Albarracín (Teruel), con mil habitantes, figura siempre en las listas de los pueblos más bonitos de España. Es Monumento Nacional desde 1961; posee la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes de 1996 y su conjunto histórico está declarado como bien de interés cultural. Tiene sus murallas del siglo XIV, su ayuntamiento del siglo XVI, su alcázar del siglo XI. Y tiene cura. El cura puede disfrutar de toda una catedral del siglo XVI, de gótico tardío. Y algunos templos más.
Desde su "sede catedralicia" de Albarracín, el padre Ignacio Hernández (Nacho) atiende 12 pueblos: en tres no vive nadie y en el resto la media es de 30 personas. Cuando hace mal tiempo, la feligresa de alguno de estas poblaciones le manda un Whatsapp para que no vaya a dar misa. “La gente mayor no sale de casa si hace mucho frío y si voy, se sienten en la obligación de no dejarme solo en la iglesia”, cuenta este párroco. Calentar la catedral y otros templos grandes de Albarracín es prohibitivo: la misa muchas veces se hace con frío y mucho abrigo.
Ignacio Hernández conoce a los vecinos, los saluda, se toma una cerveza con ellos. Lleva 22 años de cura rural y cuenta su experiencia en la campaña de las diócesis de Aragón titulada Trabajamos por Aragón.
Hay pueblos que sólo reciben gente para un entierro. El vecino murió en Teruel o en Zaragoza o en otro sitio, donde vivía hace años. Pero se entierra en su pueblo y allí llegan los parientes y amigos. Y el cura. El entierro da vida breve al pueblo.
“Gente joven queda muy poca, es difícil trabajar y mantener a una familia dedicándote a la agricultura y la ganadería”, apunta Nacho.
Los curas rurales intentan permanecer y ser visibles incluso donde ya no hay maestro, o médico o boticario. “Cerrar una iglesia es muy duro y nosotros todavía mantenemos viva la llama acudiendo donde nos llaman”. Si en uno de estos pueblos varios amigos o familiares deciden volver un fin de semana y quieren celebrar misa en la iglesia, solo tienen que mandarle un Whastapp. “Allí voy. Celebramos la eucaristía y nos tomamos un café".
En su furgoneta va de pueblo en pueblo, recoge ropa para Cáritas, traslada a veces algún vecino que lo necesita. En solo tres meses su vehículo ya tiene 10.000 kilometros, avisa.