Ignacio Carbajosa es catedrático de Antiguo Testamento en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso de Madrid, responsable en España del movimiento de Comunión y Liberación y durante cinco semanas ha sido capellán en el Hospital San Francisco de Asís de Madrid, colapsado como el resto por el coronavirus, experiencia que quizás marcará para siempre a este sacerdote.
Carbajosa, al igual que otros muchos sacerdotes, decidió dar un paso al frente y ofrecerse voluntario debido a que sus compañeros destinados como capellanes en los hospitales no podían más ante el aluvión peticiones de ayuda o bien habían caído contagiados.
Entre el 2 de abril y 7 de mayo este sacerdote cambió la universidad por el hospital. En este tiempo ha calculado que fallecieron en el San Francisco de Asís 115 personas debido al coronavirus. Y tras analizar todo lo vivido también ha llegado a la conclusión de que más de la mitad de las personas a las que atendió espiritualmente estas semanas han fallecido.
El diario con las experiencias de los enfermos
Precisamente, esta exactitud con respecto a las cifras se debe al diario que cada día este sacerdote iba escribiendo al volver a casa y donde dejaba por escrito estas experiencias y los encuentros que tenía con los pacientes, y que para muchos de ellos eran sus últimas horas con vida.
“Cuando llegaba a casa sentía la necesidad de plasmar por escrito lo que me había pasado. Porque lo más duro y lamentable ha sido ver la soledad de estos enfermos. He estado en las últimas horas de muchos de ellos. ¿Y quién soy yo para ser testigo de excepción de estas personas, cada una de ellas con una historia detrás?”, explica el padre Carbajosa a La Razón.
Las llamadas a los familiares
De este modo, cuando este sacerdote tenía conocimiento de algunos de los fallecimientos cuando llegaba a casa consultaba las notas sobre los encuentros que había tenido con esos pacientes y llamaba a los familiares para contarles que habían estado acompañados y cuidados.
Además, el padre Carbajosa les hacía partícipes de las conversaciones que tenía con ellos o incluso los vídeos que grababa. Así, recuerda que “una vez una viuda me dijo: ‘padre, ya no puedo llorar, hace veinte días que tenía a mi marido en casa y ayer me dijeron que ya está muerto. Necesito el cuerpo, necesito velarlo’. Son situaciones muy dolorosas”.
Otro caso que le impactó en el hospital fue el encuentro poco antes de su muerte con un enfermo de nacionalidad cubana. Recuerda el profesor de San Dámaso que acudió a darle la unción de enfermos. “Estaba lleno de tubos, tenía una traqueotomía. Sé que el último sentido que se pierde es el oído, así que me puse junto a él a recitarle las palabras de la unción, a leerle los evangelios pensando en quién era él, en su corazón, en sus deseos sabiendo que hay un último punto de conciencia que está despierto. Y en ese momento vi que de sus ojos caía una lágrima. Ahí está todo el misterio de nuestra fragilidad y de nuestra dignidad. Son cosas que en el hospital se palpan”.
"El misterio del ser humano"
Esta experiencia en el hospital le hizo vivir experiencias completamente opuestas. De hecho, con tan sólo una hora de diferencia llegó a dar la comunión a unos padres que querían comulgar por el nacimiento de su hijo y a los minutos encontrarse junto al cadáver de una enferma por coronavirus.
“En estos extremos está el misterio del ser humano, que es ese infinito de felicidad, de justicia, de paz y amor y, por otro lado, de una fragilidad absoluta por un virus que viene y te lleva la vida”, explica.
Para acabar, el padre Carbajosa asegura que “el hospital es el umbral que te puede llevar a pensar que no somos nada, que la única ley es la de la ciencia de este virus, que alguien se ha comido un murciélago y lo estamos pagando o bien se puede pensar que dentro de esta pobre carne está toda la promesa de felicidad que en Cristo no se pierde”.