En el curso 2011-2012 se ha producido un aumento, en términos absolutos, de 51 seminaristas mayores, lo que supone un incremento del 4,2% respecto al curso anterior. Así, el número de seminaristas diocesanos en España se estabiliza en los 1.278. Y nadie duda de que parte de ese crecimiento tiene que ver con la Jornada Mundial de la Juventud del pasado agosto, que llenó de jóvenes peregrinos hasta el último rincón de España.

«La JMJ fue como un zarandeo para que los jóvenes viesen otra alternativa, que viesen sacerdotes jóvenes con alzacuellos, consagrados con hábitos, etc...», explica Miguel Ángel Morán, rector del seminario de Coria-Cáceres. «Los jóvenes cristianos en los pueblos a lo mejor conocen sólo sacerdotes ancianos, y ni se plantean la posibilidad de que el sacerdocio sea un modelo de vida, así que es una pescadilla que se muerde la cola, pero la JMJ rompía con esto», afirma. El obispo de Terrassa, José Ángel Sáiz, presidente de la Comisión de Seminarios de la Conferencia Episcopal, añade que «en las zonas despobladas, rurales, es más difícil poder crear grupos de jóvenes y esa es una dificultad añadida, pero con oración y dinamización vocacional se van dando frutos».

Una opción es traer seminaristas de otros países. El seminario de Zaragoza, por ejemplo, es uno de los que tiene más ingresos nuevos este año, con 13 nuevos alumnos, con lo que ya son 31 los jóvenes que prepara para el sacerdocio. Los hay aragoneses, pero también de Colombia, Venezuela, Polonia... «El riesgo es que algunos chicos extranjeros no se adapten», explica a LA RAZÓN el rector del seminario zaragozano, Alfonso Palos , «pero por otro lado un seminarista extranjero que funciona bien aporta una visión nueva». El obispo Sáiz añade otros riesgos: «es posible que algún candidato extranjero llegue huyendo de problemas económicos o sociales de su país. Eso se evita cuando hay fluidez en el trato entre los obispos extranjeros implicados, con convenios, acuerdos, huyendo de los “seminaristas paracaidistas”. Por otro lado, hay chicos extranjeros que vienen con ganas sinceras de hacer “nueva evangelización” en Europa, y aportan universalidad».

El rector Alfonso Palos está también convencido de que «la JMJ hizo pensar a muchos jóvenes; de hecho, conozco uno de Zaragoza que después de la JMJ entró en el seminario de Madrid, porque estaba allí estudiando la carrera. Medir el efecto de la JMJ es difícil, pero está ahí, sin duda».

«Yo conozco chicos de Zaragoza que han vuelto a la Iglesia después de participar en la JMJ, de ver que la Iglesia es universal, y ahora crecen en la fe», afirma Pablo Vadillo, seminarista de Zaragoza. «A algunos el miedo al qué dirán les impide plantearse la vocación, pero yo les diría que con Cristo todo cambia, y que la gente de tu entorno verá que estás contento», añade con convicción.


«Mis padres no eran muy practicantes, pero mis abuelos me llevaban a misa y también a ver a los enfermos con los Esclavos de María y de los Pobres; creo que Dios habla en los enfermos», explica Ricardo Fernández, de 27 años, en su segundo curso en el seminario de Cáceres. Maduró su fe en una cofradía y en un colegio franciscano. En el futuro se ve como párroco «de 8 ó 15 pueblos», calcula.


Pablo Vadillo, seminarista de 19 años en Zaragoza, dejó de ir a misa en la adolescencia, pero en un campamento organizado por una cofradía representó el papel de un cura en un teatrillo... y así se puso en marcha la llamada de Dios. «Estuve en la misa del Papa con los seminaristas en la Almudena. Fue lo que más me gustó de la JMJ, junto con el silencio de la adoración en la noche, en Cuatro Vientos», recuerda.