El 7 de enero se cumplieron cuarenta y siete años de la fecha en que Don Marcelo empezó a ser Arzobispo de Barcelona, de la que venía siendo Arzobispo Coadjutor unos meses antes, desde mayo de 1966.
En los seis años que fue Pastor de aquella diócesis (19661972) en que pasó a ser Arzobispo de Toledo, trabajó intensamente en la aplicación fiel del Concilio Vaticano II. En su misión, junto a muchas alegrías que tuvo, no le faltaron problemas, originados, en gran parte, por la situación política que se vivía en España y por la oposición que le hicieron algunos grupos por no ser catalán.
El que fue su secretario particular, Santiago Calvo Valencia, actual Canónigo de la S.I. Catedral Primada de Toledo, cuenta en Religión en Libertad con detalle las consecuencias de un conflicto que tuvo resonancia en todo el mundo, pero cuyo final pasó inadvertido a la opinión pública:
«El 11 de mayo de 1966 un centenar de sacerdotes y religiosos fueron en manifestación desde la Catedral de Barcelona a la Jefatura de Policía, en Via Layetana, distante unos 300 metros, para entregar una carta de protesta por torturas que decían que la policía había hecho a unos estudiantes. Las manifestaciones entonces estaban prohibidas. La policía cargó contra los manifestantes y cuatro de estos fueron detenidos y procesados por el Tribunal de Orden Público (el TOP).Aunque esto sucedió ocho días antes de la llegada de Don Marcelo a Barcelona y tomara posesión como Arzobispo Coadjutor, a él le tocó cargar con las consecuencias del hecho.
»Durante el estado de excepción de 1969 (que duró de enero a marzo) se celebró en el Tribunal de Orden Público la vista oral de los cuatro sacerdotes que habían sido procesados. Dos eran diocesanos de Barcelona, uno de Vic y el otro Capuchino.
»En la sentencia les condenaron a penas de reclusión, que cumplirían en una casa religiosa, de acuerdo con el concordato de 1953, y el Obispo diocesano tenía que comunicar al TOP la casa en que deberían estar internados.
»Don Marcelo habló detenidamente de este asunto con el Ministro sin cartera, Don Laureano López Rodó, barcelonés de nacimiento, con Don Tomás Garicano, Ministro de al gobernación, que había sido Gobernador civil de Barcelona hasta unos meses antes, y con el Ministro de Justicia, Don Antonio Oriol, los tres católicos sin tacha y buenos amigos, y los tres le prometieron que harían todo lo posible para que el Gobierno concediera inmediatamente el indulto.
»Escribió, además, una carta dirigida al Jefe del Estado, Generalísimo Francisco Franco, que dio en mano al Ministro de Justicia, el cual la entregó personalmente al destinatario. La dificultad estaba en que para conceder el indulto, los condenados tenían que empezar a cumplir la pena y, por tanto, debían ingresar en prisión. En estos casos, en una casa religiosa que se señalara. Y, una vez que empezaran a cumplir la condena, inmediatamente serían indultados. Ahí estaba el problema y ese momento sería la ocasión para empezar una campaña, que no se veía qué repercusiones iba a producir, pero iban a ser muy graves, entre otras la gran división entre los sacerdotes y católicos de Barcelona y de toda España.
»El momento en que deberían empezar la reclusión en la casa religiosa que se señalara era la ocasión propicia, para que un grupo de sacerdotes y religiosos hicieran un acto sonado, que sin duda sería recogido sobre todo en la prensa internacional, con el fin de llamar la atención y presentar a su manera los problemas de España. Ya estaban preparando una manifestación de “curas con sotana” que acompañarían a los condenados en procesión, rezando por las calles de Barcelona hasta el lugar señalado para cumplir la pena. Ese, según criterio de Don Marcelo, era el hecho que había que evitar. Y por lo tanto había que buscar una solución para que les concedieran el indulto sin que tuvieran que empezar a cumplir la condena, incluso sin que ellos lo solicitaran, ni siquiera se enteraran de que alguien, sin ellos saberlo, lo estaba pidiendo.
»Don Marcelo, de acuerdo con el querido Doctor Masnou, Obispo de Vic, a cuya Diócesis pertenecía uno de los sacerdotes procesados, y con los cuatro Obispos auxiliares, señalaron la correspondiente casa religiosa. Se encargó de ello el Obispo Auxiliar Dr. Guix, que fue a ver al Dr. Masnou, el cual dio su consentimiento para el plan que le fue propuesto de parte de Don Marcelo. De la casa religiosa escogida sólo el Superior de la misma se enteraría de la operación, nadie más de la comunidad. La casa elegida fue la de los Filipenses, en la Plaza de San Felipe Neri, en Barcelona.
»El asunto lo prepararon en el Arzobispado, con la asesoría jurídica de D. Ignacio Gispert, Abogado del Arzobispado y Decano del Colegio de Abogados de Barcelona, que después fue Conseller de Justicia de la Generalitat, y tenían conocimiento del asunto (no de todos los detalles) el Nuncio Apostólico, Mons. Luigi Dadaglio, y el Ministro de Justicia, D. Antonio Oriol.
Llegado el día de ingreso en prisión de los cuatro encausados, el 4 de marzo de 1970, el Dr. Guix, como Vicario General y por mandato del Arzobispo, comunicó al TOP “el lugar en que habían empezado a cumplir la condena”, señalando la dirección exacta y el teléfono de la casa.
»Al día siguiente, 5 de marzo, el P. Alemany, Superior del Oratorio de San Felipe Neri, certificó por escrito dirigido al Tribunal de Orden Público que los cuatro encausados, cuyos nombres señalaba, estaban internados en aquella casa y observaban muy buena conducta.
»El Fiscal del TOP llamó a la casa de los Filipenses, en el momento en que el Superior, P, Federico Alemany, no se encontraba allí. Cogió el teléfono un empleado que estaba en la portería, el cual no sabía nada de la operación montada y dijo al fiscal que allí no había nadie cumpliendo ninguna condena.
»El fiscal, extrañado y muy enfadado, llama al Dr. Guix, el cual le dijo que era el Sr. Arzobispo quien lleva personalmente el asunto y se había hecho responsable de todo, aunque él, como Obispo Auxiliar, era quien ha firmado la comunicación al Tribunal, por mandato y en nombre del Arzobispo. El fiscal dijo que lo que “el hecho constituye delito suficiente para decretar prisión del culpable”.
»Don Marcelo llamó al Ministro de Justicia y le dice que el responsable de todo es él, como Arzobispo, que lo ha hecho de forma consciente y voluntaria y no se arrepiente de haberlo hecho, que está dispuesto a ir a la cárcel y que, si quieren encontrarle, ya saben cuál es su dirección para que, si llega el caso, le detengan. Pero que se dé cuenta que desde hace más de quince días venía haciendo gestiones para evitar esta situación y piensen bien, le dijo, lo que van a hacer y el cúmulo de conflictos que van a crear y las consecuencias graves que se van a seguir al más alto nivel de relaciones Iglesia Estado y la resonancia internacional que esto tendrá.
»“Busquen –le dijo- la solución que crean oportuna”, y repitió que él, como Arzobispo, se hacía responsable de todo y no rehuía cargar con las consecuencias que le correspondan, incluso la de ir a prisión. En plan de verdadero amigo, aconsejó al Ministro que buscara una solución “con quien sea” para que el asunto quede sobreseído y los condenados sean indultados antes de que esto salte a la calle, sin tener que ser internados en la casa señalada, incluso sin que se enteren de los trámites que se están realizando. Que les comuniquen el indulto cuanto antes, sin más requisitos...
»Con buen criterio, el Ministro hizo lo que pudo y al día siguiente llamó por teléfono a Don Marcelo, diciendo que el Gobierno había concedido el indulto y se lo harían saber a los interesados, los cuales recibirían la comunicación correspondiente por el cauce legal. A los pocos días los cuatro encausados recibieron la citación para que acudieran al Juzgado. Allí fueron, creyendo que les iban a comunicar dónde y cuando iban a empezar el cumplimiento de la condena. Los citados quedaron sorprendidos cuando les comunicaron que habían sido indultados. Y quienes tenían preparado un acto, que iba a tener eco en la prensa de todo el mundo se quedaron con las ganas de hacer la procesión-manifestación, acompañando a los detenidos.
»Unos días después Don Marcelo recibió una carta del Nuncio Apostólico, Mons. Dadaglio, diciendo que el Papa había pedido al Ministro de Asuntos Exteriores, Sr. López Bravo, el indulto para estos sacerdotes, en la audiencia que le concedió en el Vaticano un mes antes, y le rogaba se lo hiciera saber a los interesados. Don Marcelo respondió con toda atención a la carta del Sr. Nuncio, dándole cuenta que había cumplido el encargo y explicándole las últimas gestiones que también él había realizado los días anteriores ante las Autoridades del Estado, en las que había solicitado lo mismo que había pedido el Santo Padre, y de las que también había hecho sabedores a los cuatro interesados».