Este jueves 29 de junio se cumple el 500 aniversario del nacimiento un beato valenciano, Nicolás Factor, muy conocido en su tiempo por su faceta mística pero apenas recordado hoy en día en su propia tierra.
Este franciscano vivió en el siglo de oro de la mística española y fue contemporáneo y amigo de grandes santos. Él mismo ya gozó de una extraordinaria fama de santidad en vida debido a su espiritualidad, su sabiduría y sus éxtasis.
En un extenso reportaje en Paraula, el franciscano J. Benjamín Agulló Pascual rescata del olvido a este beato y hermano suyo de orden. Y le define en lo que él llama cuatro columnas: valenciano, franciscano, santo y sabio, y místico.
Estas son estas cuatro columnas:
Ser valenciano
En Valencia nace, en la feligresía de San Martín, el 29 de junio de 1520, siendo bautizado en la ‘pila de san Vicente’ en la parroquia de San Esteban, por la singular devoción que profesan sus padres, Vicente y Úrsula, al también valenciano san Vicente Ferrer; devoción que fomentará y acrecentará Nicolás Factor. Muy pronto, apenas alcanzada la adolescencia, responderá a la llamada de Dios, consagrándose en la profesión de la vida religiosa, el día 3 de diciembre de 1538, en el convento franciscano Observante de Santa María de Jesús, extramuros de Valencia, donde vistiera el hábito el día 30 de noviembre del año anterior. Cursa los estudios eclesiásticos en el convento de Nuestra Señora del Pino, de Oliva, también de la Observancia, siendo ordenado sacerdote el año 1544, a sus 24 años de edad.
El desempeño de sus ministerios religioso-sacerdotales, se desarrolla principalmente en la región valenciana: Santo Espíritu del Monte (Gilet) -1548-1551-, Chelva -1557-1559-, Val de Jesús, hoy Monte Picayo, (1568), de los que fue Superior. Fundador del convento de Recolección de Bocairente. Fue confesor de varios monasterios de Clarisas: Gandía (1561-1565), La Trinidad, de Valencia (1565) y muchos años más. Incluso de las Descalzas Reales, de Madrid (1571-1575).
A los 63 años de edad, 46 de vida religiosa y 39 de sacerdocio, el día 23 de diciembre de 1583 exhalaba, con postrer suspiro, el ‘sursum corda’, con el que entregaba alma y corazón, al Creador, en el convento de Santa María de Jesús de Valencia, que le viera nacer a la seráfica religión.
Ser franciscano
Ya hemos dicho que el día 3 de diciembre de 1538, en el convento franciscano Observante de Santa María de Jesús, extramuros de Valencia, hizo los votos de su consagración religiosa al estilo de san Francisco de Asís: es decir, en los Franciscanos Observantes.
Los Conventuales diríamos que era el tronco de la Orden y los Observantes un movimiento, de más observancia de la Regla y vida franciscana, como una vuelta a los orígenes y a las fuentes de la Orden. En Valencia tenían los Conventuales su convento, desde los tiempos mismos de la Conquista, en lo que hoy es la Plaza del Ayuntamiento, ocupando todo su perímetro actual. Mientras que Santa María de Jesús está sentado, en plena huerta, a varios kilómetros de la Ciudad. El joven Nicolás Factor, habiendo nacido cerca del convento de San Francisco, va a la huerta en busca de los Franciscanos Observantes, ya que su mismo nombre invita ya a una mayor observancia religiosa. Este ambiente de estrecha observancia, de vueltas a las fuentes diríamos hoy, es el que escoge Nicolás Factor para su vivencia del carisma franciscano.
Fray Benjamín Agulló es el autor del perfil de este beato valenciano
Dadas sus cualidades, en el desempeño de sus ministerios religioso-sacerdotales, los superiores le encomendarán misiones delicadas y de gran responsabilidad. Definidor Provincial, a la vez que Maestro de Novicios, Guardián de varios conventos. Su humildad le hizo renunciar al cargo de Secretario General de la Orden. Hemos dicho que fue fundador del convento de Recolección de Bocairente. Los Recoletos es otro movimiento de mayor rigor en la profesión de la Regla Franciscana, dentro de la misma Observancia. Diríamos que vivió entre los mejores franciscanos de su época, reputándose “caña vacía”.
Ser santo y sabio
Formado bajo los cánones de la reforma de Trento, es contemporáneo de Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Francisco de Borja, Juan de los Ángeles, Pascual Bailón, Andrés Hibernón, Gaspar Bono, Luis Bertrán, Juan de Ribera, y un largo etcétera, uniéndole una estrechísima y santa amistad a muchos de ellos, especialmente a su conciudadano San Luis Bertrán.
El marco de sus amistades, nos señala el grado de su formación, y la profundidad de su vida espiritual, dentro del ambiente de las escuelas y corrientes teológicas de su época, muy controvertidas, en tantos aspectos. Su acendrada piedad y su saber teológico se vieron favorecidos por su cuidada formación humanística y por su temperamento artístico, por valenciano y por franciscano. Pintor, músico y escritor. Buen poeta, en latín y en castellano. Gran aritmético.
La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia se gloría de tenerlo entre sus profesores beneméritos, y acuñó una medalla conmemorativa, con ocasión de su beatificación. Su obra literaria, no muy extensa, fue recopilada, en gran parte, por el P. José Melió, en los Opúsculos del Beato Nicolás Factor, que publica el año 1797. Es una “sabrosa muestra de la galanura clásica de su pluma, que revestía con imágenes maravillosas sublimes enseñanzas místicas”, en decir del P. Jacinto Fernández.
Ser místico
Pero pese a las divergencias y desviaciones ideológicas de la época, Nicolás Factor busca, ante todo, servir a Dios y cumplir su santa voluntad, alcanzando, por gracia, ser uno de los varones más extáticos de su tiempo. Eran constantes sus raptos.
La iconografía nos ha legado su imagen, mostrándonos su corazón, casi siempre, con la leyenda “sursum corda”, que simboliza su elevación de miras y cuya expresión le llevaba al arrobo místico, de lo que dan testimonio sus biógrafos contemporáneos. A los 63 años de edad, 46 de vida religiosa y 39 de sacerdocio, el día 23 de diciembre de 1583 exhalaba, con postrer suspiro, el “sursum corda”, con el que entregaba alma y corazón, al Creador, en el convento de Santa María de Jesús de Valencia, que le viera nacer a la seráfica religión. Allí queda la Capilla, donde se veneraban sus restos, con bóveda decorada por López.
Pío VI le declara Beato, con su breve de 18 de agosto de 1786, y Valencia celebra la Beatificación de su preclaro hijo, el año siguiente, con fiestas de iglesia y de calle; con luces y músicas. El entonces arzobispo de Valencia, su hermano de hábito, Fr. Joaquín Company, ordena que se abra una avenida directa, entre campos y caminos, desde la fachada de la Iglesia de Santa María de Jesús hasta las murallas de la Ciudad, convertida hoy en la espaciosa calle de Jesús, para el traslado de los restos mortales del santo fraile franciscano a la santa Iglesia Catedral Metropolitana. Allí será expuesto a la veneración y devoción de los fieles, durante los días de celebraciones festivas, volviendo al reposo de su sepulcro de la iglesia de Jesús, hasta que manos despiadadas lo hicieran desaparecer el año 1936.