Cayetana Johnson, arqueóloga bíblica y profesora en la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid, encuentra resonancias bíblicas en la presente pandemia de coronavirus.
Al cumplirse casi dos meses de "encierro vírico", la profesora Johnson evoca el momento inicial del confinamiento, y cómo el dueño de la cafetería donde desayunaba cuando se anunció la reclusión forzosa rompió a llorar "porque, como pequeño empresario, su mundo se le venía abajo y no tenía fuerzas para mirar a sus empleados".
"Aquello me encogió el alma", confiesa Johnson, "y sentí una losa de impotencia... Así de frágil es nuestra existencia".
Esta percepción de la tragedia que se ha cernido sobre el mundo entero le hizo evocar historias que conoce bien como especialista en lenguas bíblicas: "La mansedumbre del espíritu es la clave para trascender. El hecho de que esta experiencia tan dramática se haya dado en plena Cuaresma y Semana Santa para mí tiene un sentido más profundo. Por mi especialización de trabajo en el mundo hebreo, conecté inmediatamente con aspectos traumáticos del pueblo de Israel que tan bien podemos leer en el texto bíblico".
Una referencia a los momentos de tribulación padecidos por el pueblo de Dios en la historia que relata el Antiguo Testamento
"Dolor, enajenación, sacrificio: palabras rotundas en momentos muy especiales de la historia humana", añade en un artículo publicado en el portal de San Dámaso. Unas percepciones que también fueron las de los primeros cristianos "tan pronto como comenzaron las persecuciones contra los ‘temerosos de Dios’, como así eran conocidos".
"El confinamiento lo estoy viviendo con el espíritu de aquellos que miraban al cielo y rezaban a las orillas de los ríos de Babilonia o de los que, con las manos elevadas, recitaban ‘El Señor es mi Pastor, nada me faltará’", continúa Johnson citando el célebre inicio del Salmo 22/23: "Iba recibiendo imágenes del Santo Sepulcro de Jerusalén, cerrado de manera contundente por la pandemia, algo que no había sucedido desde el siglo XIV con la peste negra. El ‘Silencio de Dios’ es una expresión muy apreciada entre los hijos de Israel, que les sirve de consuelo en momentos extremos".
"Este silencio se percibe en el Edículo-la Tumba de Jesús en la Ciudad Santa", concluye, "y es en circunstancias como las que estamos viviendo que este silencio es más sonoro que nunca, pues el Maestro observa a sus alumnos en quietud cuando hacen un examen, siempre está presente, en vigilancia misericordiosa, como suelen decir los rabinos. Tal como lo fue en la antigüedad, así es ahora".