La plataforma MásLibres.org ha organizado un concierto benéfico en el Teatro Fígaro de Madrid en beneficio de los cristianos acosados en Pakistán. Es posible ayudar a estos cristianos llamando al teléfono 91 554 71 89 y ofreciendo un donativo como "fila cero". 

La situación de estas familias es tal que incluso si abandonan Pakistán se sienten perseguidos por los agentes del fundamentalismo islámico, como ilustra el caso de una familia en España que MásLibres pone como ejemplo. 

No pueden mostrar sus rostros, ni decir sus nombres, ni identificar dónde viven. La familia, digamos, Akram sigue teniendo miedo. A pesar de que las condiciones de vida en España superan con mucho las cotas de libertad que pudieran haber soñado en Paquistán, se muestran reacios.

Ni siquiera los casi 9.000 kilómetros de distancia que les separan de su localidad de origen en Paquistán logran apaciguar sus miedos.

El señor Akram, esposo y padre de cuatro hijos explica agradecido cómo han alcanzado en España un grado de libertad religiosa impensable en Paquistán: “Puedo practicar mi religión, llevar la cruz, mis hijos están felices… podemos celebrar la Navidad y la Pascua”.

Sin embargo, no tarda en reconocer que sigue “teniendo miedo” a ser objetivo “de los grupos fundamentalistas que operan en Cataluña”.

Pero, ¿qué puede llevar a un exitoso hombre de negocios de exportación con una vida acomodada, a huir de su propia tierra, del país de sus ancestros? Su 


compromiso con la causa de la libertad que le impulsó a liderar, junto a algunos amigos, una protesta contra la ley de blasfemia en 2001.

O más bien, las consecuencias derivadas de este compromiso y cómo pueden afectar a su familia.

“Después de la manifestación ya no hubo vida para nosotros”, confiesa. “Tuvimos muchos problemas con diferentes grupos radicales: los estudiantes islámicos, la policía religiosa…”, recuerda inquieto.


Pasados unos días de aquella manifestación, la madre de los Akram vivió uno de los momentos más terribles de su vida.

“Los radicales islámicos se plantaron frente a nuestra casa, donde me encontraba sola. Gritaban cosas horribles hasta que comenzaron a lanzar neumáticos encendidos para intentar quemar nuestro hogar. No contentos con ello, aporrearon la puerta principal, reclamando la presencia de mi esposo. Al no obtener respuesta, derribaron el portón, irrumpieron en el salón y me zarandearon hasta arrojarme al suelo. Se marcharon al fin, no sin antes advertirme: ‘Esto es para que no hagáis lo que no debéis hacer’”.

Uno de sus hijos, concluye el relato, advirtiendo: “Esta situación es muy dolorosa porque la posibilidad de perder a una madre es mucho”.

Como es obvio, los cuatro hijos Akram también han sufrido marginación y desprecio.

Con motivo de la persecución que vivían, se vieron obligados a cambiar varias veces de colegio. En una de esas ocasiones, acudieron a realizar la matrícula para la hija. “Aquél día vestía pantalón, pero la directora me dijo que no podía usarlo porque vivimos en un país islámico”, rememora con sus expresivos ojos, al tiempo que explica que se trata de un “privilegio” reservado a los occidentales según la mentalidad fundamentalista.

El señor Akram denunció algunas de estas agresiones a la Policía, pero su respuesta fue desoladora: “Está usted manifestándose contra la ley islámica de Paquistán. ¿Cómo podemos protegerle?”.

Se vieron obligados a cambiar de casa varias veces, incluso de ciudad, pero los peligros no se atenuaban, sino que iban a más, incluidas amenazas de muerte por teléfono tanto en la casa como en el lugar de trabajo del padre. Por eso la necesidad de huir dejando todo atrás: familia y posesiones.


La situación de Paquistán tras el ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001 puso aún más difícil la situación de los cristianos en el país donde estaba refugiado el líder de Al Qaeda Ben Laden.

“De una manera ridícula, los radicales islámicos identificaban cristianos y estadounidenses. Por tanto, nos acusaban de tener algún tipo de conexión con ellos y nos marginaban aún más”, explican.

Además, la obtención de visados ante la espantada diplomática internacional en el país hizo aún más difícil la huida. Tan sólo lograron, después de muchas dificultades, que la legación marroquí les ofreciera unos visados.

Pero en Marruecos tampoco estaban a salvo, pese a que obtuvieron el estatuto de refugiados de la ONU a través de ACNUR, que les advirtió de que el país no era adecuado para ellos, dada su condición de cristianos. Sin embargo, nada hicieron para reubicarlos a pesar de las promesas. Allí sobrevivieron como pudieron y aprovecharon para aprender algo de español.


Los Akram viven en España desde 2011. Tienen permiso de trabajo, pero no estatuto de refugiados. Sólo dos de los seis miembros de la familia llevan dinero a casa. De esos, uno trabaja a 400 kilómetros del resto de su familia para la subsistencia común.

“En Paquistán teníamos dinero, pero eso no importa. Si no tenemos respeto, no vale nada. Somos cristianos y eso es lo que queremos ser. Esto es más importante que el dinero”, explican.

Su mayor deseo hoy es poder vivir por sus propios medios, seguir rezando en libertad y que termine esta pesadilla que se alarga ya más de una década.

Vienen de un pasado terrible, que les ha obligado a dejarlo todo, a huir y a vivir de manera precaria en Marruecos y España. Sin embargo, no pierden la esperanza: “Perdimos 12 años, pero los vamos a recuperar. Sabemos que podemos hacer algo por nuestro futuro”.

Con permiso del miedo, que sigue siendo su sombra.


La situación de la minoría cristiana en Pakistán es de persecución constante. Como si funcionara el sistema de castas de la India, los cristianos son llamados de forma despectiva “los sucios” y tienen reservados los trabajos menos agradables, muchos de ellos relacionados, precisamente, con la limpieza.

“Nos roban, nos matan, nos echan de nuestras casas, nos llevan a la Policía acusados de cualquier cosa”, explica Akram. Sin ir más lejos, la semana pasada una turba de más de 200 hombres arrasó e incendió un centenar de casas tras una denuncia falsa relacionada con la ley de blasfemia.

En el recuerdo de los últimos años queda el caso de Asia Bibi, encarcelada y condenada a muerte por falsas acusaciones de blasfemia y por cuya defensa han muerto dos mandatarios, incluido el ministro de Minorías, Shabbaz Bhatti.

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