La pastoral de este domingo del arzobispo de Burgos se titula Cuando las leyes no son tales, y en ella Francisco Gil Hellín recuerda la clásica doctrina tomista de que las leyes injustan no merecen la denominación de ley.

Tras evocar la proximidad histórica de las tiranías de Stalin, Hitler o Sadam Hussein, o de la esclavitud en Estados Unidos y el Reino Unido, monseñor Gil Hellín afirma que "una ley civil no tiene rango de tal por el mero hecho de que sea promulgada por la autoridad del momento. Ni siquiera de una autoridad elegida democráticamente".

Hay decisiones que, tomadas por un sátrapa o por un Parlamento, invaden "un terreno que pertenece a otra instancia superior, a saber: la naturaleza de la persona humana... Hay realidades, en efecto, que son pre-políticas, es decir, anteriores y superiores a toda autoridad humana. Y, por ello, de rango superior a las decisiones de los legisladores. La consecuencia más radical es que pueden existir leyes que no sean tales, leyes aparentes, no reales, por más que se aprueben en un Parlamento o aparezcan en las páginas de un Boletín Oficial del Estado".
 

Sostiene el arzobispo de Burgos, "quiéranlo o no los relativistas y positivistas", que "los derechos humanos emergen de nuestra dignidad intrínseca como personas, no de concesiones graciosas del Estado. Si hubiere leyes que violasen derechos fundamentales de la persona humana no serían leyes ni tendrían carácter vinculante. Más aún, habría que oponerse a ellas y luchar con medios legítimos para su erradicación". Porque si considerásemos moral todo lo que es legal, "podríamos llegar a aberraciones absolutamente monstruosas".

Pero además, como demuestra "el final de algunos dirigentes políticos del máximo rango en su nación... el campo no admite puertas" y  "la demagogia y el populismo tienen las piernas cortas y enfermas". Una afirmación que igual podría ir referida al Führer o al ex jefe del Estado iraquí, que a personalidades políticas en curso de salida actual, pues en ese sentido monseñor Gil Hellín sabe decir las cosas muy claras.

"La sociedad ha de ser muy celosa para proteger y salvaguardar sus derechos", concluye, "y ser muy consciente de que no es ella la que está al servicio de la clase política, mediática o económica, sino que éstas están a su servicio". Asímismo, defiende el papel de las instituciones intermedias y de la subsidiariedad como forma de que la sociedad controle a la autoridad civil "para impedir que ésta invada su terreno".

"Es mejor prevenir que curar", remata.