¿Alguna vez ha oído usted eso de «yo creo en el Dios de Jesús, pero no en el del Antiguo Testamento»? Es muy común y muy antiguo: el desprecio al Antiguo Testamento es una herejía surgida ya en el siglo II que se llama «marcionismo».
Su fundador, Marción, era un griego que despreciaba todo lo judío, incluyendo la mayor parte de la Biblia. Ayer, en el congreso con motivo de la presentación de la nueva traducción de la Biblia al español, Ignacio Carbajosa, profesor de la Facultad San Dámaso de Madrid, recordó que el marcionismo sigue vivo y antisemita.
Por ejemplo, en la Alemania de principios del siglo XX, y más aún con los nazis, se insistió en «superar» el Antiguo Testamento, desecharlo como algo «de judíos». Pío XI, en 1937, se opuso en su famosa encíclica anti-nazi, «Mit Brennender Sorge»: «el que pretende que se expulsen de la escuela y de la Iglesia la historia bíblica y las enseñanzas del Antiguo Testamento, blasfema».
Por desgracia, señala Carbajosa, hoy, incluso las familias cristianas, pese a tener más acceso al Antiguo Testamento que en el pasado, «desconocen la Historia Sagrada más que nunca», más que sus padres o abuelos que, al menos, conocían la Historia Sagrada que se estudiaba en clase aunque nunca hubiesen leído una Biblia. Carbajosa también lamentó (ante una veintena de obispos allí reunidos) que los sacerdotes casi nunca explican el Antiguo Testamento en sus homilías en misa, «excepto cuando el Evangelio habla del endemoniado de Gerasa», día en que, para no hablar de los exorcismos de Jesús, prefieren, por una vez, comentar la primera lectura.
Jacinto Núñez, experto en Orígenes del Cristianismo, lamentó que a veces los exégetas (especialistas en estudiar cómo se compuso el texto) «hacen la Biblia más complicada, alejándola de la gente». Citó un texto del cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) que señala que hace ya 100 años el ortodoxo ruso (pero muy pro católico) Vladimir Soloviev escribió un profético relato sobre el Anticristo en que el Enemigo malo era doctor en teología en la alemana Tubinga.
Luis Francisco Ladaria, arzobispo secretario de la Congregación de Doctrina de la Fe, explicó que incluso cuando la Iglesia ha definido un dogma, los teólogos pueden «proponer una explicación más clara e ingeniosa».