Tenía 18 años cuando conoció por vez primera a la Legión de Cristo en Ontaneda, España. Se enamoró de la obra de Dios e inició el noviciado en Roma. Corría el mes de septiembre de 1953.
No había pasado ni un año del inicio de camino como legionario cuando lo inesperado se presentó en su vida: una oclusión intestinal lo llevó al borde de la muerte. Fue intervenido quirúrgicamente en mayo de 1954 y, ante la enorme posibilidad de morir durante la operación, hizo su profesión religiosa «in articulo mortis». Unas semanas más tarde, a mediados del mes de junio, debido a su inestable condición de salud, abandonó la congregación y regresó a su natal Barcelona. Sin los medios de comunicación actuales, no volvió a tener noticias de la Legión de Cristo, a la cual, al paso de unos cuantos años, creyó extinta.
Las «diocidencias» le regalaron buenas noticias en los años 80: la familia religiosa que había conocido 30 años atrás no estaba desaparecida. Gracias al papá de un legionario –al que se encontró en un funeral, nada menos– supo que no sólo existía sino que, además, había sido bendecida por Dios con un significativo crecimiento. En 1992 dos jóvenes religiosos de la Legión de Cristo, hoy sacerdotes, le visitaron en su parroquia de San Joan de Mirasol y desde ese momento la relación se fue intensificando cada vez más. «Algo» se encendió de nuevo en el corazón del padre David.
Tras una peregrinación a Tierra Santa de 2008, donde conoció al padre Álvaro Corcuera, L.C., director general de los Legionarios de Cristo, manifestó su inquietud por un reingreso a la congregación que le había acogido 50 años atrás. Su vocación religiosa en la Legión seguía viva.
Un año después, el 10 de julio de 2009, el cardenal-arzobispo de Barcelona, Lluis Martínez Sistach le recibió en audiencia: «Quiero ser religioso», le dijo; «¿De qué orden?», le preguntó el cardenal; «Legionarios de Cristo», le respondió el padre Boix. «¡Pero si ya lo fuiste!», fue la respuesta de Su Eminencia. «El que es de ley, a casa vuelve», fue la contestación del padre Boix. En atención a sus 75 años de edad, que suponen la «jubilación» en el clero diocesano de Barcelona, el cardenal acogió su petición.
Pronto hizo los últimos arreglos antes del traslado de Barcelona a Salamanca: el aseo del pequeño departamento donde había transcurrido sus últimos 18 años de vida, hacer maletas, empaquetar con cuidado su «libro de misas» donde tenía anotadas las 25,505 celebradas a lo largo de su ministerio sacerdotal… Apenas dos semanas después de aquella audiencia con el cardenal de Barcelona entraba en la que sería su nueva casa: «Lo primero que hice fue mirar el «Christus Vita Vestra» («Cristo vuestra vida», lema que aparece al ingreso de todos los noviciados de la Legión de Cristo, n.d.r.) y me conmovió hondamente. Entré en la capilla y me dirigí hacia el presbiterio; muy emocionado me arrodillé y besé el suelo».