La carta pastoral del arzobispo de Burgos para este segundo domingo de Cuaresma es un comentario sobre la parábola del hijo pródigo que, inopinadamente, al final se transforma en una reflexión sobre la presente circunstancia que atraviesa nuestro país.
“Sí estoy muy bien, no me falta de nada y puedo permitirme lo que otros no pueden. Pero no soy libre. Siempre en la misma casa, siempre en la misma hacienda, siempre con los mismos criados. Necesito salir de esta cárcel y buscarme la vida”: ésta es, en palabras de Francisco Gil Hellín, la reflexión que se hace el hijo pródigo antes de separarse del hogar familiar.
Durante unos años, dilapidando la herencia recibida, todo parecía ir sobre ruedas: "Mientras tuvo dinero en el bolsillo, iba de juerga en juerga y de aventura en aventura. Respiraba hondo y se repetía a sí mismo: «Esto es vida, esto es ser libre. ¡Qué diferencia con mi casa, donde todos los días eran iguales!»”.
Pero al final la realidad se impone. Llega el hambre; y, con el hambre, el arrepentimiento; y con el arrepentimiento, el regreso; y con el regreso, el abrazo paterno: "El hijo, que pensó que en su casa no había libertad ni alegría, descubrió que fuera de ella todo parece de color rosa pero es, en realidad, una fruta emponzoñada que sólo es portadora de hastío, miseria e infelicidad".
¿Dónde está la enseñanza para nuestro presente? Monseñor Gil Hellín, que nunca rehúye poner el dedo en la llaga en sus análisis de situación, ve un paralelismo con la España de hoy: "El hijo rico, ansioso de libertad y hundido en la infelicidad es Europa, España y tantos y tantos hombres y mujeres que recorren las calles de nuestras ciudades y pueblos. Han recorrido las dos primeras etapas del hijo pródigo: la abundancia, y la miseria moral y material".
Pero la solución sigue siendo la misma que en el Evangelio. "Quizás el hastío y vacío que ahora experimentan les haga descubrir lo que redescubrió el pródigo desde su postración: que es preciso volver a casa para ser feliz. Volver a sentir el abrazo perdonador de Dios. Cuaresma puede ser el recomienzo de tu vida. No lo dudes: el ansia de felicidad que sientes, en el fondo es sed de Dios", concluye.