Cada 26 de agosto, el monasterio de La Encarnación, en Ávila, celebra la fiesta de la transverberación del corazón de Santa Teresa, la experiencia mística que vivió en 1562 esta santa, en la que veía un ángel meter una lanza en su corazón que, en sus palabras, "me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios".

En esta ocasión, como en años anteriores, presidió la eucaristía el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, que fue obispo de Ávila de 1992 a 1997.

Esta fiesta de espiritualidad teresiana congregó en el monasterio a autoridades civiles como el alcalde en funciones, José Francisco Hernández , junto a algunos ediles y Ángel Acebes, diputado por Ávila hasta 2011 y antiguo alcalde de la ciudad. Acompañaron al cardenal los obispos de Ávila, Jesús García Burillo; Salamanca, Carlos L. Hernández; Segovia, Ángel Rubio y el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez; además de decenas de capellanes y diáconos entre los que se encontraba el capellán del convento de la Encarnación, Nicolás González.



La falta de Dios, la peor indigencia
"En estos tiempos de crisis y de incertidumbre, de nada estamos tan faltos como de Dios", predicó el cardenal. Esta falta de Dios, insistió, es "la principal carencia, la principal indigencia del hombre contemporáneo". Afirmó que "viviendo la eucaristía podremos cambiar el mundo".

Puso como ejemplo el testimonio de Santa Teresa de Jesús y los “horizontes insospechados para el hombre” que ofrece la mística.

Santa Teresa, dijo el cardenal, es “testigo del amor misericordioso de Dios, rico e infinito en su misericordia”, añadió Cañizares. La celebración terminó con la veneración de una reliquia de Santa Teresa.

Fuego que traspasa el corazón
La "transverberación" (del latín "transverberatio", que significa "traspasar") es una experiencia mística de cercanía a Dios que implica un "fuego" y una "herida" en el corazón. Santa Teresa la describe en su "Libro de la Vida" (cap. 29,2), así:

«Ví a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla. [...] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan ecendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman Querubines [...]. Viale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.»



Joan Carroll, en su libro sobre doctores de la Iglesia y mística, enumera otros santos que han experimentado este fenómeno místico: Catalina de Siena, Margarita María Alacoque, Pío de Pietrelcina, Francisco de Sales y Verónica Giuliani, entre otros.