«Estar con los más pobres es la manera que elijo de celebrar la Navidad, porque lo que se festeja es que el Señor viene a poner su Morada entre nosotros, y lo hace naciendo en un establo», afirma doña Tíscar Espigares, responsable de la Comunidad de San Egidio en Madrid, que desde hace ya 20 años, celebra el 25 de diciembre rodeada de personas sin hogar, ancianos solos y familias de escasos recursos. «Estos días, para el que está solo, la tristeza pesa ochenta veces más», dice

Como cada año, desde hace más de dos decenios, Tíscar Espigares se prepara para celebrar la Navidad con sus amigos de Madrid, «los más pobres entre los pobres». La responsable de la Comunidad de San Egidio en la capital, y un centenar de voluntarios más, dejan la comida copiosa y la reunión familiar del día de Navidad para celebrar una gran fiesta con personas sin hogar, ancianos que viven solos y familias de barrios pobres. «Estar con los más indefensos es la manera que elijo de celebrar la Navidad, porque lo que se festeja es que el Señor pone su Morada entre nosotros, y lo hace naciendo en un establo», reconoce Tíscar.


Desgraciadamente, en ocasiones, ese mensaje queda empañado por «la venta de estos días como una fiesta en las que se celebra, únicamente, la felicidad y la alegría, con la familia reunida, en torno a luces de neón y compras. Para el que está solo, la tristeza pesa ochenta veces más».

El día de Navidad, señala la responsable de San Egidio en Madrid, debería ser un día alegre para todos, porque «Dios se hace Niño. Pero, para los que están solos, si esa noticia viene acompañada de saberse amados también en la tierra, la alegría se triplica»





Por eso, la Comunidad de San Egidio, que quiere «que esa alegría llegue a todos», celebra la comida de Navidad en diversas partes del mundo. Sólo en Madrid, afirma Tíscar, «el año pasado nos juntamos más de 1.500 personas, entre pobres y voluntarios». De hecho, hay un número tan alto de asistentes, que tienen que dividirse en cinco comidas independientes, porque no caben en un solo lugar.

Y es que las Buenas Noticias corren como la pólvora, y cada año se acerca más gente a la puerta de la Comunidad de San Egidio para pedir formar parte de la celebración. «Llevamos 25 años en Madrid, repartiendo comida caliente en la calle, a ancianos en nuestra sede de la calle Verónica, y en el barrio de Pan Bendito. En todo este tiempo, hemos hecho muchos amigos que vienen a comer el día 25», explica Tíscar.

Pero también llegan nuevas incorporaciones que no se quieren perder lo que, para muchos, es el día más feliz del año: «La otra noche, una mujer búlgara de 100 años, que no conocíamos, vino a uno de nuestros puntos de reparto de comida, y, apenas sin saber hablar español, nos pidió asistir a la comida. Celebrar la Navidad también es darle un abrazo a esta mujer y decirle que tiene su sitio. De hecho, ya tiene una invitación con su nombre para venir a la comida».


Una de las partes más importantes de la fiesta navideña de San Egidio es que, cada uno de los asistentes, es llamado por su nombre: «Tienen su invitación nominal, y un regalo nuevo, pensado especialmente para cada uno, con su nombre escrito en el paquete», cuenta la responsable.

Este pequeño detalle es la revolución de la noche: «Recuerdo un año que un hombre vino y nos dijo: Este regalo viene de Dios, porque sólo Dios conoce mi nombre». Una apreciación que a nosotros nos puede parecer mínima, pero que, para las personas que viven solas o en la calle, «es un mundo, porque nadie les nombra, y si nadie te llama por tu nombre, es como si no existieras», indica Espigares. Otra mujer, después de participar en la comida, dijo, llorando, que nunca la habían tratado tan bien como aquel día.


Para que todos estén cómodos y contentos, la celebración de este día cuenta con una logística compleja que sale adelante gracias a los cientos de voluntarios que trabajan a destajo los días previos -también en la Nochebuena-, y el 25 de diciembre salen de sus casas a servir consomé, carne, y platos de embutidos por doquier: «Para nosotros es una fiesta de familia, porque la familia no está circunscrita al círculo de sangre», afirma Tíscar, que lleva más de 20 años comiendo el día de Navidad fuera de su casa, con los pobres de Madrid. Aunque, eso sí, muchas familias «vienen juntas a trabajar. Mi madre, hasta que falleció, me acompañaba siempre -añade-. Somos una gran familia que no conoce fronteras».

En Madrid, como en tantos lugares de España, hay soledad, algo más incisiva en estas fechas. «Imagino, en Nochebuena, las miles de personas que cenarán solas, delante de un plato con la misma comida que cada noche», señala el padre Paulino Alonso, religioso trinitario y responsable del Comedor Ave María.


En el emblemático comedor de Sol, las colas rutinarias se ensanchan los días 24 y 25, llegando a las 360 personas, para recibir «un desayuno especial, cargado de comida y de dulces, porque, además de dar la Buena Noticia, estos días intentamos cuidarles más, también con detalles», afirma el religioso. El padre Paulino se reconoce «muy feliz celebrando la Navidad entre los más pobres, porque comparto el calor del Nacimiento de Jesús con los que más lo necesitan. Es necesario que, entre tanto mensaje efímero, volvamos a celebrar una Navidad de entrega y servicio».

Por eso, después de repartir centenares de desayunos, se va a la cárcel de Soto del Real, donde es capellán. «El día 24, visito a los presos que están en peor situación. Luego, el 25, celebramos dos Misas por la mañana, y por la tarde estoy con los presos en celdas de aislamiento». El trinitario reconoce que en la cárcel se respira un ambiente de gran tristeza durante los días navideños -«ojalá no existieran estos días», le dicen muchos-, pero los que son católicos viven, meses antes, deseosos de que llegue el día 25 para ir a Misa. De hecho, cerca de 400 reclusos, ese día, celebran, junto al Señor y al padre Paulino, la Navidad.