"Soy sólo un monje al servicio de algo que pertenece a todos, porque el Valle de los Caídos pertenece a la sociedad española, que financió su construcción al 99 por ciento con aportaciones personales, no del Estado". Así empezó el abad del Valle de los Caídos, el padre Anselmo Álvarez, su explicación de los sucesos del último año en una conferencia absolutamente inusual en la parroquia María Virgen Madre, organizada por iniciativa del "Foro Apologética Benedicto XVI" y el párroco, Santiago Martín.  La parroquia estaba completamente llena de asistentes. 
 
El abad benedictino quiso puntualizar que "los monjes no necesitamos al Valle; llegamos a él desde Santo Domingo de Silos hace 52 años; de aquellos días aún vivimos 4 monjes. A nosotros nos basta una celda y una parcela para hacer vida monacal".
 
Pero el Valle es un sitio especial. En él descansan mezclados los cadáveres de víctimas de ambos bandos de la Guerra Civil española. Construido durante el franquismo, son muchas las personalidades o entidades de izquierdas que querrían desmantelarlo, o reconvertirlo en otra cosa. Hoy por hoy, la abadía es una comunidad de monjes católicos, y del mantenimiento se encarga oficialmente Patrimonio Nacional... una entidad cuya orientación el Gobierno puede cambiar con un simple cambio de director.
 
Con excusas de mantenimiento y burocracia, un Gobierno puede intentar cerrar el Valle indefinidamente. El abad, sin hacer acusaciones, se limitó a enumerar las numerosas situaciones "confusas" del último año, todas con un objetivo: cerrar el Valle indefinidamente o desmantelar sus elementos.
 
 
En 2009 los monjes propusieron a Patrimonio Nacional una reparación en la cúpula central y su mosaico. Patrimonio Nacional habló de un coste enorme y un largo tiempo de tener cerrado el monumento. Los monjes pidieron permiso para que otros técnicos evaluasen el caso y encontraron otra opción. El 23 de noviembre de 2009 empezaba la limpieza del mosaico, y en una semana y con poco dinero se acababa.
 
 
En diciembre de 2009 unas llamadas de funcionarios a la abadía anunciaban que el Valle debía cerrarse. El padre Anselmo contactó con el Gobierno, que al principio no sabía nada del asunto, pero "media hora después mi interlocutor del Gobierno me contaba una historia kafkiana que no repetiré y que servía solo para cerrar la basílica. Dijeron que la abrirían después de la Inmaculada, pero 8 días después de esta fiesta seguía cerrada, así que informé a mis superiores: el arzobispado, el Nuncio y la Secretaría de Estado en la Santa Sede".
 
Al cabo de unos días, un subsecretario del Gobierno "viene a verme y me cuenta que la conservación del Valle es deplorable y que requiere una restauración íntegra y debe cerrarse la basílica. Pero me informé, y vi que ni había plan, ni presupuesto, ni nada concreto sobre esa restauración", explica el padre Anselmo.
 
El Gobierno le dijo que "tenían un informe que aseguraba que por seguridad se debía cerrar. Pero la comunidad teníamos un informe propio, del año anterior, que detectaba las humedades con su daño estético, pero que mostraba que no había riesgo de seguridad".
 
 
Puesto que la cúpula y el interior no amenazaban ruina ni peligro para los visitantes, "pasaron al tema de la escultura de Nuestra Señora de la Piedad que está sobre la entrada". Ahora las autoridades hablaban de desmantelar las 150 piezas de esta estatua colosal y trasladarla a los talleres de Patrimonio Nacional.
 
Los monjes se negaron tajantemente. Un director de Patrimonio Nacional podía jurar y perjurar que enseguida se devolvería arreglada la imagen pero ¿y si "desde arriba" se cambiaba al director de Patrimonio Nacional, éste se desentendía, y la escultura desaparecía sin fecha de retorno en los almacenes de la administración?
 
Además, el derecho canónico obliga a pedir informes técnicos a expertos antes de un proceso de restauración importante. Así lo hicieron los benedictinos, y los expertos que consultaron dijeron, básicamente, que restaurar sí, pero trasladar no.
 
 
Entonces Patrimonio Nacional empezó a difundir con comunicados y ruedas de prensa que "la comunidad benedictina ha aprobado el traslado" de la Piedad. El abad tuvo que dedicarse a repetir por los medios de comunicación que los monjes NO habían dado ningún consentimiento y que pedían que la restauración se hiciese "in situ". Además, la técnica podía implicar casi demoler la imagen, y al ser una imagen consagrada requeriría antes una ceremonia de desacralización.
 
Los monjes propusieron proteger la escultura con metacrilato y construir un túnel seguro para la entrada. Lo que no admitían era cerrar todo el Valle para una restauración. "El Pórtico de la Gloria en la Catedral de Santiago está rodeado de una estructura metálica, pero por sus tres puertas pasan cada día miles de personas", explicó el abad. "No se cierra un monumento para reparar una parte".
 
De hecho, el 24 de mayo llegaron técnicos cereyendo que había permiso de los monjes para desmantelar la Pasión, y el abad tuvo que decir a los responsable de la empresa que no había consentimiento.
 
 
El 10 de junio de 2009, el presidente español, Rodríguez Zapatero, visitaba al Papa como parte de sus deberes en tanto que presidente de turno de la Unión Europea. Justo el día anterior fuentes del Gobierno aseguraban a los monjes -con la mediación de un diputado socialista y otro popular- que la propuesta de los benedictinos se aceptaba.
 
Pero pasaron las semanas y Patrimonio Nacional no se daba por enterado. De hecho, a final de junio apareció todo un equipo técnico buscando desmantelar la Pasión y cerrar el Valle. Sacaron diez piezas de una zona no visible de la Pasión (las devolverían en octubre). El abad volvió a hablar con el arzobispado, con el Nuncio. Se detuvo otra vez. A finales de junio fue cesado el entonces presidente de Patrimonio Nacional, "que aún dice que le cesaron por oponerse al cierre indefinido del Valle, y es verdad que se opuso. Con el actual presidente de Patrimonio Nacional tenemos buenas relaciones y a mediados de noviembre nos presentó su nuevo proyecto, que aceptamos. Son las obras que acabaron el viernes, aunque el delegado de seguridad del gobierno sólo hoy [lunes 13 de diciembre] declaró oficialmente que ya no hay falta de seguridad en el Valle de los Caídos", explicó el abad.
 
 
Otra anécdota de los últimos meses que expresa muy bien el "espíritu de los tiempos" en la España zapaterista es la de las banderas del mosaico. En el enorme mosaico del techo cupular de la basílica, después de la limpieza, aparecieron con más claridad en un fragmento las banderas del bando ganador de la guerra civil: la española, la de la Falange y la de los requetés carlistas.
 
"Invocando la Ley de Memoria Histórica, alguien propuso arrancar esa parte del mosaico, o taparla con alguna sustancia. Al final, se optó por poner una tela suspendida que tapa, en parte, las banderas. Pero ahora todo el mundo al entrar se fija en esa zona que antes nadie miraba, se preguntan qué oculta y lo investigan. En marzo se nos supeditó esta tela como condición para abrir la basílica: era Semana Santa, y lo aceptamos para recibir a los fieles en los oficios de Semana Santa. ¡Nunca hemos tenido tantos comom este año!"
 
 
En la basílica se conservan los restos mortales de más de 33.000 víctimas de la guerra de ambos bandos. La cifra de 33.000 era la oficial, pero el abad explicó que son muchos más porque al acabar la guerra se tendía a contabilizar los muertos a la baja y porque muchos restos llegaron sin identificar, de fosas comunes trasladadas en bloque.
 
"Hace diez años investigamos los osarios;la roca de la montaña dirige agua hacia ellos, y con la humedad se han estropeado y resulta ya casi imposible identificar los huesos", afirmó el abad.
 
El padre Anselmo detalló que estuvo presente cuando acudieron unos expertos de asociaciones de Memoria Histórica . "Puedo asegurar que las cosas se hicieron con delicadeza y objetividad científica: no se tocó ni un hueso, sólo se miraron y fotografiaron desde fuera". Ya en septiembre una comisión de asociaciones de Memoria Histórica "vieron que casi no hay posibilidad real de identificar restos".
 
 
Para acabar, el padre Anselmo quiso refutar a los que le han acusado de un silencio "cómplice" con el Gobierno y recordó lo que Felipe IV comentó de la estatua de San Bruno de Pereira, muy realista, pero que "no habla porque es monje".
 
"No he hablado porque los monjes tenemos el principio del silencio, que usamos para servir a Dios y a los hombres", explicó. Aunque hay otro motivo: "cualquier palabra que dijésemos los medios de comunicación le daban interpretaciones tan disparatadas que veíamos preferible no decirles nada".
 
Con quien sí habló mucho, "casi por los codos", fue con las personalidades implicadas, civiles o eclesiásticas, "sin callar ni una palabra necesaria, con firmeza y comedimiento", expresando el punto de vista de la Iglesia, del Derecho Canónico y de las leyes civiles, "con datos que muchos responsables civiles ignoran". Y habló sin miedo porque "los benedictinos, en nuestro 15 siglos de historia, somos muy libres, porque no tenemos compromisos más que con Dios".
 
 
Por último, el monje admitió que "hasta hace 1 año nos sentíamos en soledad absoluta; 20 monjes perdidos en la Sierra del Guadarrama, frente al Estado y el Gobierno. Sólo teníamos el poder de la Cruz y la paciencia benedictina. ¡No es indiferente vivir junto a la Cruz, se vive con ella el Misterio de la Cruz. Hoy estamos acompañados con la oración que mueve montañas. ¡La necesitamos para que el Valle siga allí! Os la pedimos, y contamos con la intercesión de los mártires, muchos de los cuales descansan allí".