El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, recordó en la homilía de la Misa de la Familia que «nos hemos dado una cita para renovar ante el mundo la proclamación del Evangelio de la familia, para celebrarlo en el marco litúrgico de la Eucaristía y para dar testimonio de él». Para el cardenal, ese mensaje incluye el «kerygma», el anuncio básico del cristianismo, «la Buena Noticia de que Jesucristo es el Salvador, el Mesías, el Señor». Por eso, es adecuado proclamarlo con una misa, en la que se anuncia la Palabra («Palabra de Dios que se ha hecho Carne en el seno de la Virgen») y se come y bebe el Sacramento («la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo»).
Para el cardenal también es importante dar testimonio «con la presencia pública, expresada en esta magna asamblea de las familias cristianas». Porque, dijo, «vuestra presencia, queridos padres y abuelos, jóvenes y niños, habla por sí sola en esta mañana de domingo del típico invierno madrileño, frío y soleado a la vez. Vuestra presencia, sacrificada y gozosa, es la que confiere esta mañana al testimonio eclesial del Evangelio de la familia una convincente autenticidad». Y exclamó, saliéndose del guión escrito: «¡Sois auténticos!».
El esfuerzo de acudir a un acto así, según el cardenal, «refleja fiel y bellamente el día a día de vuestra donación esponsal en la vida íntima de vuestro matrimonio y la generosidad de vuestro amor mutuo: abierto a la vida y a la educación abnegada de vuestros hijos, servicial con «los mayores» de vuestras familias y fraterno en las relaciones con los demás…, con los próximos y los lejanos; amor sensible a las exigencias del bien común». «¡Cuántos son hoy en España los que en el drama de la pérdida del puesto de trabajo han encontrado en la familia –¡en las familias!– remedio y amparo! ¡Incontables!».
A continuación, analizó los frutos de una sociedad que tergiversa o niega la familia. «Siempre que se cuestiona y/o se niega la verdad del matrimonio y de la familia –¡la plenitud de sus significados personales y sociales!– en la teoría y en la práctica, las consecuencias negativas no se hacen esperar. Se ciegan las fuentes de la vida con la práctica permisiva del aborto. Se banaliza con la eutanasia hasta extremos hasta hace poco tiempo impensables, la responsabilidad de vivir y de respetar la vida del prójimo. ¡El derecho irrevocable a la vida queda profundamente herido! Los niños y los jóvenes crecen y se educan en un ambiente de rupturas y distancias paternas, desconfiados y desconcertados, sin conocer una limpia y auténtica experiencia del amor gratuito: de ser queridos por sí mismos y de poder corresponder, igualmente, amando sin cálculos egoístas a los que les dieron la vida –sus padres– y a aquellos con los que la comparten con una insuperable e íntima cercanía –sus hermanos–. Las relaciones sociales se hacen frías y distantes: ¡nos endurecemos consciente o inconscientemente ante el dolor y las necesidad físicas y espirituales de nuestros vecinos y conciudadanos!… La sociedad se envejece y la crisis demográfica –¡imparable!– amenaza y pone en peligro el futuro».
Este tipo de desgracias pueden darse por la ceguera de la sociedad o sus clases dirigentes, algo que, dijo, en la historia de la humanidad, antes y después de Jesucristo, ha sucedido con frecuencia casi cíclica: al no analizar la causa profunda de la crisis, ésta se hace muy grave y de difícil solución.
«Nos encontramos, pues, queridas familias cristianas de España y de Europa, ante un reto histórico formidable: ser los signos e instrumentos imprescindibles de la esperanza para Europa en una de sus horas más complejas y dramáticas. ¡La Iglesia os necesita para poder ser evangelizada y para evangelizar!», exhortó.
Y ya hacia el final, y citando la segunda lectura del día (Colosenses, capítulo 3, 12-21), estableció la «hoja de ruta cristiana» para la familia: la misericordia entrañable, la bondad, humildad, dulzura, la comprensión y, «sobre todo», la experiencia de saberse perdonados y de saber perdonar. El perdón, clave en los testimonios de matrimonios y en las peticiones de la misa, resonó ayer como el arma secreta del matrimonio cristiano.