En la revista de la diócesis de Burgos han visitado la Casa Sacerdotal en la que viven 97 residentes: la mayoría son sacerdotes más que veteranos, aunque también hay 20 seglares, muchos de ellos hermanos o familiares directos de los clérigos. En un solo edificio se acumula mucha sabiduría pastoral.
Abilio Moreno, Gregorio Burgos, Miguel García, Sebastián Fernández, Porfirio Castresana, Mariano Barquín, Ricardo Gómez, Pablo Alonso y Gregorio Ovejero son algunos de los entrevistados.
A sus 91 años, Porfirio recuerda cómo la oración constante de su madre y el ofrecimiento que hizo de él a Dios le empujó a entrar definitivamente en el Seminario. Allí –aunque «aquello parecía un cuartel», como bromea Pablo–, se limitó a trabajar y estudiar y, una vez ordenado sacerdote, únicamente se ha dedicado a «hacer lo que tenía que hacer».
«Yo no quise aprovecharme del prestigio que antes tenían los sacerdotes y siempre he querido servir donde Dios me ha puesto», sentencia tras haber estado en la brecha hasta cumplidos «los 90 años y medio» a disposición del párroco de Medina de Pomar.
La labor pastoral de todos ellos ha sido, sin duda, ingente. Sebas ha dejado constancia en sus diarios y libretas del trabajo desempeñado en sus 65 años de ministerio: más de 36.000 misas celebradas, 90.000 absoluciones impartidas en el sacramento de la confesión, más de 300.000 comuniones distribuidas y cerca de 10.000 homilías pronunciadas dan prueba de ello. Empezó a anotar en sus libretas su actividad pastoral «por curiosidad», por saber cuántas personas se iban a beneficiar de su trabajo apostólico. Hoy, con el saldo en la mano, puede decir, como apostilla Ricardo, que han atendido a «miles de almas».
Todos sostienen que ser sacerdote «vale la pena». «Cada día me considero más feliz», sostiene Gregorio, el mayor de los sacerdotes del presbiterio diocesano. «Soy muy feliz y me alegro de ser sacerdote», concluye.
Ahora, tras una vida dedicada a los demás, «está de vacaciones» junto con el resto de hermanos que residen en la Casa Sacerdotal. Los más jóvenes, sin embargo, aún tienen fuerza y ganas para trabajar, como Abilio, que colabora en la parroquia de San Julián, o Mariano, que es uno de los sacerdotes que atiende a la unidad pastoral de las parroquias del Hermano San Rafael, Nuestra Señora de las Nieves y Villatoro, «colaborando en todo lo que podemos». Todos ellos atestiguan que en la Casa existe una «autonomía total», en la que solo están sujetos a los horarios de las comidas y donde la libertad es «absoluta».
Miguel, que ha sido profesor en distintos colegios e institutos, es uno de los más veteranos de la Casa. Después de haber vivido en la primitiva «Residencia Sacerdotal» ubicada en la plaza Venerables llegó al paseo de los Cubos cuando se inauguró la casa en 1971. Aunque notó el cambio hacia la «profesionalización del servicio», sostiene que el clima que allí se respira es el de una «familia».
Idéntico apelativo es el que el director de la Casa Sacerdotal, Jesús Castilla, da este hogar. El también vicario del clero sostiene que es «la casa de todos los sacerdotes, especialmente de los frágiles, los enfermos y los jubilados», mientras «sueña» con que se pueda convertir en un «lugar de referencia para todo el presbiterio». Asegura que se siente «a gusto» conviviendo con los sacerdotes más experimentados: «Aprendes mucho al acompañar sus fragilidades, su edad y su carácter». «Aquí ejerzo mi ministerio, ayudando a vivir día a día y haciendo esta etapa lo más confortable posible», revela, haciendo posible que la época «dura» de la jubilación sea lo más llevadera posible y donde el sentimiento de «abandono» no se haga realidad entre los residentes.
Al equipo de gobierno le preocupa que esté al límite de su capacidad y está trabajando por responder al modo en que el arzobispo debe proveer a los sacerdotes de su presbiterio. Con todo, Castilla sostiene que la Casa Sacerdotal es una apuesta decidida de la diócesis, que piensa que «es el mejor modo de atender a los presbíteros más mayores y una manifestación de agradecimiento al servicio realizado».