El cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha recibido hoy el doctorado Honoris Causa por la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” y ha asegurado, en su discurso de investidura, que “no hay nada que me haga sufrir tanto ni me preocupe más, que la crisis de Dios que padece la humanidad contemporánea, la ausencia de Dios, camuflada, a veces incluso en una religiosidad vacía”.
El purpurado, que ha titulado su discurso “En defensa del hombre y de la vertebración de la sociedad: la actuación de un obispo”, ha precisado que “no es ser alarmistas el reconocer lo que está sucediendo a nuestro alrededor”, y ha insistido en que “la falta de fe en Dios, la pérdida del sentido de Dios que lacera nuestro mundo, las percibo y vivo como la indigencia mayor, la amenaza más grave y de más desastrosas consecuencias para nuestro tiempo”, a la vez que “genera una quiebra moral que reclama urgentemente su reedificación”.
Sin embargo, ha hecho un llamamiento a la esperanza desde el reconocimiento de lo que sucede. “La esperanza no me quita nada de realismo”, ha continuado. “Sé con firme convicción y total certeza que Dios no abandona al hombre definitivamente; que, si bien, para una sociedad como la nuestra, cerrada al futuro, faltan fundamentos para la esperanza, Dios no lo dejará en la estacada, por muy sin salida que se encuentre”. Por ello, “a mí, como al resto de los obispos, nos urge mantener viva y difundir la esperanza en Dios”. En este sentido, ha precisado que “me urge ser testigo y portavoz de esperanza, alentar la esperanza, mirar al futuro, ayudar a abrirse al futuro y señalar caminos que conduzcan a él”.
“Lo que los cristianos podemos y debemos ofrecer al mundo, a la sociedad, es la Buena Noticia de la Encarnación-Redención de Cristo y la verdad del hombre que se desvela y verifica en la experiencia de ese acontecimiento, vivida en la comunión de la Iglesia”, ha explicado el cardenal Cañizares, que ha reiterado que “ésa es toda nuestra riqueza, y hemos de ofrecerla con tanta sencillez como transparencia, sabedores por la propia experiencia de que es un bien inestimable y decisivo para la vida de las personas”.
El cardenal Cañizares ha recibido la distinción en el aula magistral del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, por razones de capacidad, en un acto en el que han participado el presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, la presidenta de las Cortes Valencianas, Milagrosa Martínez y el líder de la oposición autonómica, Jorge Alarte, y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, que se ha incorporado al almuerzo posterior, entre otros representantes de diferentes instituciones valencianas.
El acto, que ha sido presidido por el arzobispo de Valencia y gran canciller de la UCV, monseñor Carlos Osoro, ha contado también con la participación del cardenal arzobispo emérito de Valencia, Agustín García-Gasco; el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Juan Antonio Martínez Camino; así como de varios prelados valencianos como el arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña, los obispos de Mallorca e Ibiza, monseñores Jesús Murgui y Vicente Juan Segura, Además, han asistido los obispos de Cartagena-Murcia, monseñor José Manuel Lorca, Teruel, monseñor Carlos Manuel Escribano, y Albacete, monseñor Ciriaco Benavente.
Al comienzo de su intervención, el cardenal Cañizares, que ha sido introducido con la laudatio que ha pronunciado el vice gran canciller de la UCV, José Tomás Raga, ha reconocido que en su “ser y actuar” como obispo “me ha guiado siempre, como luz y como guía, aquel gran Arzobispo de Valencia que fue santo Tomás de Villanueva”, sobre el que hizo su tesis doctoral en Teología, conocido como “Obispo de los pobres, insobornable y libre defensor de los indefensos y de la verdad y dignidad humana, obediente a Dios antes que a los hombres”.
El purpurado ha concluido sus palabras expresando que “todas las corrientes del pensamiento de nuestro viejo continente deberían considerar a qué negras perspectivas podría conducir la exclusión de la vida pública de Dios como último juez de la ética y supremo garante contra todos los abusos de poder ejercidos por el hombre sobre el hombre”.
Precisamente “en esta fe radica, en último término, la aportación de la Iglesia a la necesaria vertebración de la sociedad. Esto es lo que explica mi apuesta por el hombre, por la causa del hombre”.