Aquel texto, firmado por todos los prelados con sede en Cataluña, se planteaba como una homilía nacionalista: la palabra «nación» o «nacionalidad» aparecía 29 veces y «patria», 6, mientras que «evangelizar» o «Evangelio» se mencionaba solo en 8 ocasiones, y a «Jesús» o «Cristo» se le mencionaba sólo 2 veces. Mucha nación y poco Jesús. Pero los tiempos y los obispos han cambiado. En el nuevo documento, «Jesús» y «Cristo» son mencionados 23 veces, «evangelizar» o «evangelio» aparecen otras 23, de lo «nacional» se habla sólo 5 veces y la palabra «patria» brilla por su ausencia. Cataluña, en el nuevo documento, nunca se define utilizando esos vocablos: sólo se le conceden unos vaporosos «rasgos nacionales propios, en el sentido genuino» y una «identidad como pueblo».
Cataluña ahora es mencionada como un «pueblo» o «una sociedad», no una nación. En 1985 hablaban de inmigrantes provenientes «de otras nacionalidades y regiones». Ahora, en cambio, proceden «de otras áreas culturales». En 1985 se hablaba mucho de nación, pero nunca de nacionalismo. Ahora, al tratar de inmigración, se dice con rotundidad: «hay que superar todo egoísmo nacionalista». Ya no se cita a Prat de la Riba, Carles Cardó ni Torres i Bages: se hace referencia, en extenso, a Benedicto XVI, su defensa de la familia y de la vida en Barcelona, su llamada a evangelizar, su petición de justicia social. Y de Juan Pablo II ya no se citan sus textos sobre naciones sin Estado, sino que le evocan por su ecologismo.
Y es que, de los 12 obispos en ejercicio en Cataluña, sólo un par se han manifestado abiertamente como nacionalistas. El resto lo que quiere es centrarse en la tarea de anunciar la Buena Noticia. «Reafirmamos la validez» del documento de 1985, dicen en el primer párrafo del nuevo texto, un trámite para acabar cuanto antes, y pasar a lo importante: hablar de Jesús. Las fachadas de la Basílica de la Sagrada Familia les sirven de excusa para proclamar el «kerygma», el anuncio de que Cristo resucitó. «Jesús, que nace en Gozo, morirá en la Pasión por nosotros, y resucitará liberándonos del poder del Mal y abriéndonos la puerta de la Gloria», escriben. Proponen que se reconozca «el hecho religioso como humanizador y motor de progreso» y que se acepte «el relieve público de la fe».
Lamentan el desencanto del pueblo con la política y piden que, ante la crisis, se refuerce «la lucha contra el fraude, el freno al enriquecimiento fácil e injusto y la creación de nuevos puestos de trabajo». En las conclusiones apuestan por un «empuje misionero» –el documento de 1985 nunca habló de este aspecto–, animan a los cristianos a un «compromiso renovado en la vivencia de la fe y en la adhesión amorosa a la Iglesia» y a «no cansarnos de predicar la Palabra de Jesucristo, yendo a lo esencial de su mensaje de amor».