Tiendas abiertas al público, “pasen y vean”, en la que una suerte de religión panteísta africano-caribeña camuflada en el catolicismo se abre paso ofreciendo soluciones rápidas para los males cotidianos. Sus santos sincréticos, que no son católicos, son parte del negocio. Un negocio peligroso. Apenas hay dos tipos de tiendas para las que la crisis es negocio: la compra de oro a un precio por debajo del mercado y las santerías, unos comercios que ofrecen soluciones rápidas a personas en crisis...
La Iglesia ha dado la voz de alarma ante el auge de un fenómeno pseudoreligioso que hasta hace poco se circunscribía a los círculos de pobreza de naciones caribeñas y africanas, pero que ha llegado a Occidente con vocación de permanencia, gracias a la inmigración. A simple vista, una santería, una cualquiera, es una tienda corriente, a pie de calle, con luces de neón y escaparates en los que se apiñan santos, pócimas, iconos y friegas que se autoproclaman eficaces para solucionar cualquier problema. La santería dice que todo lo cura y todo lo arregla a cambio de dinero y ofrendas. Mal de amores, familia, problemas laborales, rachas de mala suerte... Un flujo constante de clientes, la mayoría mujeres, entra y sale, entra y mira, entra y compra un remedio para un mal de ojo o un tantito...
A simple vista, las santerías son solo anaqueles abarrotados de velas, aceites, hierbas y figuras de santos: san Pedro, san José, san Manuel, la Virgen de la Caridad del Cobre, san Cosme y san Damián, san Gabriel, la Virgen de Regla... Y velas blancas y negras, crucifijos, collares de cuentas, remedos de rosarios... Podría parecer una mezcla entre una herboristería y una tienda caótica de artículos religiosos.
En una de esas santerías del centro de Madrid, las diferencias se observan con precisión. Los dependientes son sacerdotes santeros, babalaos, la cúspide (si la hubiera) de la pirámide santera.
Estos babalaos son teólogos de la prosperidad. Modernos charlatanes que por un precio de 69 euros la sesión, evalúan a la persona que acude a ellos y la inician en el uso de ofrendar a los santos para espantar los males. Nada tiene de malo recurrir a los santos, pero estos no lo son. Un santero que mire a los ojos de la Virgen de la Caridad del Cobre, en realidad mira a Yemayá, “la creadora del mundo”. Otro ejemplo: Obbá, la diosa de la fidelidad conyugal, es Santa Rita, patrona de los imposibles. Es sincretismo y pantomima.
Cuando los franceses y los españoles llenaron la Antilla de negros arrancados de África, fueron evangelizados deprisa, mal y a golpe de culata. Muchos simularon la conversión y buscaron rasgos comunes en las imágenes católicas para poder venerar a sus santos africanos. La diferencia esencial, según un babalao de una santería del centro de madrid, es que sus santos sí que ayudan a la gente, no como los católicos. “Digamos que no tardan tanto”.
El grave problema tantas veces denunciado por la Iglesia es que la santería asegura que esos santos africanos, santos sincréticos con apariencia católica, ‘acuden’ a la interpelación del babalao e interactúan en una comunicación instantánea que compromete a una persona angustiada que hipoteca su futuro siguiendo a ciegas el camino que marca un santero; algo condenado por el catecismo de la Iglesia.
Los babalaos consultados no niegan la mayor: “Es una ayuda inmediata que en el 98 por ciento de los casos libera a la persona de sus problemas”.
Para el diagnóstico, los santeros utilizan algo llamado ukele: un collar con cuentas como conchitas de mar que, según ellos, es un completo sistema de comunicación binario (unos y ceros, sí o no) entre el sacerdote y el santo al que se interpela. Así, mientras el cliente revela sus angustias, el babalao va tirando el ukele sobre la mesa y lo interpreta y apunta en un papel una retahíla de ceros, unos y cruces hasta darle un diagnóstico claro de sus males. El santero no adivina. Podría hacerlo -dicen los babalaos- pero no deben. Como si dijeran: yo lo sé todo, pero no te lo puedo decir hasta que tú no me lo digas.
Otra diferencia fundamental entre una santería y... cualquier otra tienda, es que los santeros pasan consulta en habitaciones pequeñas en la trastienda o en los sótanos del comercio, en los que la parafernalia sincrética deja paso a los genuinos iconos africano-antillanos: puros sobre vasos de ron, elefantes, figuras agigantadas de hombres de raza negra, machetes clavados en la tierra de una maceta, calaveras en postes, copas de agua en las que se sumerge un crucifijo, santitos anónimos en los que apoyan naipes y cartas del tarot , platos en el suelo en el que vive el sincrético Elegguá, “el dueño de los caminos y el destino; el que abre o cierra el camino a la felicidad...”.
Hasta ahora, entre puros y calaveras, los santeros podrían pasar por simples charlatanes, pero la Iglesia ha alertado de ciertas herejías santeras que llegan a divinizar a la Virgen María y desorientan a los creyentes hasta conseguir que Benedicto XVI haya instado a los católicos a profundizar en el conocimiento de la Biblia para rechazar a tanto falso dios. Pero el auténtico problema de la santería se llama maleficio: el coqueteo con el demonio.
Dicen los santeros que reciben poderes para invocar a los muertos, realizar conjuros y llamar al diablo (si es necesario). Cuando una persona entra en la consulta de un babalao, va dispuesta a que un collar de cuentas con 256 posiciones evalúe su problema y le determine un camino -un remedio, ofrendas, sacrificios- que deberá seguir para sacudirse el maleficio que le persigue. Maleficio, sí.
Casi todas las personas que van a ver a un santero, saldrán del encuentro convencidas de que sus problemas de salud, dinero o amor, son por causa de la acción de un demonio sobre ellas. El ukele no falla. Para un santero, una racha de mala suerte o una relación amorosa que peligra llevan la marca del diablo que se ha instalado cerca de esa persona por la acción de un maleficio.
Los santeros se defienden asegurando que ellos son sacerdotes de una religión que -en principio- ha jurado hacer el bien y salvar a la humanidad (a un precio por sesión de 69 euros).
Pero no está tan clara esa coincidencia. Si dirigir la vida de una persona con una cuenta binaria con 256 posiciones ya es peliagudo, bordear asuntos de enfermedad y dolor revela la cara más oscura de la santería. Una santera consultada por este semanario se puso extraordinariamente seria cuando se le preguntó por la relación entre un maleficio, el diablo y la enfermedad. “Es política de la casa que cuando alguien viene a la santería buscando una remedio para una enfermedad grave, se le derive a un hospital; sin embargo.... a título personal... yo he visto cosas increíbles... Yo mismo saqué de la muerte a la viejita que fue la que me crió. Llegué con ella al hospital y ella estaba muerta, pero conseguí que volviera. El médico me dijo que aquello era imposible... Con ayuda de mis santos la logré mantener a mi lado más de cinco años, pero al final vi que sufría, que imploraba la muerte... Y la dejé ir”.
Sin embargo, esa política de la casa de una de las santerías consultadas no es la misma buena práctica de otros comercios y otros babalaos. Según ellos mismos denuncian a micrófono cerrado, a diario, en cientos de casas de toda España, autoproclamados santeros y sacerdotes de Olofin, el dios todopoderoso, juegan con los crédulos y los desesperados a sanar enfermedades imposibles con complicados rituales y sangre de animales.
Los santeros aseguran que la enfermedad en una persona anciana es la forma que tiene Olofin de prepararnos para la muerte. Sin embargo, en una persona joven, la enfermedad grave indica que hay maleficios muy poderosos, diablos muy duros, una opresión demoníaca muy fuerte... Estas prácticas generan desconfianza entre las personas, que al final, y por unos pocos euros más, buscan santeros o pseudosanteros sin escrúpulos para ser ellos los primeros en servirse del ocultismo y la invocación maléfica.
De momento, la crisis económica, y también la crisis de valores que azota España, ha estimulado el negocio hasta convertir a las santerías en uno de los pocos comercios que disfrutan de un panorama despejado y unos beneficios consolidados. Los santeros y babalaos, que son personas que viven por encima de los demás en países tan pobres como Cuba, ya se han instalado en la clase media acomodada en España. De momento, ellos reconocen que la mayoría de sus clientes son inmigrantes cubanos y venezolanos, antillanos con problemas ; pero también empiezan a beneficiarse de la desesperación de decenas de miles de españoles -canarios en su mayoría-.
Uno de estos babalaos lo reconoce sin titubeos y sin complejos: “El comunismo jamás ha podido con nosotros, y tampoco podrá la Iglesia Católica. Poco a poco, los españoles comenzarán a creer en la santería. Esto es imparable”.