En presencia del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, y del cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, proclamó beatas este sábado en la catedral de La Almudena a catorce monjas concepcionistas franciscanas martirizadas en 1936, al inicio de la Guerra Civil española. Las religiosas fueron asesinadas por milicianos del Frente Popular, una coalición de los partidos de la izquierda y los separatistas que se había hecho con el poder en febrero de ese año.
Tras la lectura del decreto, se descubrió el cuadro del pintor granadino Luis Ruiz que representa a las 14 mártires junto a la Virgen María, el Niño Jesús y la fundadora de la orden, Santa Beatriz de Silva (1437-1492).
La madre María del Carmen Lacaba Andía y sus trece compañeras de orden (solo de dos han podido recuperarse los restos) procedían de los monasterios de Madrid, El Pardo (Madrid) y Escalona (Toledo), y fueron "asesinadas durante la persecución religiosa que pretendía eliminar a la Iglesia en España", afirmó el cardenal Becciu en su homilía: "Ellas se mantuvieron fuertes en la fe. No se asustaron ante los ultrajes, las dificultades y la persecución. Estaban preparadas para sellar con sus vidas la verdad que profesaban con sus labios".
El purpurado destacó que "fue precisamente la aversión a Dios y a la fe cristiana lo que determinó su martirio. De hecho, sufrieron persecución y muerte debido a su estado de vida religiosa y su total adhesión a Cristo y a la Iglesia. Sus verdugos eran milicianos que, guiados por el odio a la Iglesia católica, eran protagonistas de una persecución religiosa general, sistemática contra la personas más representativas de la comunidad católica".
El cardenal Becciu relató hechos de su martirio que "impresionan profundamente", como el grito de "¡Viva Cristo Rey!" con el que recibieron unas la descarga de fusilamiento, o el "Sí, por la gracia de Dios" con el que respondieron otras a la pregunta de sus asesinos de si eran monjas, "lo que para ellas equivalía a una sentencia de muerte que los milicianos ejecutaron sin ninguna otra motivación". Asimismo, destacó que las monjas de Escalona fueron trasladadas a la Dirección General de Seguridad en Madrid "para obligarlas a abandonar la fe y a apostatar", y allí "fueron torturadas y finalmente fusiladas".
Procesión de entrada de las reliquias de las mártires tras ser proclamadas beatas.
"Esas monjas concepcionistas murieron porque eran discípulas de Cristo, porque no quisieron renegar de su fe y de sus votos religiosos", continuó el cardenal. Fieles a su espíritu cristiano, "nunca tuvieron una actitud de animosidad hacia aquellos que fueron la causa de su sufrimiento", y "se dirigieron al sacrificio glorificando a Dios y perdonando a sus verdugos".
Su vida y su muerte constituyen "un ejemplo vivo y cercano para todos. Sus muertes heroicas son un signo elocuente de cómo la vitalidad de la Iglesia no depende de proyectos o cálculos humanos sino que brota de la total adhesión a Cristo y a su mensaje de salvación".
Según el cardenal, la fuerza de los mártires "en tierras de España" es "la fuerza de la fe, de la esperanza y del amor", que "ha demostrado ser más fuerte que la violencia": "Ha sido vencida la crueldad de los pelotones de fusilamiento y de todo el sistema de odio organizado".
Las últimas palabras del cardenal Becciu se refirieron a las circunstancias de nuestro tiempo. Recordando, con Tertuliano, que "la sangre de los mártires es semilla de cristianos", afirmó que "no podemos dudar de la fecundidad de esta simiente aunque parecen crecer bajo diversas formas las fuerzas que intentan erradicar de las conciencias y del tejido social el semen christianorum, es decir, los valores cristianos. Ante las actitudes de cerrazón hacia las personas más necesitadas, ante el indiferentismo religioso, el relativismo moral, la arrogancia de los más fuertes frente a los más débiles, ante los ataques a la unidad de la familia y a la sacralidad de la vida humana no podemos olvidar la fuerza del Evangelio".
Por ello concluyó lanzando "una invitación urgente a vivir el Evangelio de manera radical y con sencillez, ofreciendo un testimonio valiente de la fe que supera todas las barreras y abre horizontes de esperanza y de fraternidad".