El mal gusto y la depravación se han instalado en la Universidad Complutense. Ayer, hacia la una de la tarde, un numeroso grupo de chicos y chicas entró en la capilla del campus de Somosaguas y tras leer en voz alta sus críticas hacia la Iglesia Católica y proferir insultos contra el clero, varias de las jóvenes, rodeando el altar, se desnudaron de cintura para arriba entre los aplausos y vítores del resto de los gamberros. Una alumna, esta sí, de Económicas que, en esos momentos, rezaba en la iglesia, cuenta que dos de las gamberras, ya sin ropa, «hicieron alarde de su tendencia homosexual».
Según ha podido saber ABC, los responsables religiosos de este templo universitario tienen intención de interponer una denuncia en la comisaría de Policía de Pozuelo de Alarcón, municipio al que pertenece este campus de la Universidad Complutense (UCM). Los ataques a esta capilla no son nuevos. A principios de esta semana, según fuentes universitarias, la paredes y puertas del recinto aparecieron llenas de pintadas con más improperios hacia la religión católica. También se aludía a los casos de pederastia entre el clero. Ayer, sin ir más lejos, la mayor parte de las pintadas estaban ya tapadas con pintura y, salvo algunas frases o palabras, no se podía leer lo que había debajo.
Esta capilla lo es, en realidad, de toda la Universidad Complutense si bien se encuentra físicamente en uno de los edificios pertenecientes a la facultad de Psicología, en el campus de Somosaguas.
Lo cierto es que la capilla de Somosaguas es pequeña. Se abre al culto prácticamente toda la jornada. El edificio que ocupa es muy recogido y, para acceder tanto al templo como a las oficinas, es necesario bajar algunos peldaños. Está a la vista y con las puertas de par en par.
Según testigos presenciales, los salvajes entraron en tropel a la antesala de la capilla. El capellán se percató del barullo y quiso que desistieran en su empeño. Imposible. El hombre se puso enmedio pero resultó zarandeado. «¡Menos mal que no han destrozado nada!», relataba otra autoridad académica del campus de Somosaguas.
Este capellan responsable de la capilla universitaria declinó ayer hacer cualquier comentario a este periódico. Nos remitió a la Delegación de Pastoral Universitaria donde, durante toda la tarde, nadie atendió al otro lado del teléfono.
«Al margen de las creencias religiosas de cada uno de “estos”, no me resisto a alzar la voz ante un hecho tan lamentable como este», asegura S.V.H., alumna de la Complutense. «¿Qué habría pasado —se pregunta— si algo así se hubiera producido en una mezquita? Que “esos” sepan que los católicos nunca responderán a la provocación con provocación para defenderse».
«Pero nadie podrá callarnos —concluye esta universitaria—, ante el más mínimo atropello, burla, intimidación o cualquier otro apremio ilegítimo que ofenda los sentimientos religiosos de nadie. Además, acciones como estas están castigadas por nuestro ordenamiento jurídico. ¡Qué fácil y cobarde es actuar en el anonimato!».
Sin embargo, lo del anonimato es relativo porque, según han asegurado varios cargos universitarios, «si se quiere, se podría reconocer a alguno de los que ayer entró en la capilla».
Lo que esta semana ha ocurrido en la capilla del campus de la Complutense en Somosaguas es, para algunos universitarios, «otro ataque laicista» similar al sucedido en la Universidad de Barcelona (UB) entre noviembre de 2010 y enero de 2011.
Y es que a finales de noviembre, los alumnos de la facultad de Económicas de la universidad catalana con encontraban con que cada vez que querían entrar a misa en su capilla, grupos radicales se lo impedían. A finales de enero de este año, la institución de enseñanza superior de Barcelona, ante la magnitud del boicot, cerró temporalmente la capilla y suspendió las misas.