María, fiel testigo de la Revelación
Querida comunidad de religiosos franciscanos, hermanos sacerdotes concelebrantes, queridos devotos de la Virgen de Aránzazu, estimadas autoridades aquí presentes:
Celebramos un año más la festividad de la Patrona de nuestra Diócesis, nuestra Señora de Aránzazu. El amor entrañable a nuestra Madre del Cielo, expresado en esta advocación tan cercana a nosotros, es un signo elocuente del arraigo de la fe en cada uno de nosotros, así como de la profunda huella que la fe católica ha dejado impresa en nuestra cultura vasca. Recientemente estuve en México dando una tanda de ejercicios espirituales, y pude comprobar cómo los misioneros vascos, especialmente los franciscanos, habían dejado allá por donde habían pasado, el rastro de la advocación de Aránzazu. Como dice el refrán, “de la abundancia del corazón habla la boca”, y en el caso de los misioneros franciscanos que llevaron la fe católica a América, es indudable que debieron de tener el corazón rebosante de la fe en Cristo y en su Madre, María.
En la fiesta de hoy quisiera centrarme de una forma especial en una de las virtudes que la mariología más ha destacado de la Virgen María: Me refiero a su “acogida de la Palabra de Dios”. María es la “Virgo Audiens”, es decir, la Virgen en actitud de escucha receptiva hacia la Palabra de Dios. Se trata de una cualidad de especial importancia y actualidad, que hace de María un modelo verdaderamente esclarecedor, en este tiempo en que afrontamos diversas deformaciones en la expresión de la fe cristiana.
En efecto, uno de los riesgos más señalados de nuestros días es la subjetivización de la fe. La tendencia al relativismo tan marcada en nuestra cultura, no hace excepción en el ámbito religioso. Es más, podríamos decir que se traduce en una especie de “fe a la carta”, que parece caracterizar nuestro tiempo. La mayor dificultad a la que se enfrenta la fe católica en nuestros días, no es tanto el ateísmo, cuanto la deformación, e incluso la reformulación de la fe, llevada a cabo desde las categorías ideológicas del momento, o simplemente, desde nuestros gustos personales. Existe el riesgo de dejar de creer en el Dios que nos creó a su imagen y semejanza, para pasar a creer en un dios fabricado a la medida de cada uno de nosotros.
La clave para no caer en esta tentación, está en que, a imagen de la Virgen María, acojamos con fidelidad la Revelación de Dios. En efecto, hoy en día, la frontera de la increencia no está tanto en la negación de la existencia de Dios, como en la negación del acontecimiento histórico de la Revelación de Dios. Nuestra cultura relativista, no parece tener dificultad especial en admitir la existencia de un ser superior, entendido y aceptado según las categorías de cada creyente. Pero lo que la cultura relativista no acepta de ninguna de las maneras, es el hecho de que Dios se haya revelado por un camino concreto (el pueblo de Israel y Jesucristo) para todos nosotros, y haya dejado indicado el camino que nos conduce hacia Él.
La cultura del relativismo acepta sin problema la apertura a una vaga espiritualidad subjetivista, que nos posibilita una religiosidad a la carta; pero rechaza como algo políticamente incorrecto, la fe católica en la Revelación, de la que se deriva la obediencia al camino trazado por Dios.
Pues bien, María, la “Virgo Audiens”, se constituye en testigo de la Revelación, al convertirse en la criatura que se abre plenamente a la Palabra de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. María nos educa en la plena apertura a la voluntad de Dios, más allá incluso de nuestras propias ideologías y expectativas.
En este mismo sentido, podemos tener dos actitudes muy diferentes a la hora de acercarnos a la Sagrada Escritura. La primera sería la de buscar en la Palabra de Dios la confirmación de nuestra forma de pensar y de sentir; sería tanto como acercarse a Dios pretendiendo que Él piense como nosotros y nos dé la razón. Pero la segunda actitud, la de María, la auténtica, consiste en acercarse a la Sagrada Escritura con el deseo de conocer lo que Dios quiera decirnos de forma que nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad sean educados conforme al querer y al sentir de Dios.
Según nos recuerda la Constitución “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II, la Revelación de Dios tiene dos fuentes: la Tradición de la Iglesia y la Biblia. Las dos –Tradición y Biblia- forman una unidad y se iluminan mutuamente. La Tradición de la Iglesia nos facilita la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, sin que corramos el peligro de interpretarla conforme a nuestros criterios equivocados o no suficientemente purificados.
Digámoslo una vez más: la Virgen María, nuestra Madre del Cielo, es la testigo fiel de la Revelación de Dios. De Ella aprendemos a abrir nuestro interior, a acoger, a guardar en fidelidad, y a testificar ante el mundo la Revelación de Dios Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo.
Y un año más, invocamos a Nuestra Señora de Aránzazu como Madre de la Paz. Le suplicamos a Ella que mueva los corazones de todos aquellos cuantos deban dar pasos en la dirección de la paz. Por nuestra parte, como Iglesia del Señor y comunidad de creyentes, nos comprometemos a arropar con solicitud cristiana a las víctimas de la violencia; y pedimos a ETA, la valentía para disolverse y para reconocer el mal cometido de una forma clara y superando toda tentación de autojustificación. Recomponer tanto dolor y sanar tanto rencor, exige un ejercicio muy serio de transparencia, y no cabe dejar la menor duda de aprobación de la violencia: ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro.
Las noticias de actualidad tienen el riesgo de superponerse unas a otras, dejando en el olvido temas dolorosos que siguen estando ahí, como es el caso de la hambruna en el Cuerno de África. Mientras las vacaciones transcurrían tranquilamente entre nosotros, continuaba el drama en aquellas regiones, sin que se haya producido una solución definitiva. Las ayudas de CARITAS y Manos Unidas, así como las de otras organizaciones, están siendo importantes pero insuficientes. Entendemos que sería de justicia que los organismos internacionales ligados a la ONU tuviesen la capacidad de acometer este tipo de situaciones de forma pronta, ordenada y resolutiva. Tenemos que caminar con mayor decisión hacia una solidaridad internacional. El pecado de Occidente –tanto por omisión de socorro como por complicidad en los desequilibrios entre las naciones- está siendo muy grave. Es algo que clama al Cielo.
A otro nivel, la crisis económica sigue haciendo estragos entre nosotros, y de una forma especial entre los jóvenes que no han accedido todavía a su primer empleo, los desempleados de edad avanzada y los inmigrantes. Me ha alegrado saber que durante la Novena de la Virgen de Aránzazu, en este Santuario se ha reflexionado sobre la Carta Pastoral que los obispos de Pamplona, Vitoria, Bilbao y San Sebastián escribimos en Cuaresma, con el título de “Una economía al servicio de las personas”. Todavía nos queda un largo camino de aprendizaje en la moral social, ya que todo parece indicar que no estamos ante un vaivén más de la economía de mercado, sino ante una crisis estructural de un sistema capitalista que necesita una seria autocrítica.
Encomendamos también a Santa María de Aránzazu el inicio de un nuevo curso pastoral, en el que nuestra Diócesis acometerá un Plan Pastoral, con el deseo de emprender la Nueva Evangelización, tan necesaria. La colaboración y la integración de todos en esa tarea, será imprescindible. ¡Que el Señor nos bendiga!
+ José Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián