Daniel Castro fue ordenado diacono permanente en febrero, y a continuación el obispo de Segorbe-Castellón le encargó preparar una pastoral de duelo. Lo que nunca hubiera imaginado es que semanas después azotase España la pandemia de coronavirus dejando a su paso miles de muertos y familias destrozadas. Apenas sin tiempo, tuvo que aplicar esta pastoral recién ordenado y en unas dimensiones que jamás hubiera creído.
En una entrevista con la web de la diócesis habla de la importancia de vivir el duelo, y explica que en ese momento “no hay que perder los vínculos con el que sufre. Y el que sufre, con quien puede ayudarle. El duelo es de uno, pero no es sólo algo privado. Nadie puede hacer el duelo por otro, pero nadie debe hacerlo solo”.
Cómo vivir el duelo desde la fe
Como siempre, Jesús es el mejor ejemplo para vivir el duelo y para ayudar a alguien que ha perdido a un ser querido. De este modo, Daniel Castro asegura que “Jesús, primero les escuchó con atención, sin interrumpir, permitiendo que se desahogara el corazón. Y segundo, con una sana confrontación que no es enfrentamiento, les hizo reaccionar, les presentó y recordó lo que ya sabían pero que el corazón no acababa de captar. La confrontación se transforma en momento educativo a la luz de la Palabra, sin cambiar la lógica de Dios sobre el sufrimiento. Con su confrontación empática, Jesús nos abre los ojos a la realidad cruda para que la asumamos, la transformemos o nos transformemos ante ella”.
Es cierto que en estos momentos de dureza también surgen las quejas o los reproches a Dios. Este diácono permanente y responsable de la pastoral de duelo reconoce que también “tenemos ideas insanas sobre uno mismo y sobre los demás, sobre la vida, la enfermedad y el sufrimiento, sobre la muerte y sobre Dios. Con su presencia confrontadora, Jesús posibilita que el corazón se desahogue de la pena con el libre hablar, que la mente se serene y se ponga en orden y que la fe sea purificada. Jesús sigue caminando con sus discípulos y el duelo ya se va elaborando positivamente. El sufrimiento se va transformando en un sufrir sanamente, para dejar de sufrir”.
Sin embargo, la fe es una ayuda inestimable para vivir el duelo. En su opinión, “una fe madura no sólo aligera el peso de la pérdida, sino que da esperanza y permite dar sentido a la muerte. Cuando decimos que el alma va al Cielo o a la casa del Padre, no nos referimos al cielo físico ni tampoco a una casa de ladrillos, pero necesitamos imágenes para representar cómo será lo que llamamos la ‘vida eterna’. La fe nos lleva a esa esperanza de la vida eterna, a ese encuentro con ‘Jesús resucitado’”.
Y por ello es también importante que se celebren funerales para rezar por los difuntos. Daniel Castro recuerda que “ofrecer una Misa por los difuntos renueva la fe y la esperanza en quien la ofrece y es una obra de caridad, pues alcanza sufragios en beneficio de la salvación de los seres queridos ya fallecidos. Nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos, se confían así a nuestra memoria y nuestro afecto, en la esperanza de la resurrección”.
Qué dice la Iglesia
Además, cita lo que dice la Iglesia al respecto:
– La Constitución dogmática, Lumen Gentium, en el punto 50 dice: “La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor”.
-El Catecismo de la iglesia Católica, en el punto 958, resalta la piadosa costumbre de hacer memoria y ofrecer sufragios por los seres queridos ya difuntos y por todos los difuntos en general. Los sufragios (oraciones, sacrificios, actos de caridad y misericordia) son la súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
- San Agustín, en Las Confesiones (IX, 11), recoge las palabras de su madre, Santa Mónica en el lecho de muerte: “Depositad este cuerpo mío en cualquier sitio, sin que os dé pena. Sólo os pido que dondequiera que estéis, os acordéis de mí ante el altar del Señor”.