Benedicto XVI firmó este sábado un importante número de decretos de beatificación, entre ellos el de 22 sacerdotes y religiosos oblatos de María Inmaculada del convento de Pozuelo de Alarcón (Madrid), asesinados por milicianos armados por el Gobierno entre el 24 de julio y el 28 de noviembre de 1936, algunos de ellos en Paracuellos del Jarama. También el de Cándido Castán Sanjosé, empleado de ferrocarriles miembro de la Adoración Nocturna, asesinado asimismo en odio a la fe.
Estos mártires gozan de una calle y un monumento en dicha localidad madrileña, que ha sido profanado varias veces en los últimos años, en ocasiones con pintadas del siguiente tenor: «¿Mártires? No, fascistas».
El relato de su martirio es muy esclarecedor sobre la situación que se vivía en la España sometida al Frente Popular.
Los Misioneros Oblatos de María Inmaculada se habían establecido en el barrio de la Estación de Pozuelo en 1929. Ejercían su ministerio, en calidad de capellanes, en tres comunidades de religiosas. Colaboraban pastoralmente también en las parroquias del entorno, administrando sacramentos y con predicaciones y catequesis.
En aquel clima resultaba irritante para socialistas, comunistas y anarquistas que los religiosos fueran por la calle en sotana y además con su cruz oblata muy visible a la cintura. La comunidad religiosa de los Oblatos no se dejó intimidar. Lo que hizo fue extremar las medidas de prudencia, de serenidad, de calma, tomando el compromiso de no responder a ningún insulto provocador. Y, por supuesto, ningún religioso se mezcló con actividades políticas ni siquiera ocasionalmente. Pero eso sí, se mantuvo el programa de formación espiritual e intelectual sin renunciar a las diversas actividades pastorales que formaban parte del programa de formación sacerdotal y misionera de los escolásticos.
La hora del martirio sonó cuando, tras el Alzamiento del 18 de julio, el Gobierno del Frente Popular decidió armar a las milicias.
El 22 de julio, a las tres de la tarde, un nutrido contingente de milicianos, armados de escopetas y pistolas, asaltó el convento. Lo primero que hicieron fue detener a los 38 religiosos y recluirlos en una habitación reducida y tenerlos muy vigilados, encañonándolos con las armas.
Acto seguido los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en busca de armas. Lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo con el fuego en medio de la calle. Los Oblatos fueron hechos prisioneros en su propia casa, concentrándolos en el comedor, cuyas ventanas tenían rejas. Fue su primer calabozo.
El día 24, sobre las tres de la mañana, se producen las primeras ejecuciones. Sin interrogatorio, sin acusación, sin juicio, sin defensa, llamaron a siete religiosos y los separaron del resto.
Los primeros sentenciados fueron: Justo González Lorente, de 21 años; Juan Antonio Pérez Mayo, de 29; Manuel Gutiérrez Martín, de 23; Cecilio Vega Domínguez, de 23; Juan Pedro Cotillo Fernández, de 22; Pascual Aláez Medina, de 19; y Francisco Polvorinos Gómez, de 26.
El resto de los religiosos permanecieron presos en el convento y dedicaban sus horas de espera a rezar y prepararse a bien morir. Alguien, probablemente el alcalde de Pozuelo, comunicó a Madrid el riesgo que corrían los demás y ese mismo día 24 de julio llegó un camión de Guardias de Asalto con orden de llevar a los religiosos a la Dirección General de Seguridad. Al día siguiente, tras cumplir unos trámites, inesperadamente quedaron en libertad. Buscaron refugio en casas particulares.
Pero en el mes de octubre fue decretada orden de búsqueda y captura contra ellos y acabaron siendo todos detenidos de nuevo y llevados a la cárcel.
Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas. Hay testimonios de algunos supervivientes de cómo aceptaron con heroica paciencia esa difícil situación que les hacía entrever la posibilidad del martirio. Reinaba entre ellos la caridad y el clima de oración silenciosa.
En el mes de noviembre llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos.
El día 7 fueron fusilados José Vega Riaño, de 32 años, y Serviliano Riaño Herrero, de 30.
Veinte días después tocaría el turno a los otros trece. El procedimiento fue el mismo para todos. No hubo acusación, ni juicio, ni defensa, ni explicaciones. Sólo la proclamación de sus nombres a través de potentes altavoces: Francisco Esteban Lacal, de 48 años, superior provincial; Vicente Blanco Guadilla, de 54; Gregorio Escobar García, de 24; Juan José Caballero Rodríguez, de 24; Publio Rodríguez Moslares, de 24; Justo Gil Pardo, de 26; José Guerra Andrés, de 22; Daniel Gómez Lucas, de 20; Justo Fernández González, de 18; Clemente Rodríguez Tejerina, de 18; Eleuterio Prado Villarroel, de 21; Marcelino Sánchez Fernández, de 26; y Ángel Francisco Bocos Hernández, de 53.
Se sabe que el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel, conducidos a Paracuellos de Jarama y allí ejecutados. Un religioso que iba en otro camión, atado codo con codo al padre Delfín Monje y que junto con él fue misteriosamente indultado cerca del lugar de la ejecución, se lamentaba en 1954 de no haber corrido la misma suerte que sus hermanos: «¡Lastima no haber muerto entonces! ¡Nunca estaré tan bien preparado!».
No ha sido posible obtener información directa de testigos oculares del momento de la ejecución de esos 13 Siervos de Dios. Tan sólo el enterrador declaró: «Estoy completamente convencido de que el 28 de noviembre de 1936 un sacerdote o religioso pidió a las milicias que le permitieran despedir a todos sus compañeros y darles la absolución, gracia que le fue concedida. Una vez que hubo terminado, pronunció en alta voz estas palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón. ¡Viva Cristo Rey!”».
Cumplieron así la finalidad de su congregación, en palabras de San Eugenio de Mazenod: «Los oblatos tienen que estar dispuestos a sacrificar la propia persona y la vida por amor a Jesucristo, servicio a la Iglesia y santificación de sus hermanos».
[Texto basado en una presentación que puede verse pinchando este enlace.]