montado para no despertar a ese hombre interior, y para anestesiarlo, porque así se le manipula mejor. Intentan que no sea consciente de su dimensión trascendente, y eso lleva a un vacío y a una crisis de valores», opina la priora. «Lo que no pueden apagar es la sed. Y el hombre busca saciarla, aunque a veces lo haga por caminos equivocados».
Rezar para que la fe se abra paso en la sociedad siempre ha sido uno de los cometidos de la clausura.
Pero las carmelitas del Campo Grande van un paso más allá. Han decidido no sólo orar, sino dar testimonio, acoger a los que buscan, y ayudarles a encontrar ese sentido. Algo así como salir al encuentro del mundo, pero sin renunciar al aislamiento del mundo que conlleva su opción.
Para ello, todos los jueves por la noche, a las 21.30 horas, abren sus puertas para que quien lo desee pueda acompañarlas en el rezo de la adoración.
Una buena ocasión, además, para oírlas cantar, porque estas monjas han grabado ya dos discos y tienen en cartera dos más, uno de ellos de temática teresiana.
Una fórmula novedosa, y un carisma nuevo, que contó primero con el respaldo del arzobispado de Valladolid, que luego ha recibido la conformidad de Roma, y que en breve puede conducir a la constitución de una nueva fundación religiosa.
La fecha clave es el 3 de julio de 2012. Fue entonces cuando la Santa Sede les concedió un permiso especial que ampara la más radical de sus innovaciones: pueden abrir sus puertas a chicas con inquietud, que dudan si dedicarse a la vida religiosa.
Durante quince días como máximo podrán convivir con ellas para conocer de primera mano su tipo de vida y su espiritualidad. Ninguna otra orden de clausura tiene permiso para algo semejante. Pero, claro está, los resultados hablan por sí solos. Y es que parece que con estas religiosas se cumple aquello de que «conocerlas es quererlas».
«Nosotras sentimos que esto es lo que Dios nos pide y que esto es bueno para el pueblo de Dios», insiste Olga María del Redentor. «Dicen que hay descristianización, pero ¿qué les damos nosotros para compensar? ¿Por qué no podemos ofrecerles lo nuestro de una manera comprensible, sobre todo estando convencidas, como estamos, de que es lo mejor?»
Su experiencia permite constatar que las personas llegan al convento con una pobreza espiritual «impresionante».
«Muchas están perdidas y no saben cómo rezar. Tienes que llevarles de la mano», explica.
A la priora no le extraña. «El hombre hoy está cada vez más deshumanizado y es más frío. Las relaciones entre las personas tienden a ser más superficiales y tenemos menos vínculos afectivos. Si esto ocurre con los otros hombres, imagine lo que pasa con Dios. Nosotros se lo enseñamos, lo descubren, les gusta y se enganchan. Y ya no pueden prescindir de Él».
«¿Y puestos a cambiar tanto, por qué mantener la clausura? ¿No sería más fácil ir al encuentro del mundo desde el mundo?», es la pregunta inevitable del periodista. «No podemos dar lo que no tenemos. Necesitamos salvar ese espacio de clausura, porque si no estamos llenas, no podemos dar», es la respuesta.
«Lo menos importante son las limitaciones materiales y formales. Lo que la clausura hace es crear un espacio de libertad para vivir serenamente, sin interferencias de todo lo que en el exterior contamina. Aquí puedes expresar tus sentimientos y tus afectos sin que nadie te etiquete. Fuera no es tan fácil».
Luchar contra las convenciones del mundo no es, en cualquier caso, un camino fácil. Puede que algún cambio se esté gestando dentro de estos muros, pero fuera de ellos todo sigue igual, y la opción de la clausura es vista con incomprensión, cuando no con estupor o rechazo. Incluso como una forma de sometimiento de la mujer. La consecuencia es que la noticia de las nuevas vocaciones no suele despertar alborozo en las familias, ni en los amigos, ni en el entorno más cercano. Más bien al contrario.
Es lo que le ocurrió a la madrileña Esther de la Eucaristía, de 31 años, que lleva diez meses de postulante.
«Mi familia se supone que cree en Dios, pero no ha entendido nada. Ya casi tenían asimilado que podía ser monja, pero la clausura les pareció una locura. Me decían que iba a perder mi libertad, que era como meterme en una cárcel. Está siendo muy difícil. Están enfadados conmigo, como si les hubiera traicionado. Sienten como si me hubieran perdido, y me tratan como si me hubiera muerto».
Las órdenes de clausura están acostumbradas a ese rechazo. «Es comprensible. La familia tiene la idea de que un convento de clausura es un sitio oscuro y terrible», explica la priora Olga María del Redentor.
«Si tú crees que tu hija se va a ir a vivir al castillo de Drácula, con la bruja, es lógico que no te guste la idea. Por eso intentamos que nos conozcan, para que vean que no es así. Por otra parte, nosotras tenemos la vocación y la gracia, mientras que ellos sólo ven los sacrificios. Nosotras sabemos que nos desprendemos de unas cosas, pero que encontramos otras».
Un rechazo parecido se encontró Sara del Corazón de Jesús, de 24 años, que lleva 9 meses de postulante.
Sus amigas, católicas como ella, llegaron a decirla que su problema se arreglaba con un par de sesiones de psicólogo. Pero se equivocaban.
El suyo fue, en realidad, un giro radical. Sara tenía vocación militar que la llevó a un gimnasio de boxeo para preparar las pruebas físicas de ingreso en el Ejército.
Una vez allí, su entrenador descubrió que era buena con los guantes, y le animó a competir. Y de hecho no se la daba mal. Llegó a ser subcampeona de Madrid en peso ´walter´. Pero finalmente su vocación religiosa lo cambió todo.
«¿Pero no querías ir a la guerra?», recuerda que le dijeron sus sorprendidos padres cuando les comunicó su decisión. «Y aquí estoy. El Señor me ha vuelto tonta y ahora coso toallas y fundas y lloro más. Antes sólo lloraba de dolor, ahora lloro de alegría», bromea.
Alguna noche, en horas de sueño, la priora la descubrió dando puñetazos al aire en el patio del convento. «Madre, es que el potro necesita galopar», fue su respuesta de disculpa. «Antes lo resolvía todo con brusquedad y a empellones. Aquí aprendes otro camino. Aprendes a obedecer por amor, a sonreír por amor, a lavar los platos por amor. Soy muy feliz, y no me arrepiento».
La oscuridad que se asocia a las órdenes de clausura preocupaba al principio también a la tinerfeña María de Jesús, de 24 años, con cuatro ya de experiencia en el convento. «Estaba en un momento malo. No tenía intención de meterme monja de clausura, aunque sí quizás misionera. Quería salvar el mundo yo sola. Ser una supermonja», recuerda.
«Pero vine al convento y entendí que debía ser una pieza del gran puzzle de Dios. El primer día aquí ya me sentía como en casa. Vi que la superiora era lo suficientemente normal como para sentirme a gusto. Entonces eran 13 monjas y ya tuve la sensación de familia y de unidad. Experimentabas una forma de ser sencilla y espontánea».
Feminista y mujer de carácter era la vallisoletana Carmen del Corazón de María, de 34 años, que ingresó en la orden en 2010 tras varios años de ejercicio profesional como ingeniera en Renault.
Tenía un buen trabajo, dinero y reconocimiento profesional, pero descubrió que no era suficiente.
«Por aquel entonces a mí esta vida me repelía por completo», recuerda. «Pero descubrí que estaba equivocada. Aquí hay unas normas muy precisas y obligadas, pero que son muy liberadoras. Fuera, en cambio, tenía otros muchos yugos, y no tenía una comunidad y un ambiente de cariño como éste», explica.
«Al final llegué a la conclusión de que no me compensaban 15 días de vacaciones super guay por once meses esclava de un medio de vida».
Horario de una monja de clausura
6:30 h. Comienza el día.
7:00 h. Rezo de laudes y una hora de oración mental y Tercia.
8:30 h. Misa y acción de gracias.
9:15 h. Desayuno.
9:40 h. Trabajo. Las carmelitas del Campo Grande se ocupan en hacer formas para la misa, bordar mantelerías y ropa de cama, o bordar fundas para libros. Otras actividades son la pintura de libros y la repostería. También graban discos.
12:30 h. Rezo del Ángelus, Sexta y Rosario.
13:00 h. Comida.
14:00 h. Una hora de recreo.
15:00 h. Una hora de descanso y recogimiento. En silencio.
16:00 h. Rezo de Nona.
16:20 h. Lectura espiritual.
17:00 h. Otras dos horas de trabajo. Algunos días ese tiempo se dedica a formación.
19:00 h. Vísperas, oficio de lecturas y otra hora de oración mental.
20:30 h. Cena.
21:30 h. Una hora de recreo. Los jueves se suprime esta hora de recreo y se sustituye por un ejercicio público de adoración.
22:30 h. Rezo de Completa y a la cama.