"Se da una calidad humana en lo que vino a ser su testamento que vale la pena poderlo leer. Se trata de su intervención en la ceremonia de graduación en Universidad de Stanford, al poco de declarársele el cáncer doble que le ha llevado a la muerte": fue en junio de 2005, y ese discurso de Steve Jobs, que forma ya parte de la historia del siglo XXI, sirve al arzobispo de Oviedo para recordar dos verdades cristianas.
Jesús Sanz Montes evoca en primer lugar las más célebres palabras de Jobs, aquellas con las que animó a los jóvenes a seguir sus sueños y trabajar por ellos: "Tenéis que encontrar lo que amáis. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace".
"Amar lo que se hace, hacerlo por amor, es lo que cambia radicalmente nuestro modo de empezar cada mañana a hacer las cosas que llenarán nuestras horas entre fatigas, encuentros, disgustos y alegrías", añade el prelado.
Cuando pronunció aquel discurso, Jobs ya sabía que su muerte era próxima a consecuencia del cáncer de páncreas que padecía. De ahí la trascendencia de sus palabras: "Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque casi todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando sólo aquello que es realmente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay ninguna razón para no seguir a tu corazón".
El amor y la muerte, pues, estuvieron presentes aquel día ante los estudiantes, y son los dos grandes mensajes cristianos que recupera Sanz Montes aprovechando la ocasión: "El amor y la muerte son dos argumentos tan cotidianos que podemos hacerlos banales. Amar lo que se hace y hacerlo por amor, sabernos desnudos de seguridades vacías para no tener jamás temor. Es la lección que nos ha dado Cristo al acompañarnos con su gracia, con su ejemplo, con su promesa de resurrección. El corazón no nos engaña cuando de modo incensurable nos empuja a buscar lo que amamos. Esta indómita nostalgia coincide con el don de Dios".
Un don que encontramos, cierra el obispo con su característico tono poético, "en la plaza donde juegan los niños, en el templo donde una viuda echa la limosna de la vida, en el árbol donde se aúpan los curiosos impostores, en las calles donde deambulan pecadoras y sus farisaicos acusadores, en la noche de las búsquedas y en los pozos de la sed". Es, a fin de cuentas, "la vida que nos relata de mil modos la eterna historia de Dios que ha venido a salvarnos".