Los tres participantes en el debate Fe, Razón y Vida, organizado en el marco del XIVº Congreso de Católicos y Vida Pública han coincidido en reconocer la valiosa aportación del magisterio de Benedicto XVI al diálogo entre Fe y Razón. En este punto han confluido inequívocamente el catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense Gabriel Albiac, el ex embajador de España ante la Santa Sede y ex alcalde socialista de La Coruña Francisco Vázquez y el rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Javier María Prades, bajo la batuta moderadora del periodista Ernesto Sáenz de Buruaga.
Albiac ha dedicado gran parte de sus palabras a exponer la confluencia en una lógica común de las tradiciones griega y cristiana. Una convergencia que, a su juicio, es lo que el actual Pontífice quiso dejar sentado en Ratisbona. “La alianza que Ratzinger ha tratado de trazar es la del reconocimiento de la identidad discursiva profunda entre el pensamiento griego y el cristiano”.
Francisco Vázquez ha razonado por parecida línea al destacar la puesta en valor de los fundamentos profundos de la Iglesia que ha promovido Benedicto XVI. En último extremo, este esfuerzo lleva a la conclusión de que dichos principios son, en alta proporción, “valores compartidos por todos”. Este es el peligro que, a juicio del embajador, ciertos sectores ven en el Papa: “Ratzinger es atacado porque ha rearmado ideológicamente a la Iglesia”.
Las disonancias también han aflorado en el diálogo y éstas se han debido a la distinta interpretación que Albiac y Prades hacen de la coincidencia entre el pensamiento clásico y el cristianismo. Para el filósofo, ambas culturas están “soldadas” por el punto común de la “tragedia”. Una tragedia que proviene del hecho de que “la respuesta nunca llega a agotar a la pregunta. A los no creyentes lo que realmente nos fascina es esa situación de herida incurable por el combate con Dios en la que viven los creyentes, aunque quizá nos equivoquemos”, ha expresado Albiac.
Frente a estos planteamientos, Prades ha invocado lo que, desde su punto de vista, es un hecho original cristiano, en referencia a que la fe cristiana es para con un Dios “en contacto con la realidad”, no concebido como una divinidad abstraída, sino involucrada en las realidades terrenas. “El cristianismo irrumpió en el mundo antiguo en diálogo con la filosofía más que con las religiones porque tenía la pretensión de ser luz para la comprensión de lo real”, ha precisado. Tan es así que Prades ha llegado a advertir de lo “peligrosísimo que sería un Dios que no tuviese nada que ver con la realidad”. Un modo de entender a Dios de este tipo llevaría a la “lógica del gueto” o a “ejercer violencia sobre los demás”.
Y es que Prades entiende que es precisamente en el contraste con la experiencia humana cuando la fe despliega todo su potencial para la comprensión de la existencia. En este sentido, ve las dificultades que plantea la crisis como un reto, “una provocación” de inmensas posibilidades para el hombre. Esto se manifiesta en la acción social de la Iglesia, que, según ha considerado, no sólo sirve para la resolución de problemas materiales sino que traza el surco para la acción persuasiva del testimonio. En palabras de Prades, cuando “una forma de humanidad con las características del Evangelio se pone en contacto con la realidad se abre el espacio para que la razón se dilate”.