Este 11 de marzo se cumplen 20 años del terrible atentado terrorista que asoló la ciudad de Madrid y que se saldó con 192 muertos y más de 2.000 heridos. Uno de los asesinados fue Vicente Marín, hermano de Fausto, diácono permanente de la Archidiócesis de Madrid, que en una entrevista con la web diocesana explica cómo vivieron aquellos terribles momentos,
“Cuando echo la vista atrás y recuerdo ese día, me doy cuenta que la presencia del Señor ha sido muy importante en nuestras vidas; ha sido la gasolina que nos ha ido dando cada día el alimento necesario”, recuerda Fausto Marín.
Nunca olvidará las palabras que su padre, también llamado Fausto, pronunció en aquellos días de dolor indescriptible, cuando los médicos le ofrecieron tomar alguna pastilla para la ansiedad: “La pastilla más importante es haber tomado el Cuerpo de Cristo. Esto siempre ha estado presente en nuestras vidas”.
Dios fue una ayuda fundamental para poder soportar esta muerte tan injusta. De este modo, este diácono permanente agrega que “poniéndolo todo en las manos de Cristo, hemos podido vivir nuestra vida como una familia normal, es decir, como personas que se enfrentan a un dolor tan grande como es la pérdida de un hermano, de un hijo… Es muy traumático”.
Fausto recuerda que Vicente se había casado dos años antes del 11-M y “estaba iniciando su vida matrimonial”.
De hecho, en ocasiones, “bromeaba y decía que el Señor le llamaría joven”. Asimismo, Fausto recuerda que a Vicente le marcó muchísimo la muerte de su tío Juanjo; también había fallecido joven y unos años antes que él. “Mi hermano tenía una foto con él y detrás de ella había escrito: Nos encontraremos pronto”, cuenta Fausto Marín.
También recuerda a su madre, que solía decir: “el único temor que puedo tener es encontrarme con mi hijo; y eso no es ningún temor”. Cuando falleció la madre de Fausto, su padre entregó su vida al sacerdocio y a la Iglesia: “Él también dice muchas veces que el encuentro que tendrá, cuando el Señor quiera, será con su mujer y con su hijo Vicente”.
Después de 20 años, Fausto remarca que “el dolor al que te enfrentas, es una cicatriz en tu alma que te acompaña el resto de tu vida, pero la alegría de ser cristiano es la que te ayuda y la que te sostiene para poder enfrentarte todos los días a las circunstancias que se van presentando en la vida”. En este sentido, Fausto explica que “Dios nos regala la fe. Tenemos que tener los oídos abiertos y poner nuestra vida en las manos del Señor. Si hacemos realmente ese ejercicio, los dolores seguirán siéndolo, pero serán más llevaderos”.
“En un mundo en el que las ansiedades, las dificultades y las preocupaciones parecen que nos invaden, tenemos que poner la fe en el centro de nuestra vida. La fe es la que nos va a sostener siempre”, agrega.