Este domingo, a las doce de la mañana, el obispo de San Sebastián ofició en la catedral del Buen Pastor de la capital donostiarra una misa por el eterno descanso de las víctimas mortales del terrorismo y por el consuelo de sus familiares.

Al acto religioso asistieron, entre otros, el delegado del Gobierno en el País Vasco, Carlos Urquijo, y entre las víctimas presentes estaba Pilar Elías, viuda de Ramón Baglietto, asesinado por un etarra a quien había salvado la vida cuando era un niño.

La homilía de José Ignacio Munilla, que comenzó con unas palabras de gratitud a quienes han querido acompañarlas este día, se centró en el valor sanador de la misericordia para quienes han sufrido "las heridas de la violencia terrorista".

"La fecha que hemos elegido para la celebración de esta Eucaristía no se ha decidido al azar", dijo, porque en la Octava de Pascua "resuena en nosotros el triunfo de Cristo sobre la muerte: la victoria de la esperanza sobre nuestro desaliento y nuestras tristezas; la victoria de la fe sobre nuestra desconfianza y nuestros temores; la victoria del amor sobre el odio y sobre el rencor; e incluso, la victoria de la comunión con nuestros seres queridos ausentes, por encima de nuestro sentimiento de soledad y desamparo".

Recordó que Juan Pablo II instituyó en el segundo domingo de Pascua la fiesta del Domingo de la Divina Misericordia en homenaje a la joven religiosa polaca Santa Faustina Kowalska (19051938), que se ofreció como "víctima voluntaria" precisamente por las "almas sufrientes" y es considerada el gran apóstol en nuestros tiempos de la Divina Misericordia: "Dios es amor y su relación con nosotros está fundada en la misericordia", dijo monseñor Munilla, y "cuando conocemos y gustamos interiormente de este misterio, el horizonte de nuestra vida se llena de esperanza".


En ese sentido, "sólo con la actitud del amor misericordioso es posible acercarse a las víctimas para ayudarles a que se levanten y reanuden su camino". Se trata de evitar el segundo efecto del mal sobre nosotros: "El primero es el de hacernos sufrir como víctimas inocentes. Pero el segundo puede llegar a ser todavía más grave: lograr que la víctima llegue a contaminarse moral o espiritualmente con el mal que injustamente está padeciendo", y "el Maligno pretenda incluso hacernos un profundo daño espiritual perdurable".
 
"Recuerdo unas palabras que escuché en cierta ocasión de labios de uno de vosotros, y que han sido una auténtica lección para mi vida de sacerdote", dijo Don José Ignacio: “Han matado a mi hijo, pero no conseguirán robarme la fe en Dios, ni la esperanza de santidad”.

"Que el sufrimiento que habéis padecido y que continuáis padeciendo, no os impida conocer y experimentar la bondad de Dios, la confianza en el prójimo y la esperanza en un futuro mejor", pidió el obispo de San Sebastián a las víctimas de ETA, poniéndolas bajo la protección de la Virgen María, "Madre Dolorosa".


Y ¿qué es la misericordia celebrada este domingo? "La misericordia no es otra cosa que el Amor que se prodiga en sanar las heridas de los que sufren", definió el prelado, antes de evocar la figura de la Madre Teresa de Calcuta, sobre quien la catedral de San Sebastián acoge una exposición en las últimas semanas.

"Las víctimas de la violencia terrorista están reflejadas en los pobres que Madre Teresa atendió y recogió en las calles de Calcuta. Pero las víctimas de la violencia terrorista también están reflejadas en el icono de las propias Misioneras de la Caridad, vestidas con sus saris indios, quienes olvidadas de sí mismas se convierten en ángeles de misericordia para los demás", dijo.

Pidió a las víctimas que se dejen "amar por Dios, así como por los seres queridos que nos rodean: Solamente así podrán sanar nuestras heridas, esas heridas que la violencia terrorista ha generado en nuestros corazones". Y "¡qué importante y necesaria puede llegar a ser en este camino de sanación una profunda experiencia de oración!".

Llegó entonces la parte más difícil, pero nuclear, del sermón: "Mis queridos hermanos, las heridas de la violencia terrorista sólo pueden ser sanadas por el bálsamo de la misericordia, que se recibe al mismo tiempo que se da... Desde esta convicción, ‘con temblor y temor’, pero con la certeza que nos da el Evangelio de Jesús de Nazaret, me atrevo a proponeros en este Domingo de la Divina Misericordia, a todas las víctimas de la violencia que os sentís cristianos, que oréis con fe y esperanza por la conversión de quienes fueron vuestros verdugos. Será una oración heroica que contribuirá en gran medida a la sanación de vuestras heridas. Y, no lo dudéis, será una oración eficaz; si bien es cierto que siempre quedará condicionada al misterio de la respuesta de la libertad del hombre. Aun así, nuestra fe en la misericordia de Dios, nos lleva a cultivar la confianza en el hombre y en su capacidad de regeneración. Con la ayuda de la gracia, la libertad humana es capaz de reconducirse por el camino de la verdad y del bien".