La carta pastoral del arzobispo de Burgos para este domingo se refiere al 63º aniversario de la aprobación por la ONU, el 10 de diciembre de 1948, de la Declaración de los Derechos Humanos.

Esa Declaración incluye en el artículo 18 una cerrada defensa de la libertad religiosa, que provocó "una cierta resistencia de ateos y agnósticos, con la repulsa disimulada de concepciones marxistas y con el rechazo de algunos fundamentalistas". También fue aprobada la libertad religiosa en la declaración Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II, recuerda Francisco Gil Hellín, pero contra ambos textos "se alzan personas y grupos en casi todas partes. Parece mentira, pero el hombre, en lugar de defender la libertad con uñas y dientes, porque ha sido creado por Dios como ser libre y es la única criatura terrena que goza de esa maravillosa prerrogativa, encuentra más fácil levantar barricadas en contra de la libertad de los demás; y, sin pretenderlo pero como lógica consecuencia, contra su libertad".

Y eso no sólo sucede "más allá de los muros de las sociedades occidentales sino también dentro de esos muros", y "así, se da el caso de que algunos países, que levantan sus edificios religiosos en cualquiera de las grandes ciudades de Europa, niegan a los católicos hasta el ejercicio del culto privado. En Europa y Estados Unidos, por otra parte, algunos intelectuales reclaman la libertad de pensamiento, pero niegan el derecho a que los católicos puedan sacar las conclusiones sociales de su fe".
 
Pero además, esos ataques a la libertad se dan también "dentro de ciertos ambientes eclesiales... A veces, algunos sectores intraeclesiales tratan con menosprecio y hasta con hostilidad a instituciones y personas que, siendo bautizadas como ellos, tienen otras sensibilidades religiosas".

Toda una llamada de atención para no ver la paja en el ojo ajeno (aunque sea el ojo de quienes persiguen a la Iglesia) descuidando la viga en el propio.