En Sevilla es casi tan conocido como el Giraldillo o la Maestranza. Diplomático, llegó a la capital andaluza como comisario del pabellón de Canadá en la Exposición Universal de 1992.

Durante esos meses conoció y se impregnó del embrujo de la Semana Santa. A su padre, por entonces moribundo, le hizo una promesa que cumplió bajo las trabajaderas del paso del Cristo de los Panaderos. Así se gestó el idilio de Gary Bedell con la Semana Grande de Sevilla.

Hace casi diez años tres bomberos neoyorquinos del 11-S se convirtieron en la sensación de la Semana Santa sevillana. Su aparición estelar acompañando a la Virgen de Gracia y Amparo de los Javieres causó un gran revuelo. Fueron ocho horas de recorrido en las que lucieron orgullosos sus uniformes por las estrechas calles del casco antiguo, y en las que la muchedumbre no paró de vitorearlos. Todos -incluido el exalcalde socialista Monteseirín- esperaron pacientes para fotografiarse junto a ellos.

El capitán Fred Lafemina y los también bomberos Todd Smith y David Marmann llegaron invitados por la Hermandad de los Javieres. La noticia causó revuelo, pero en realidad nadie sabía por qué estaban allí. El cerebro de la operación fue Gary Bedell, un diplomático canadiense que se afincó en Sevilla tras ser el comisario del pabellón de Canadá en la Exposición Universal de 1992.

La casualidad quiso que se conocieran en el lujoso hotel de Connecticut en el que trabajaba Gary en el verano de 2001. Allí llegó tras pasar una temporada en Suráfrica -en la que colaboró con Nelson Mandela-, y una posterior etapa en Sevilla. No tardó en hacer buenas migas con los bomberos, ya que Gary sentía una especial admiración por esta profesión, la misma que ejerció su padre.

El día de los atentados del 11-S, Fred, Todd y David perdieron a muchos de sus compañeros bajo los escombros de las Torres Gemelas. “Fue el día más duro de sus vidas”, relata Gary. Entre tanto dolor, el diplomático se acordó de la Semana Santa, verdadero bálsamo con el que logró superar la pérdida de su padre. “Me acordé de lo mucho que me ayudó la Semana Santa de Sevilla a asumir la muerte de mi padre, por eso invité a una delegación de ellos venir a procesionar con mi hermandad, Los Javieres”.

Fue una decisión arriesgada teniendo en cuenta la idiosincrasia sevillana, tan celosa de sus costumbres, y más si cabe cuando se trata de la Semana Santa. Las críticas no tardaron en llegar. Algunas hermandades e influyentes columnistas apegados a la tradición no entendieron este ‘intrusismo’. Aun así, Gary y sus chicos encajaron las reprimendas con elegancia. Después de todo, ya habían logrado lo importante. “Tuve que aguantar muchas críticas, pero tenía la certeza de que mi decisión iba a cambiar sus vidas y la mía”.

En realidad la suya cambió en la primavera de 1992 cuando conoció a un costalero de la Hermandad de los Panaderos. Al principio, Gary no comprendió cómo treinta tipos hechos y derechos podían meterse debajo de un paso y llevar a cuestas la imagen de Jesucristo o la Virgen. “No le veía sentido... hasta que aquel costalero me dijo que lo hacía por una promesa”, recuerda Bedell. Cautivado, llamó a su padre por teléfono -en grave estado de salud y a miles de kilómetros- para prometerle que haría lo mismo por él mientras le explicaba -no sin dificultad- qué era aquello de la Semana Santa en España.

Poco antes de la muerte de su padre, Gary cumplió su promesa y se convirtió en el primer costalero extranjero de la historia. Al año siguiente, cuando se presentó en los Panaderos, le dijeron que ya no saldría más. “Fue un mazazo, no paré de llorar porque para mí había sido muy importante. Tanto es así que mi padre murió con una medalla de los Panaderos en la mano”.

Uno de los costaleros le vio tan abatido que consiguió que lo admitieran en otra hermandad, los Javieres. Si especial fue su primera vez, aún más lo fue la segunda, meses después de la muerte de su padre. “Durante muchos momentos duros sentí una mano aliviando mi trabajadera”. Desde entonces, solo un cáncer y la lluvia le obligaron a faltar en su cita con el Martes Santo. Pero este año no fallará. “Mi Cristo no permitirá que llueva”. Palabra de costalero.